Frontera Corozal.— En medio del aullido de los monos y el canto de las aves, decenas de cruzan diariamente de forma irregular a territorio mexicano a bordo de lanchas a través del río Usumacinta, que sirve de división política entre México y Guatemala, lugar donde, hasta el fin de semana, no había filtro sanitario ni de seguridad.

Mientras el gobierno federal refuerza la presencia de elementos del Instituto Nacional de Migración (INM) y la Guardia Nacional (GN) en Tapachula y la ribera del río Suchiate, los migrantes se internan a territorio nacional sin que nadie los detenga, a más de 560 kilómetros al noreste, entre la Selva Lacandona.

En esta frontera, ubicada a 165 kilómetros de la cabecera municipal de Palenque y a casi dos kilómetros de la zona arqueológica de Yaxchilán, navegando por el río Usumacinta —el más caudaloso de México y el más largo de América Central— se observa a todas horas el arribo de lanchas cargadas con jóvenes y mujeres que llevan a sus hijos menores de edad provenientes, principalmente, de Honduras, Guatemala y El Salvador.

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Esta ruta está siendo utilizada por traficantes de personas y migrantes que viajan por su cuenta, debido a la nula vigilancia del INM, la Guardia Nacional y del Ejército Mexicano.

Muro militar empuja a migrantes a la Selva Lacandona
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Del lado mexicano, los traficantes ya tienen contratados a taxistas locales para que trasladen a la gente a casas de seguridad. Los extranjeros que viajan por su cuenta son despojados del poco dinero que llevan por supuestos policías de Guatemala, como pago para no ser detenidos y repatriados a sus países de origen.

Deben caminar, hasta siete días, por la orilla de la carretera y en tramos entre la selva, hasta Palenque, su primer destino.

En este punto fronterizo, entre la Reserva de la Biosfera de Montes Azules y el Parque Nacional Sierra del Lacandón, hasta el pasado fin de semana el gobierno no había desplegado personal para impedir el paso de migrantes indocumentados, como se hizo en Tapachula en el marco de las restricciones que iniciaron el pasado 19 de marzo, con vigencia de 30 días, para contener el ingreso de migrantes. Tampoco se reforzó la presencia de personal de salud para hacer cumplir los protocolos sanitarios impuestos por la pandemia del Covid-19.

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Con paso libre

Los puntos fronterizos con Guatemala de El Ceibo, en Tenosique, Tabasco, así como Frontera Corozal y Benemérito de las Américas, en Chiapas, son las rutas utilizadas por traficantes y migrantes. Hasta el pasado sábado se encontraban sin vigilancia de ninguna corporación federal; sólo se observan retenes de revisión de autoridades locales.

Entre aullidos de monos que se mecen en gigantescos árboles y canto de diferentes aves, como el quetzal, loros, cuchas y cotorras de diferentes variedades, pequeñas caravanas de migrantes, que no tienen dinero para pagar transporte, caminan por la Selva Lacandona, territorio del jaguar.

A lo largo de la carretera entre Frontera Corozal y Palenque, se observa a grupos de extranjeros caminar de día y de noche.

Antonio, Daniel y Jairo integran un grupo de 12 jóvenes hondureños que llevan tres días caminando. Piden un poco de agua y comida para avanzar. Calculan que llegarán a Palenque en cuatro días más.

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Se observan cansados. Dicen que tratan de caminar un poco por la noche, pero temen ser atacados por serpientes o algún jaguar, ya que hay avisos de precaución por ser zona de felinos.

Indígenas chol y lacandones que habitan la región señalan que diariamente observan el paso de migrantes, muchos de ellos piden zapatos, comida y agua.

Muro militar empuja a migrantes a la Selva Lacandona
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Por Tabasco

El ingreso por Tenosique, Tabasco, no es menos duro. De ese lado se pudo observar que los extranjeros ingresan a territorio nacional por puntos ciegos de la frontera El Naranjo, Guatemala-El Ceibo, México, caminando una distancia de 64 kilómetros por la línea del ferrocarril y potreros pantanosos, bajo temperaturas de más de 36 grados.