Bruselas.— Los impactos de la guerra emprendida por Rusia en Ucrania se han sentido en todos los rincones del planeta.

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En Ecuador, los bananeros y camaroneros dejaron de vender más de 2.33 millones de cajas del fruto y 4 millones de libras (1.8 millones de kilos) de marisco sólo en el primer mes del conflicto, mientras que en Egipto, los clientes de la panadería de Ahmed Hussein, en un suburbio de El Cairo, vieron aumentar de inmediato el precio de la hogaza de pan, de 1.5 a 2 libras egipcias, a causa del encarecimiento de los granos.

En el distrito de Dang, en la provincia de Lumbini en Nepal, Yagya Bahadur Chaudhary sembró el año pasado maíz sin fertilizantes, en tanto que en el lujoso balneario belga de Knokke, Philippe V. reflexiona sobre la posibilidad de declararse en quiebra porque no encuentra clientela para sus cabinas de sauna eléctricas por los elevados costos de la energía.

“El efecto de la guerra ha sido mundial, sobre todo en el tema de materias primas, tanto energía como agricultura. A mayor volatilidad, precios más altos. Los mayores efectos se han registrado en los países más dependientes de los productos agrícolas ucranianos, sobre todo al principio de la guerra”, dice a EL UNIVERSAL Oscar Guinea, economista del European Centre for International Political Economy (ECIPE) con sede en Bruselas.

Son los casos de Somalia, Eritrea, Mongolia y Kazajistán, que antes del conflicto armado importaban de esos países la totalidad del grano para consumo interno, entre 92% y 99%. Antes de la guerra, Rusia y Ucrania cubrían conjuntamente 30% del grano de exportación.

Igualmente han sufrido los clientes de los hidrocarburos rusos, particularmente los europeos, que han visto cómo los altos precios del gas, la electricidad y la gasolina afectan sus bolsillos.

La guerra abonó al aumento de la inflación, que junto a los altos precios de la energía, el débil crecimiento de los ingresos reales de los hogares, la caída de la confianza y el endurecimiento de las condiciones financieras provocaron una desaceleración de la economía global que aún se siente.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima que la economía global creció 3.1% en 2022, por debajo de lo previsto antes de la guerra, y para este año será de 2.2%. “La guerra impactó en el crecimiento, lo vimos claramente en Europa en donde hubiera sido superior a 3%. Pero el gran legado del primer año [de guerra] es una inflación global, la cual permanecerá (...) por algo de tiempo debido a que el precio de la energía se mantendrá alto. Esto está teniendo efectos devastadores en el mundo en desarrollo”, dice a este diario Maria Demertzis, investigadora del Bruegel, think tank especializado en temas económicos europeos.

Indiscutiblemente la factura más alta de la guerra se la ha llevado Ucrania. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que en 2022 perdió un tercio de su Producto Interno Bruto. “La economía se transformó de una economía de mercado en una de guerra con todas sus implicaciones. Ucrania necesita alrededor de 38 mil millones de dólares para financiar el agujero financiero que se ha creado”, dice Guinea.

La factura para Rusia ha sido igualmente alta, ha tenido que alterar la estructura productiva y laboral como consecuencia del reclutamiento parcial de reservistas, bajas en el ejército y fuga de trabajadores. El PIB se acotó entre noviembre de 2021 y noviembre de 2022 en 4%, a lo que hay que sumar la masiva salida de empresas occidentales del país y perdidas por productos extranjeros que no puede adquirir más del exterior. Los expertos coinciden en que la economía rusa ha aguantado mejor de lo esperado, principalmente por los aumentos del precio del gas y petróleo.

En cuanto a las sanciones, 10 mil 971 aplicadas por los aliados de Ucrania con la intención de socavar la industria rusa y su habilidad para sostener la guerra, los impactos han sido todavía marginales. Europa continuó consumiendo hidrocarburos rusos en 2022 y una parte importante del mundo sigue haciendo negocios con Rusia, como China, India y Turquía, que compran productos occidentales y luego los revenden a mayor precio.

“Está claro que Occidente no va a hacer la diferencia en la guerra con las sanciones, la diferencia es el envío de armas y apoyo logístico”, dice Guinea. Bruselas piensa lo contrario. El Alto Representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, citando al Ministerio de Hacienda ruso, afirma que en enero los ingresos por hidrocarburos fueron 46% más bajos con relación al mismo mes de 2022, y el déficit público “está explotando”, 14% más alto, de 2 mil millones de euros en 2022 a 1.8 billones en 2023.

“Debemos ser extremadamente precavidos con la información procedente de Rusia, porque no es del todo fiable. Estamos todavía examinando cuál fue el impacto real en la economía, pero la información disponible muestra que no fue enorme porque no se sancionó el gas y el petróleo en 2022, Europa continuó comprando”, sostiene Demertzis, profesora de política económica en la Escuela de Gobernanza Transnacional del Instituto Universitario Europeo en Florencia. “Se espera que la situación cambie este año, porque ya no compramos petróleo y muy poco gas. Al perder Europa, Rusia pierde su mejor cliente y no será capaz de encontrar otro igual porque los europeos siempre lo pagan a precio muy alto. Ahora negocia a precio de descuento, ¿le va a doler a Rusia? Estoy segura”.

Pero el saldo de las hostilidades no ha sido totalmente negativo. Europa ilustra el proceso, mostró capacidad para reducir el consumo de gas y poner en marcha políticas de diversificación de fuentes de energía y de suministro; mostró unidad frente a impactos económicos. “La buena noticia de todo esto es que aceleró la transición verde y no sólo en Europa, la Ley de Reducción de la Inflación [en Estados Unidos] busca ese objetivo”, indica Demertzis. “Ha resultado en un gran impulso a las renovables, en gran inversión hacia la electrificación de la energía. Antes de la invasión el carbón era la energía a eliminar y el gas jugaría un papel puente a un sistema que no produce carbono, ahora la inversión supone que esa transición sea más corta o no exista”, sostiene Guinea.

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Las previsiones para 2023 son un lento crecimiento sin que Europa entre en recesión. Se prevé resistencia por parte del mercado laboral y una sostenibilidad en el consumo. Mientras, la amenaza atómica fue elevada por el presidente Vladimir Putin tras suspender la participación de su país en el tratado START III. “Aunque la perspectiva para 2023 es la de un vaso medio lleno y no medio vacío, la incertidumbre es alta, por lo que es difícil predecir el resultado de este año”, asegura Guinea.

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