Una mordida a una tlayuda y un sorbo a un chocolate con agua, bastan para enamorarse de Oaxaca.

Pero, con el hogar de la Guelaguetza a 460 kilómetros de distancia de la CDMX, resulta complicado complacer el antojo por su gastronomía. Por fortuna, varios recintos intentan emular su sazón: Oaxaquita es uno de ellos. Entre tabiques, mesas hechas con madera reciclada y más plantas de las que el ojo puede contar, se sirven delicias con quesillo, tasajo, chorizo y mole.

Cruzando los murales de su fachada, tomo asiento con curiosidad, pues su improvisada cocina es resguardada por una pared de huacales llena de objetos, como jarras de barro, artesanías y publicaciones que cualquiera puede hojear. El olfato se activa con el aroma de la carne asándose, y el oído intenta descifrar qué ocurre detrás de esa desgastada madera.

Tres cocineros salen de la demarcación culinaria en relevos, ya sea para comprar algún ingrediente faltante o para saludar a los comensales asiduos. Nuestro mesero, ataviado de jeans, playera y una gastada gorra negra, manifiesta la poca pretensión del lugar. ¿A qué sabe el tepache de pulque? Le pregunto. Me responde trayéndome una pequeña olla de barro con algunos mililitros de la bebida fermentada. Es ácida y con un fuerte sabor a pulque. Disfruto el sorbo, pero no podría terminar un vaso completo, así que me mantengo fiel a la cerveza. Especialmente por los 27º de temperatura que se incrementaron dentro del local gracias a su techo de fibra de vidrio que juega como una suerte de cálido invernadero.

La carta de alimentos comprende una sola hoja. Hay pocas opciones, pero lo que me trajo aquí son las tlayudas. Pido una de tasajo con chapulines , pero me quedo con el antojo de insectos porque me dicen que están fuera de temporada. Para acompañar, unas enfrijoladas.

El menú advierte sobre el tiempo de espera, que va desde los 15 hasta los 40 minutos. Mis enfrijoladas demoraron 20. Tres tortillas bañadas con una espesa salsa de frijol negro, custodiadas por queso fresco, rodajas de cebolla morada, algunos pedazos de aguacate, rábano y una rama de chepiche (un quelite de sabor similar al pápalo). Yo las pedí con chorizo y el primer movimiento del tenedor trae consigo una sonrisa. Unas cuantas gotas de salsa roja las hacen memorables y desaparecen en menos tiempo del que hubiera querido.

La tlayuda no corre con la misma suerte. El pedazo de tasajo es más pequeño de lo que pensé y el quesillo se pierde entre tanta col rebanada en juliana. La cama de frijoles disfraza el escaso asiento de cerdo que normalmente recubre el círculo de maíz. Comienzo a robar el quesillo con el tenedor y lo envuelvo en la carne con esa deliciosa salsa. Pienso en ordenar algo más, pero esas colosales enfrijoladas robaron mi apetito.

La temperatura sigue ascendiendo y su ubicación exhorta a visitar algún museo del centro. ¡Fuga! De Oaxaquita me gustó su sencillez, su sazón y sus precios. Las doraditas, tacos y enmoladas se quedaron en mis pendientes.

Oaxaquita

Dirección: Degollado 75, col. Guerrero

Horario: jue-dom 12-19 hrs.

Promedio: $200 pesos (solo efectivo)

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