San Juan del Río Choápam.— A esta hora, todas las puertas de la comunidad siguen cerradas. Pasan de las 10:00 de la mañana y a primera vista parece que todo el pueblo duerme. Pero no, no duerme, resiste.

Ha pasado poco más de un mes desde que un baile popular para celebrar al Divino Niño Jesús detonó un brote de Covid-19 y, en la comunidad, todos se mantienen en aislamiento.

Se trata de un pueblo viejo. Las casas de concreto que se alinean por las calles principales que nadie recorre lucen desgastadas, carcomidas por un tiempo que desde que la epidemia comenzó a propagarse parece que no fluye.

La escena se repite en el edificio que alberga la agencia municipal, en la clínica del pueblo y hasta en las parcelas.

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El temor no es menor, puesto que, según los cálculos de la autoridad municipal, en este pueblo, que ya vivía asolado por la violencia arraigada en la frontera entre Oaxaca y Veracruz, suman más de 400 personas contagiadas, de las cuales, 14 permanecen hospitalizadas.

“En un descuido entró la desgracia. Ahora quién sabe cómo se va a poner, hasta a dónde va a llegar, porque se puso brava la cosa, se detiene un rato y comienza otra vez”. El que habla es Jaime, habitante de esta comunidad, la más grande del municipio de Santiago Choápam, en el norte de Oaxaca.

Mientras recorre el cementerio, donde se han sepultado al menos a siete de las víctimas del brote, explica que la vida en el pueblo está detenida y apenas algunos cuantos campesinos salen a vigilar la siembra. Él es uno de ellos, no se puede dar el lujo de descansar. “¿Qué otra cosa se puede hacer?”, pregunta.

“Ahorita no ves raza en el pueblo, está cerrado. Las tiendas están cerradas. No quieren que nadie ande sin cubrebocas porque se complica la cosa”.

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En su caso, narra que hace apenas una semana sepultó a su tía, una persona mayor que no resistió la enfermedad.

La mayoría de los muertos, agrega, ha sido como ella, personas de la tercera edad y la cifra oficial ya va en 14.

“Ya se había calmado, estaban tres familias enfermas. Pero cuando se fueron muriendo, fueron uno después de otro. Tres familias se fueron.

“Se fue la tía, el tío, el sobrino, la mujer y el marido. Todos se fueron. Abandonaron la casa. Ya no existe”, lamenta.

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Aunque Jaime dice que el gobierno estatal sí llegó a sanitizar y llevó medicinas, cuenta que no alcanzaron, pues eran muchos los contagiados.

“Hay compas que todavía están tendidos, ojalá que los salven, porque cuando cae uno, ahí va el otro”, lamenta.

Es por esa razón que Evergisto Gamboa Díaz, edil de Choápam, viajó unas nueve horas a la capital. Aunque dice que la situación ya está más tranquila y de las 50 pruebas aplicadas sólo unas 20 salieron positivas.

Sabe que la emergencia no ha terminado y busca adquirir medicamentos y víveres, pues insiste en que, ahora, el temor es que llegue el hambre, pues los proveedores de alimentos no entran a San Juan del Río.

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“Les voy a llevar víveres y medicamento, como diclofenaco, paracetamol, naproxeno y claritromicina (...) para el centro de salud, cubrebocas, gel y sanitizante”, dice a EL UNIVERSAL, con la convicción de evitar otro brote como el que alcanzó a un tercio de los mil 200 habitantes de San Juan del Río.