Bruselas.— Un año después de la caótica retirada de las fuerzas internacionales, las normas y costumbres de los talibanes se han restablecido en

Las consecuencias del retorno de un régimen de ideología fundamentalista han sido devastadoras para una población cuyas libertades civiles habían avanzado considerablemente a lo largo de dos décadas de presencia internacional.

Simultáneamente se ha comprometido la seguridad global. La nación islámica es actualmente una de las mayores plazas de producción de heroína y metanfetamina, y una de las sucursales predilectas de la yihad.

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“Los talibanes se han consolidado en Afganistán como la organización en el poder, a través de todo tipo de represión e inadecuada gestión económica”, dice a EL UNIVERSAL Teun van Dongen, titular del programa sobre amenazas actuales y emergentes del Centro Internacional para el Combate al Terrorismo (ICCT, por sus siglas en inglés) con sede en La Haya.

“Las condiciones de la población son terribles y no hay perspectivas de que mejore en ningún momento”.

El investigador sostiene que en un principio se llegó a pensar que no volverían a gobernar con mano dura. La enorme dependencia de la asistencia internacional y el Banco Mundial para subsistir económicamente los habría de “suavizar”.

No fue así. Los talibanes voltearon a otras fuentes de financiamiento y actores, concretamente India, Rusia, China y Turkmenistán, con los que han venido construyendo buenas relaciones al no condicionar sus intereses a temas de derechos humanos y bienestar para la población.

“Han sido relativamente exitosos al respecto”, dice Dongen resaltando que los talibanes han encontrado una alternativa para hacerse de aliados en el exterior para evitar el aislamiento total. Turk- menistán fue el primero en Asia Central en reconocer al Talibán.

Por otro, han seguido usando el cultivo de amapola y producción de opio como fuente de financiamiento. Lo mismo está ocurriendo con la metanfetamina, que comenzó a producirse en 2016 con la reubicación en territorio afgano de bandas iraníes.

La metanfetamina afgana se produce con base en efedrina sustraída de las plantas de efedra que crece en las zonas montañosas. Los talibanes prohibieron en diciembre pasado la recolección de efedra, lo que elevó el precio en Afganistán de 170 a 482 euros por kilo. Algunos expertos consideran la maniobra como táctica comercial y no como medida de erradicación de la droga que se vende en las calles de la República Checa entre 18 mil 900 y 21 mil euros el kilo.

De acuerdo con Andrew Cu- nningham, experto en mercados ilegales del Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías, una parte significativa de los ingresos de los talibanes proviene de gravar productos ilícitos y las drogas son uno de ellos.

El presidente Joe Biden llegó a la Casa Blanca prometiendo poner fin a la guerra más larga en la historia de Estados Unidos. El anuncio fue hecho en abril de 2021 y fijó la fecha de retirada de las tropas estadounidenses el 31 de agosto. La administración de Biden supuso que el gobierno que EU instauró en Kabul estaba en condiciones de hacerse cargo en solitario de la seguridad de la nación. Para garantizar el éxito, formó la Fuerza de Seguridad Nacional Afgana, un contingente de más 300 mil hombres entrenado y equipado con arsenal de las armerías estadounidenses.

Washington se equivocó; el gobierno del mandatario Ashraf Ghani colapsó frente a sus adversarios. Sin resistencia, los talibanes entraron a Kabul y ocuparon el Palacio Presidencial. El exilió de Ghani puso fin a dos décadas de guerra civil.

Como nota positiva, disminuyó significativamente la violencia armada, que entre diciembre de 2008 y agosto de 2021 dejó 118 mil personas muertas y heridas. De agosto de 2021 y junio pasado, la Misión de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés) contabilizó sólo 2 mil 106 víctimas civiles, de las cuales, 700 fueron casos fatales y mil 406 heridos. La gran mayoría fueron incidentes violentos propiciados por el Estado Islámico de Irak y Levante (ISIL), organización terrorista antagónica a los talibanes al considerarlos traidores de la yihad por su supuesta complicidad con occidente.

“A pesar de que la seguridad ha mejorado desde el 15 de agosto, el pueblo de Afganistán, en particular las mujeres y las niñas, se ve privado de disfrutar los derechos humanos a plenitud”, dice Markus Potzel, representante para Afganistán del Secretario General de la ONU en su balance sobre el retorno talibán.

El régimen se ha centrado en desmantelar las libertades civiles en todos los ámbitos de la vida púbica, desde la educación, trabajo y acceso a la salud.

En algunos casos, la participación ciudadana ha sido eliminada por completo.

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Las niñas han quedado vetadas de la secundaria y las mujeres están desamparadas ante la desaparición de los sistemas de denuncia de violencia de género.

Periodistas, activistas y disidentes son objeto de persecución por medio de códigos morales y religiosos y normativas que restringen la libertad de asamblea y opinión.

Los emisarios de la ONU identifican a 464 periodistas y activistas en riesgo. Al menos se han registrado 160 asesinatos extrajudiciales de funcionarios y oficiales que prestaron servicio en el antiguo gobierno.

En síntesis, el pueblo afgano vive una crisis humanitaria a una escala sin precedentes, provocada por fenómenos naturales como sequías extremas, los efectos duraderos de décadas de conflicto y la profundización de la precariedad económica, que adquirió nuevas dimensiones por la pandemia de Covid-19 y la suspensión de la ayuda al desarrollo a partir de que los talibanes tomaron el control del país.

Al menos 59% de la población necesita asistencia humanitaria para subsistir, lo que representa un aumento de 6 millones de personas en comparación con principios de 2021.

La guerra contra el terror

El repliegue militar estadounidense y de sus aliados, encendió múltiples alertas en materia de seguridad. Diversos centros de investigación alertaron que Afganistán volvería a ser santuario del terrorismo, después de todo, fueron en sus cavernas donde los seguidores de Osama bin Laden planificaron el mayor atentado hasta ahora visto por la humanidad y que tuvo como blanco Was- hington y Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Los expertos no se equivocaron. En los últimos 12 meses, el Estado Islámico (EI) ha expandido sus tentáculos en distintas regiones del país, mientras que Al-Qaeda experimenta un resurgimiento. La también conocida como “la base” se ha visto favorecida por su amistad con los talibanes, a quienes ponen de ejemplo de resistencia.

“La expansión ha sido ante todo desde una perspectiva regional, la marca del EI se ha propagado por sus buenas relaciones con grupos regionales. Afganistán hoy más que antes está sirviendo de polo regional para los grupos yihadistas”, sostiene Teun van Dongen. Explica que la propagación ha sido ante todo regional por parte de Al-Qaeda y el EI. Mientras que el primero ha ido fortaleciendo sus relaciones con los talibanes, principalmente a través de matrimonios arreglados, el segundo libra una lucha armada.

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Para el EI, los talibanes son demasiado suaves en cuestiones religiosas, extremadamente moderados al estar interesados solo en Afganistán. Igualmente desaprueban actividades en las que están involucrados como el tráfico de estupefacientes.

“El EI siente que los talibanes son traidores a la causa, y de alguna manera esto ejerce cierta presión para que no abandonen el radicalismo. Han habido cruces de los talibanes con el EI y les preocupa que si no son lo suficientemente radicales van a perder combatientes”.

Al-Qaeda está disfrutando los frutos de invertir durante décadas en buenas relaciones con los talibanes. Todo indica que no hay intención de volver a meterlos en líos lanzando operaciones trasnacionales; “aunque probablemente sólo estén ganando tiempo para volver a golpear”, asegura.

En cuando a occidente, la evolución fundamentalista en el estado sin litoral supone un riesgo, aunque no de la magnitud que se observó hace años. El analista señala que los servicios de inteligencia europeos han avanzado sustancialmente en la lucha contra el terror, a los radicalizados en casa se les sigue la pista y difícilmente pueden entrar o salir de Europa sin ser rastreados.

Igualmente resulta difícil orquestar una operación con el grado de sofisticación como la del 11-S sin aparecer en los radares de los servicios de inteligencia.

“Hay preocupación de que Al-Qaeda intente reconstruir su capacidad transnacional y es probable que puedan en el futuro, pero eso requerirá un cambio estratégico, su prioridad actual es la insurgencia local y regional”.

Por otro lado, las relaciones entre Al-Qaeda y el Talibán tocaron fondo a raíz del 11-S. Eso fue lo que motivó la invasión estadounidense de Afganistán. “Ahora que repararon los lazos, Al-Qaeda será más cuidadosa”, indica.

“En síntesis, el impacto hasta ahora para occidente ha sido menor y se espera que así se mantenga en el corto plazo. No ha sido el caso de la población afgana, cuyo panorama es verdaderamente sombrío. Ellos son los que sufren”, puntualiza van Dongen.

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