Para el antropólogo e investigador del Conicet Alejandro Frigerio sobre el racismo operan cuestiones étnicas, sociales y culturales. “Hay una interseccionalidad. A veces no se racionaliza el racismo. Por eso podemos encontrar muchísimos actos racistas cometidos por personas que no se consideran racistas. Pero la realidad es que todos actuamos en base a ciertos estereotipos. El fenotipo es una variable racial importante en ciertas actividades: no ves muchos abogados de piel oscura, y si vas a un hospital, los imaginás como enfermeros pero no como médicos", analiza Frigerio, en declaraciones para el diario La Nación.

Él sostiene que en los últimos años el racismo se volvió más explícito, producto de una mayor visibilidad de ciertos colectivos sociales. Y narra cómo históricamente en Argentina el racismo se manifestó contra los llamados “cabecitas negras”: “Hacia mediados de siglo, con la migración interna desde las provincias del norte, se dio la irrupción de 'los cabecitas negras', que vivían en las afueras, eran los villeros. En los últimos años, a partir de la crisis de 2001, irrumpen los 'negros de mierda', los 'negros cabeza', con los cartoneros y los piqueteros circulando por toda la ciudad cuando, hasta ese momento, había zonas para cierta población racializada: la periferia, los barrios pobres”, agrega.

Patricia Gomes es descendiente de africanos. Las raíces de su árbol genealógico llegan hasta Cabo Verde. Desde allí vinieron sus abuelos y bisabuelos paternos, en diferentes oleadas migratorias. Fue, justamente, en la casa de esos abuelos paternos en donde ella fue forjando su identidad afroargentina. “Como buena negra argentina, desde la escuela hasta la vida adulta he pasado por situaciones de racismo”, cuenta. “En la escuela ya existía lo que hoy llamamos bullying. El acoso y la burla a las personas que salíamos de la norma estaba. Cuando me iban a buscar al jardín y a la escuela en la primaria, los chicos veían a mi abuela o a mi papá que son renegros, y ya era “negra de la villa”, “negra” esto, “negra” lo otro. Era constante. El haber tenido esta educación, no me hizo inmune a situaciones de racismo pero me permitió encararlo de otra forma. Apenas sucedía algo en la escuela, mi tía o mi mamá iban a hablar con la directora y la maestra y el tema se trabajaba. Es lo que sigue pasando. Tengo todavía primos adolescentes y, si pasa algo en la escuela, vamos. Pero eso no pasa con todo el mundo. Igualmente esas cosas generan una degradación de la autoestima”.

Gomes es abogada, activista afrofeminista y antirracista, es también parte de la Sociedad de Socorros Mutuos Unión Caboverdeana y del Área de Género de la Comisión Organizadora del 8 de Noviembre, Día Nacional de los Afroargentinos y de la Cultura Afro. En forma paralela, trabaja en el Instituto contra la Discriminación de la Defensoría del Pueblo, de la Ciudad de Buenos Aires, e integra el Consejo Asesor ad honorem del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad.

“Soy un caso excepcional —reconoce—. Tuve la posibilidad de estudiar, pero me llevó muchos años hacerlo, por dificultades económicas principalmente. Es cierto que además tengo trabajo y hago lo que me gusta, pero esa no es la situación general de las mujeres afrodescendientes en este país”. ¿Cómo es la situación de la mujer afroargentina? Le preguntan: “Hoy en día, la mayor parte de nuestra comunidad es pobre, no tiene trabajos formales, ni terminalidad escolar. Y esto hace que seamos muy pocos los que podemos acceder a la universidad. Mucha gente no terminó el secundario siquiera. Con lo cual, la situación de las mujeres es alarmante. Además de sufrir el racismo y el sexismo, la mayoría sufre marginación cuando vamos a buscar un trabajo. Nadie quiere a una negra atendiendo una oficina o un mostrador. La pandemia dejó al descubierto el nivel de informalidad en el que está buena parte de nuestras mujeres. Muchas son jefas de familia, tienen hijos a cargo, están solas. Ni al Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) acceden de lo tan al margen que están”.

Sin embargo, en estos últimos años hubo algunos avances, pero poco, “contados con los dedos de la mano”, dice. “Por lo menos desde 2003, hubo cambios en la relación del Estado con las organizaciones sociales cuando, por ejemplo, en 2004/2005 el entonces presidente Néstor Kirchner convocó por primera vez en la historia a las organizaciones afrodescendientes a involucrarse en la elaboración de una política pública como fue el Plan Nacional contra la Discriminación. Después podemos decir que en el censo de 2010, cuando se introdujo la pregunta que apunta al autorreconocimiento o el origen étnico, una de las grandes conquistas del movimiento negro en Argentina después de décadas y décadas de exigirle al Estado que tenía que incluir en un censo la medición de la población afro.

Obviamente, los resultados no fueron los esperados porque la pregunta estaba incluida en el formulario ampliado, que solo se aplicaba al 10% de la población. Lo que se obtuvo fue un muestreo. Los números decían que había cerca de 150.000 personas que se reconocían como afrodescendientes, el 0,4% de la población”.

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