Washington. En octubre de 2019, un sacerdote de Carolina del Sur negó al entonces la comunión por su posición en favor del aborto. “Cualquier figura pública que defienda el aborto se coloca fuera de la enseñanza de la Iglesia”, se justificó por entonces Robert Morey, el párroco que frenó a Biden, católico devoto y practicante, de participar en la eucaristía.

No fue un episodio único: el equipo del exvicepresidente y futuro líder de Estados Unidos trabajaba en todas las paradas para encontrar a un cura que no negara la comunión al candidato escudándose en su posición proaborto. Para la Iglesia católica, la interrupción de un embarazo es “gravemente contrario a la ley moral”; desde 2004, un memorando de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) daba libertad a los obispos para negar la comunión a aquellas figuras públicas que apoyaran los derechos reproductivos.

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Este jueves, los obispos podrían dar un paso más allá. En su conferencia de primavera que se celebra esta semana, la USCCB tiene en su agenda el debate sobre si, de una vez por todas, hay que negar la comunión a aquellos políticos con visiones contrarias a la Iglesia, especialmente en aborto pero también en otros temas como matrimonio homosexual. Joe Biden, el segundo presidente católico en la historia de Estados Unidos, se vería afectado.

La posición de Biden en diversos temas, como el aborto, puso en alerta a los obispos católicos de Estados Unidos. Tras su victoria electoral, el líder de la USCCB, el arzobispo de Los Ángeles, José Gómez -nacido en Monterrey pero naturalizado estadounidense-, dijo que se tendría que formar un grupo de trabajo para el debate de la “situación difícil y compleja” que presentaba la presidencia de Biden.

La rama más conservadora de los obispados estadounidenses está presionando para negar la comunión a los políticos proaborto. Otros, como el cardenal Wilton Gregory de Washington DC, anunciaron que no negarían la comunión a Biden.

El debate ha llegado a la reunión de primavera de la USCCB que se celebra estos días. Hoy jueves, en la última votación de la sesión, se decidirá si es necesario debatir sobre el significado de la comunión y si aquellos que apoyan credos contrarios a los mandados por la Iglesia son dignos de recibirla. O, lo que es lo mismo, la determinación de si los obispos tienen voz en un debate entre fe y política.

Más de 21 mil personas firmaron un manifiesto pidiendo que se cancele el voto; 67 obispos (un tercio del total), liderados por Gregory, se sumaron a esa posición oficialmente, argumentando que es simplemente una estratagema para socavar a Biden e impulsar al ex presidente Donald Trump, quien vio en las políticas morales conservadoras un filón para acercarse al votante religioso.

Oficialmente, la cuestión que está en juego es “proceder con la redacción de una declaración formal sobre el significado de la Eucaristía en la vida de la Iglesia”, a redactar por el Comité de Doctrina de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB). Según expertos y analistas de la materia, la mitad del cónclave es del sector más conservador, y darán luz verde a la redacción de esa declaración.

Eso significaría un golpe simbólico y una reprimenda moral a aquellos políticos como Biden o la presidenta de la Cámara de Representantes, la también demócrata Nancy Pelosi, que defienden posiciones en favor del aborto. Y, a su vez, un choque frontal con el Vaticano, quien ha pedido explícitamente a los obispos conservadores estadounidenses, alineados con Trump, que no se inmiscuyan en la política de Estados Unidos. “La preocupación en el Vaticano es que no se use el acceso a la Eucaristía como arma política”, confesaba Antonio Spadaro, confidente del papa Francisco, en una entrevista con el The New York Times.

Si los obispos conservadores hacen caso omiso a la petición del Vaticano se rompería la imagen falaz de unidad entre la conferencia de Estados Unidos y Roma.

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Por suerte para el Vaticano, la ratificación de una posible declaración formal sobre el tema es imposible, ya que se necesita o el apoyo unánime de la conferencia o dos tercios más la aprobación del Vaticano. Y la cabeza de la Iglesia ya se ha posicionado en contra.

Sin embargo, se abre un cisma y se polariza la situación. Desde hace un par de años, luchar contra el aborto es la “prioridad preeminente” de los obispos católicos de Estados Unidos. Una preocupación que queda ligada al movimiento conservador del país que lleva casi medio siglo tratando de revivir el tema y desafiar su legalidad, hasta llegar al punto actual en el que está en nivel máximo de riesgo: un caso llegará al Tribunal Supremo el próximo año, y se teme que la mayoría conservadora de la corte pueda derogar la legalidad del aborto, establecida desde 1973.

Varios grupos de activistas llevan tiempo alertando que 2021 será un año en el que el aborto sea uno de los principales caballos de batalla en Estados Unidos, junto la restricción de voto y los ataques a la comunidad LGBTQ. Según el recuento de la Guttmacher Institute, desde enero se han promulgado la “friolera” cifra de 83 restricciones al aborto en 16 estados, incluyendo 10 prohibiciones.

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El movimiento del USCCB, por otra parte, contrasta con la opinión de los católicos del país. Según una encuesta reciente de Pew, 67% de los católicos cree que Biden debería recibir eucaristía, por tan sólo 29% que se la negaría por su posición sobre el aborto. La cifra desciende al 19% cuando se pone en liza su posición sobre el matrimonio homosexual.

Para Stephen Schneck, presidente de la red de acción franciscana y asesor de Biden, la remota opción de que la declaración del USCCB tenga algún futuro convierte el debate en algo puramente mediático. “Y volverá donde empezó, a nivel del obispado local”, sentenció en declaraciones al The Washington Post.