El silencio es sepulcral. Atrás quedaron aquellos días donde por las tardes, el era un hervidero de reporteros, escritores, personajes afines al arte y la cultura, actores y hasta políticos que abarrotaban ese lugar. Ahora, obligados por la pandemia del mortal Covid, las grandes puertas tienen más de ocho meses que no abren ni brindan el servicio acostumbrado.

“La situación es insostenible, Nos urge luz verde para abrir ya, no aguantaremos a marzo y, posiblemente cerraremos definitivamente”, cuenta Arabela López Lena, una de las socias del lugar.

Por dentro, el sitio que data de 1940 está irreconocible. En los enormes salones lo único que destacan son las mesas y sillas apiladas, la barra principal está vacía, no hay una sola botella y así han permanecido desde julio del año pasado.

La cocina, aunque limpia, no tiene el ajetreo de todos los días para vender tortas de pierna o las tradicionales papas Saratoga, pues para prepararlas se debe de encender todo y ese gasto no se recupera con los pedidos para llevar.

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“Jamás me pasó por la cabeza ver este lugar así. Luego nos quejábamos del trabajo, que había mucha gente, no parábamos de correr por las noches, terminábamos con los pies cansados e hinchados, ahora mira, todo está vacío, sin ruido.

“Eso se extraña, el estar con los clientes, atenderlos y hacer bien nuestro trabajo, queremos pensar que con la repaertura mejore, pero quién sabe cuánto tiempo más aguanten los patrones”, comenta entre lágrimas, Marcelino, un mesero con 25 años en el Covadonga.

Los socios del lugar han mantenido el negocio por el amor que le tienen a uno de los sitios más representativos e icónicos de la Ciudad de México.

Durante la pandemia no han dejado de pagar la renta, los insumos, proveedores y el gasto corriente; además, han mantenido la nómina, no han corrido a un solo empleado, pues los consideran parte de la familia, pero la situación ya la vislumbran complicada para todo este año.

“Los restaurantes establecidos desinfectamos, protegemos al personal, a nosotros y a nuestros clientes. Es estúpido pensar que no tengamos ese control y que nos contagiemos o peor aún, que un cliente se contagie, entonces, no entiendo por qué se ensañan con nosotros y nos obligan a cerrar y así nos tienen, amarrados a todos.

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“La ayuda que ofrecen es risible. Si de verdad nos quieren apoyar, que nos condonen el Seguro Social, el IVA, algunos servicios, eso sí sería una ayuda y que sea no sólo por unos meses, sino por el tiempo que dure la pandemia o que nos garanticen esa ayuda por lo menos seis meses. Nunca hemos fallado y ahora que queremos que nos retribuyan, nos quedan mal”, dice la señora Arabela.

Los meseros y socios confían en la apertura de los restaurantes: “Con 30% de gente la hacemos, no pedimos más”, dice uno de los empleados.

Sin embargo, vislumbran un panorama negro, pues la recuperación será lenta, pero aseguran que aunque sea con convivencia limitada en ese tradicional lugar, la espera puede ser menos dolorosa.