Madrid.- José Antonio era apenas un adolescente cuando hace ya más de cuatro décadas y adoptar el nombre de Nacha, algo de lo que nunca se ha arrepentido porque reconoce que desde siempre fue muy femenina.
 
Sus padres se mostraron reacios al principio y tardaron más de un año en aceptar su nueva condición, pero muchos de sus amigos y conocidos la rechazaron de plano cuando se enteraron de que era transexual.
 
“A algunos no les he vuelto a hablar en la vida. Yo sigo llorando todos los días, porque no entiendo que la gente sea tan incomprensiva con los demás. Cuando un niño nace así, nace así”, señala Nacha en entrevista con EL UNIVERSAL.

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Quien fuera desde siempre un chico rebelde, pero también estudioso y educado, recuerda que a los 14 años se escapó de casa y por diversas circunstancias acabó ejerciendo la prostitución en Barcelona para poder subsistir. Fue en ese ambiente donde un buen día, de forma casual, se topó con varias mujeres transexuales que también ofrecían sus servicios en la calle. Entabló la conversación y de inmediato se sintió cautivado por sus maneras y sus atuendos. Tras acordar con una de ellas, se sumó al grupo de travestis como trabajadora sexual, actividad a la que sigue dedicando en la actualidad.
 
“Me prestaron un vestido, unos zapatos de tacón, me pinté los labios y me puse a trabajar con ellas. En ese entonces todavía no me hormonaba y no tenía pechos, por lo que llevaba un sujetador relleno de calcetines para disimular”, relata Nacha que, con 60 años que no aparenta, conserva la misma energía de antaño.
 
La mujer trans acumula una experiencia vital que resulta imposible de enmarcar, incluida su participación en documentales y programas de televisión que retratan las vicisitudes del colectivo LGBTTTI+.

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No le ha costado adaptarse socialmente, pero Nacha reconoce que además de la reprobación de muchos de sus amigos ha pasado por otros momentos difíciles. Entre ellos, cuando era niño y en el colegio le tiraban piedras o recibía los insultos de sus compañeros por afeminado; también cuando le era imposible encontrar un puesto de trabajo o tenía problemas en los aeropuertos para viajar con su nombre de varón, por no mencionar las ocasiones en las que fue detenida por la policía por suplantación de personalidad; o la vez que acabó en la cárcel siendo menor de edad por el mero hecho de ir paseando por la calle vestida de mujer.
 
Nacha ha tenido dos parejas, ambos hombres. No se ha operado para cambiar de sexo, pero entiende a los que quieren hacerlo, porque hay personas que se miran en el espejo y sufren. Su propio hermano se sometió a la cirugía para transformarse en mujer bajo el nombre de Tatiana.
 
En 1981, Nacha protagonizó junto a otras cinco mujeres transexuales el documental dramático “Vestida de azul” que, además de indagar en sus vidas, ahondaba en el contexto social y cultural que seguía marcando a estas personas un lustro después de iniciada la transición democrática en España, tras la dictadura de Franco.

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“Cuando se acaban los créditos, lo primero que sale en el documental es la policía pegándonos y deteniéndonos. Ya está todo dicho”, señala Nacha en referencia a aquella época sombría.
 
“Vestida de azul” se presentó en el festival de San Sebastián (España) y Chicago (EEUU), y recibió el primer premio del Ministerio de Cultura. Desde entonces es una obra cinematográfica de referencia, no solo para el colectivo LGBTTTI+.