San José, Costa Rica. – Cuando el hondureño Orlin Noel Euceda Aguilar regresó en la mañana del martes 24 de agosto de 2010 a su casa tras una jornada nocturna de trabajo se topó con un alboroto en su familia por la noticia que difundió un telenoticiero local sobre una matanza de 72 migrantes extranjeros en México.

Confundido, el obrero de 25 años se sentó en la sala de su hogar a presenciar las imágenes. Detectó algo que jamás olvidará y que todavía le induce al llanto: en el grupo de cadáveres estaba su hermano, Marvin Leodán, de 21 años.

“Lo reconocí porque él justamente murió con una camisa azul que yo le había regalado”, narró Orlin para EL UNIVERSAL.

“Para esa época yo trabajaba por la noche para una compañía de construcción. Y cuando regresé un día lunes a mi casa vi el alboroto en las noticias de las 72 personas muertas y estaban pasando (por un noticiero hondureño de televisión) las imágenes y pude reconocer a mi hermano por la camisa”, recordó.

Así recuerda Orlin Noel lo que posteriormente se conoció como la masacre de San Fernando, Tamaulipas; uno de los momentos más sangrientos registrados en México perpetrada de la noche a la madrugada del 22 al 23 de agosto de 2010 por el Cártel de Los Zetas.

Indefensos y acorralados, 72 migrantes sin documentos hondureños, guatemaltecos, salvadoreños, brasileños y un ecuatoriano fueron atados de manos a sus dorsos y, en un feroz ataque a balazos por la espalda, fueron asesinados.

Luego de la masacre, ocurrida en una bodega abandonada del municipio de San Fernando, los cadáveres fueron amontonados unos sobre otros y dejados a la intemperie. Los criminales habían secuestrado a los migrantes para exigir dinero a sus familias a cambio de su libertad.

A 10 años de distancia, hay 10 detenidos en México (uno murió en prisión) como autores materiales y sin ser todavía enjuiciados, mientras los responsables intelectuales continúan protegidos por la impunidad.

Con la voz entrecortada, Orlin, ahora sargento primero de tropa de la Fuerza Aérea de Honduras, recuerda los días previos y posteriores a la muerte de su hermano.

“Desgraciadamente cosas como estas para nosotros son como si hubiese sido ayer”, lamentó Orlin, tras aclarar que, a diferencia de otras familias de hondureños, también víctimas de la matanza de San Fernando, “gracias a Dios” la suya nunca enfrentó amenazas de represalias de maras o pandillas criminales de Honduras ligadas a Los Zetas.

“Mi papá (Leopoldo) y mi mamá (Graciela) siempre esperaron a Marvin de regreso, de una forma o de otra”, acotó.

Su hijo retornó el 8 de septiembre de 2017 a Honduras en un féretro que viajó en un vuelo comercial desde México y después de sortear múltiples líos y trámites forenses.

“Gracias a Dios lo encontramos, lo pudimos traer y se le dio cristiana sepultura. Aunque tampoco se soluciona lo que pasó, sabemos que está acá, se le puede visitar cuando uno quiera y llevarle flores. Somos conscientes que es una pesadilla para nosotros, porque no sabemos realmente por qué pasó, cómo sucedió”, admitió

San Fernando: 10 años con dolor en el alma
San Fernando: 10 años con dolor en el alma

Marvin Leodán tenía 21 años en 2010 cuando salió de Honduras para buscar trabajo en EU. Regresó en un féretro, en 2017. Foto: EMILIO VÁSQUEZ. EL UNIVERSAL

La última pista

Residente en la aldea El Tamarindo, del departamento (estado) hondureño de Comayagua, la familia Euceda Aguilar fue de 11 hijos —7 hombres y 4 mujeres (una murió de niña)—. Marvin era gemelo de Nilbia Rosa, cuarto en la descendencia y técnico vivero forestal.

“De repente decidió irse a EU. Por desgracia fracasó. Por las condiciones de vida en estos países sin oportunidades (económicas), la mayoría de la gente cree que el camino más fácil es irse a exponer la vida a buscar algo diferente. Eso hizo mi hermano pensando en vivir mejor y nos avisó que se iba”, relató Orlin.

Tras despedirse de sus padres, bajó de la aldea a Comayagua, capital departamental, a comprar una maleta, ropa para el frío y zapatos “cómodos”.

El 3 de agosto de 2010 viajó en autobús a San Pedro Sula, en el norte de Honduras, y luego a Guatemala, a donde entró sin trabas, para enrumbarse hacia el nororiente guatemalteco y entrar a Tabasco, todavía sin comunicarse con sus parientes.

“Hizo ese recorrido inicial sin problemas. Cuando llegó a México empezó a ponérsele difícil. El 12 comenzaron a llamar a la casa de una hermana, a la de mis papás, a la mía. Un hostigamiento cada ratito llamando y pidiendo dinero. No sabíamos cómo estaba. Él casi no hablaba, la que hablaba por él era una mexicana que nos dio un número de cuenta en la que había que depositar el dinero”, precisó.

La mujer exigió 12 mil 800 pesos mexicanos, equivalentes en ese entonces a mil dólares. “Mi hermano nunca dijo para qué lo necesitaba”, subrayó.

Al aclarar que su familia tampoco disponía de ese monto “de un día para otro” y que costó “recoger el dinero”, revivió un instante clave: “Recuerdo exactamente que hice ese depósito el 17 de agosto en una sucursal de Banco Azteca en Comayagua a nombre de un señor, Blas Meléndez, de Tenosique”, Tabasco.

“Ese día se perdió la comunicación con él. Esa fue la última vez que hablamos con él. Yo antes hablé varias veces con la mexicana para lo del depósito. Cuando lo hice, yo estaba hablando con él desde el banco, lo tenía en línea con la mujer. Recuerdo que solo me dijo: ‘Perfecto. ¿Lo depositaste?’. ‘Sí, y esta es la clave (de transferencia)’, le dije. Se la di y cortaron la llamada para nunca más”, rememoró.

Las llamadas se hicieron de un teléfono fijo en Tenosique. “Ese número no volvió a responder. Nos intentamos comunicar y estaba desconectado. Marvin no me volvió a llamar, porque le pedí que regresara. Él escribió (por mensaje telefónico) a una hermana que se había unido a una familia Pineda, de Guatemala para ir rumbo a la frontera (con Estados Unidos). Los Pineda murieron con él”, aseguró.

¿Coyotes?

“Mi hermano se fue solo, tomó el camino solo. Decía que, llegando a la frontera, iba a contactar a un tío que tenemos en Estados Unidos, que iba a ayudarle a pasar al otro lado”, respondió Orlin, al negar que Marvin estuviera desde el inicio vinculado a “coyotes” o traficantes de personas para pagar por su travesía.

“Pero el drama de los hondureños con la migración no acaba”, destacó, al analizar lo sucedido en los últimos 10 años.

“La migración no se va a detener jamás. Es un derecho humano. Desgraciadamente el migrante se expone a cosas como la que le pasó a mi hermano. Por querer tener una vida diferente, querer sacar su vida y la de su familia adelante, expone la vida. Se siguen violentando los derechos de los migrantes en cualquier parte”, acusó.

Por eso es que, triste por la impunidad, en la memoria de Orlin perdura aquella dolorosa imagen de la camisa azul en un martes de alboroto familiar de hace 10 años.

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