Juchitán.— Al amparo de la brillante luna llena, las familias católicas juchitecas llegaron puntuales a su cita anual en la celebración nocturna de su santo patrono, San Vicente Ferrer, y bailaron, bebieron y cenaron hasta el amanecer, como es la tradición.

La vela en honor a San Vicente Ferrer volvió a cautivar con la cadencia de las juchitecas, al ritmo de los sones que le cantan al amor, enfundadas en sus rutilantes trajes regionales bordados o tejidos a mano. La altivez de la mujer juchiteca brilló como la llamada luna de flores del viernes.

Es el mes de mayo, las fiestas titulares de Juchitán están llegando a su fin. Atrás quedaron las velas con la que las familias juchitecas piden y agradecen por la vida, la salud, la abundancia en la milpa y en la pesca, pero la huella de solidaridad se fortalece año tras año.

La altivez de la mujer juchiteca brilla en las velas de Juchitán. Esta celebración revaloró el sentido de pertenencia indígena, que por
generaciones se abrevó de las bisabuelas, las abuelas y las madres que con sobrado orgullo transmiten a sus descendientes. Foto: Mario Arturo Martínez EL UNIVERSAL
La altivez de la mujer juchiteca brilla en las velas de Juchitán. Esta celebración revaloró el sentido de pertenencia indígena, que por generaciones se abrevó de las bisabuelas, las abuelas y las madres que con sobrado orgullo transmiten a sus descendientes. Foto: Mario Arturo Martínez EL UNIVERSAL

Día con día, dijo el escritor, lingüista y secretario de Cultura de Oaxaca, Víctor Cata, las familias zapotecas refrendan su orgullo por su lengua, sus saberes y por esa cultura milenaria que las hace inquebrantable durante la ceremonia inicial de los festejos.

“Es un honor estar en esta fiesta de la hermandad, donde la gratitud es recíproca. Me siento honrada de conocer la cultura y las tradiciones de las familias juchitecas”, aseguró la secretaria de Cultura federal, Alejandra Frausto Guerrero.

Como todas las velas de Juchitán, la que se realizó en honor a San Vicente Ferrer revaloró el sentido de pertenencia indígena, que por generaciones se abrevó de las bisabuelas, las abuelas y las madres que con sobrado orgullo transmiten a sus descendientes.

En la noche del viernes, bajo el cobijo de la radiante luna y en una atmósfera de perfumadas flores, doña Lucy ríe con los ojos humedecidos mientras baila el son Paulina. Está alegre porque sus dos hijas llegaron de la Ciudad de México a refrendar el orgullo por su etnia zapoteca.

Los participantes salen a las calles, caminando, en carretas y carros alegóricos para la regada de frutas. Foto: Mario Arturo Martínez EL UNIVERSAL
Los participantes salen a las calles, caminando, en carretas y carros alegóricos para la regada de frutas. Foto: Mario Arturo Martínez EL UNIVERSAL

Alrededor de uno de los 50 puestos familiares que participan como socios de la festividad, tías, primas y vecinos saludan efusivamente la llegada del ingeniero Carlos, quien afirma que cada que la vida le da la oportunidad, viene para compartir anécdotas de infancia en zapoteco.

Las familias juchitecas se aprestan para despedir mayo, el mes de las olorosas flores de Guié Cháchi (Cacalosúchil) y Guié Xhuba (Jazmín del Istmo) y lo harán saliendo a las calles, caminando, en carretas, caballos y carros alegóricos como partícipes de la regada de frutas.

A diferencia de otras culturas que mueven su economía a través del turismo o de las remesas, la cultura juchiteca fortalece su economía local mediante las fiestas de mayo, donde ganan músicos, coheteros, bordadoras, hacedoras de antojitos, orfebreros, hoteleros y comerciantes.

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