Washington.- Georgia on my mind, escrita por Hoagy Carmichael en 1930 y popularizada décadas después por Ray Charles, es la canción oficial del estado de. Ahora mismo, además, es la respuesta exacta a la pregunta sobre qué hay en la cabeza de los estadounidenses este inicio de 2021: todo el futuro político del país pasa por Georgia.

Georgia era un estado sureño al que ninguna elección federal le prestaba atención. Considerado uno de los fuertes más sólidos de los republicanos, en noviembre todo dio un vuelco. Joe Biden conseguía ganar el estado en unas presidenciales, algo que no conseguía un demócrata desde 1992, por menos de 12 mil votos. El último senador demócrata por Georgia dejó su puesto en 2005. Desde entonces, el paseo republicano por el estado era contundente, controlando todos los órganos de poder de esa entidad.

Un vuelco de este calado no se entiende sin la figura de Stacey Abrams, líder del partido en la zona y estandarte de un viraje sin precedentes que básicamente y simplificando mucho, se dedicó a luchar contra las políticas de supresión de voto a la población —principalmente la afroestadounidense— y a la movilización de votantes, aprovechando los cambios demográficos que favorecen a los demócratas.

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“Ahora se ve mejor para los demócratas de lo que nunca se hubiera podido predecir en base a historial histórico”, opinó el politólogo Bernard Fraga, de la Emory University, a Associated Press, apuntando que la clave será, como casi siempre en este tipo de carreras electorales, en el grado de participación, y si el número de electores que salen a votar es suficiente para los demócratas a fin de que el resultado les sea favorable.

EU define el martes control del Senado
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Ahora mismo la balanza del Senado está 50-48 favorable a los republicanos, a la espera de la resolución en Georgia. Los demócratas necesitan obligatoriamente ganar las dos contiendas de este 5 de enero para tener una mayoría minúscula y por la mínima: el empate a 50 que saldría de un triunfo en ambas elecciones lo desharía el voto de calidad de la presidenta del Senado, que no sería otra que la futura vicepresidenta Kamala Harris.

Los republicanos hacen campaña bajo el lema: “Defender la mayoría”, abrazando el resquicio de poder que les queda: mantener el control del Senado les permitirá tener la última palabra en todas las acciones legislativas que quieran impulsar desde la Casa Blanca, e incluso el poder de vetar miembros del gabinete y propuestas para vacantes en el sistema judicial. Un poder que convertiría a Mitch McConnell, el líder conservador en la Cámara Alta, en uno de los hombres más importantes de Washington, casi a la altura del presidente.

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Ninguno de los partidos va a dejar nada en el tintero, y las cifras de inversión económica son estratosféricas. Hace días que se han superado los 500 millones de dólares en anuncios y propaganda, y el dinero recaudado por cada candidato supera o está muy cerca del centenar de millones de dólares.

Normalmente una segunda vuelta moviliza a mucha menos gente que en las elecciones generales, pero es un momento excepcional en Estados Unidos, empezando la era post-Trump y con el Senado en juego. Hasta el miércoles pasado, más de 2.5 millones de personas habían votado de manera anticipada (la mitad de los que salieron a las urnas en noviembre), un récord sin precedentes.

Una cantidad enorme que augura un recuento otra vez lentísimo y, más que probable, contencioso. Para los demócratas, la gran participación es un buen augurio, especialmente si se mantiene la tasa de participación de afrodescendientes y jóvenes, demografías clave para sus aspiraciones a la victoria. “El entresijo de las segundas vueltas es que se trata más de motivación que de persuasión”, recordaba al portal Vox Stefan Turkheimer, estratega demócrata en el estado.

A principios de diciembre, Trump ya fue a Georgia a hacer un mitin en favor de sus candidatos, pero solo se dedicó a hacer campaña por su fracasado intento de subvertir el resultado de las elecciones presidenciales que perdió. El mensaje de que las elecciones están amañadas y de que los gobernantes del estado (todos republicanos) han ayudado a este fraude inexistente no juega, en un principio, a favor de que los conservadores confíen en el sistema y apuesten por salir a votar.

La campaña que no ha estado excenta de escándalos, polémicas y espectáculo. Los dos candidatos republicanos, ambos fieles a Trump, han sido investigados por maniobras financieras que supuestamente habían estado ligadas a la información clasificada que tenían sobre la pandemia y que les generó beneficios con la venta de acciones; ambas se cerraron sin acusación firme.

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Loeffler, casada con un multimillonario, además ha tenido que hacer frente a un escándalo por una foto con un líder del KKK. Perdue, uno de los senadores más ricos del Congreso, es también familiar del secretario de Agricultura del actual gobierno.

Warnock, reverendo en una iglesia en la que también ofició Martin Luther King y único afroestadounidense en la contienda, está viendo cómo usan sus sermones en su contra para presentarlo como alguien radical; además, recientemente le ha salido un altercado del pasado con su exmujer. Ossoff, documentalista y el más joven de los cuatro, es acusado de “socialista” y cercano a las tesis de las corrientes más progresistas del partido demócrata, una definición tóxica entre los votantes moderados.

Perdue no asistió a uno de los debates, dejando su atril abandonado y a Ossoff debatiendo con la ausencia de su rival.

Es imposible hacer elucubraciones sobre el resultado, con la mayoría de encuestas apostando por un empate técnico de margen mínimo. Pero es que lo que hay en juego es tan importante que este lunes tanto el presidente saliente Donald Trump como el presidente electo Joe Biden estarán en Georgia haciendo campaña por sus candidatos, con el deseo de que su impronta consiga arañar y seducir todos los votos posibles para una victoria de su bando en estos comicios tan decisivos.

Una elección que, en caso de que se repita el escenario del 3 de noviembre, quizá no se resuelva hasta pasados unos días, poniendo otra vez a prueba la paciencia de los electores y la disrupción institucional que emana de la Casa Blanca que todavía, por unos días más, comanda Donald Trump.