Tula.— La desesperación se juntó con la adrenalina y, en medio del caos, el se vistió, de nuevo, con el traje de héroe.

El agua llegó de improviso y en menos de media hora alcanzaba ya un metro de altura. Médicos y enfermeras luchaban por poner a salvo las vidas que habían custodiado por días.

La tragedia se ensañó con el Hospital General de Zona Número 5 del Instituto Mexicano del Seguro Social (). En el área de Covid-19 pasó lo peor que podía suceder: el suministro de oxígeno se cortó y, al amanecer, una decena de pacientes había perdido la vida; más tarde se confirmarían siete más.

Anayeli Rodríguez, enfermera en el área de cuneros de esa clínica, cuenta que la lluvia la tomó de imprevisto y en minutos el agua le llegó a las rodillas: “No hubo tiempo para el miedo, todos nos pusimos de acuerdo para subir al segundo piso, lo importante eran los niños”.

Ellos fueron los primeros en salir, los sacaron con cuerdas y la ayuda de rescatistas y pobladores que subieron a las bardas perimetrales del hospital, hasta donde bajaron las camillas y las incubadoras con los bebés; luego, los bajaron hasta las lanchas, de ahí a las ambulancias y los trasladaron a otros hospitales.

El hospital regional Tula-Tepeji empezó a recibir pacientes y más tarde se amplió la red a Pachuca. Hacia las 13:00 horas, en el hospital de Tula quedaban 50 personas internadas; 10 de ellas, contagiadas con Covid-19. Las autoridades habían programado su evacuación vía aérea, pero la gravedad de los pacientes cambió los planes y algunos fueron sacados por tierra.

Anayeli y sus compañeras fueron de las últimas en salir, un camión de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) las puso en tierra firme. En la entrada de la ciudad, donde empezaba el acordonamiento, fueron recibidas con aplausos.

Con ella salieron al menos unas 10 enfermeras más.

Lo primero que hiceron fue agradecerle a Dios, mientras todas lloraban.

La ciudad, ahogada

El ulular de las sirenas de las ambulancias y el sobrevuelo de helicópteros marcaban el día en Tula, después de una noche difícil y dolorosa para los habitantes de este lugar, que aún no atinan a saber cómo es que sucedió esta inundación, cómo los coches dieron paso a las lanchas, cómo el patrimonio de años se acabó en cuestión de minutos.

Desde Tlahuelilpan se notaba la emergencia: a la orilla de la carretera, elementos de la policía resguardaban el lugar... entrar a Tula era imposible. Los centros comerciales se convirtieron en un enorme estacionamiento para el transporte público, que no podía circular.

En el puente San Francisco estaba el cierre definitivo, una cadena de militares tenía el control de la situación. Lanchas y ambulancias estaban a la espera de los evacuados, mientras, a través de torretas, se pedía a la población no salir a la calle y mantener despejadas las vías.

Las calles de la Unidad Habitacional de Pemex estaban inundadas. El lodo aparecía en todos los rincones.

Aquí la gente no durmió. Muchos, como Alejandra Castro, estaban en vigilia del río y, cuando empezó el caos, también salieron los ladrones.

La lluvia cubrió autos y dañó enseres. Mientras la gente trataba de ponerse a salvo, la rapiña se hizo presente. A Alejandra le robaron sus artículos de valor.

La fuerte corriente impedía el rescate de personas atrapadas en sus viviendas. Las lanchas eran volcadas por el agua, como sucedió con la del gobernador mientras realizaba un recorrido. Ante esa situación, helicópteros acudieron para poner a salvo a los ciudadanos. Desde los techos, con cuerdas y arneses, comenzó el rescate de los pobladores de la zona centro de la ciudad, quienes pasaron la noche a la espera de ayuda.

La Presidencia Municipal se convirtió en cuartel de mando; ahí se concentraron los funcionarios estatales y federales, además de las unidades de rescate. También se habilitaron albergues para trasladar y resguardar a las personas damnificadas.

La mayoría buscó refugio con sus familias y sólo unos pocos fueron al albergue: “Nos da miedo el Covid, pero no nos queda de otra, no tenemos a dónde ir”, reconoció un afectado.

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