.— Carmela Nava González, de 61 años de edad, tiene perfectamente marcado el día y la hora en que su maternidad quedó incompleta: las 10 de la noche del 9 de diciembre de 2013.

Esa fue la hora en que le marcó a su hija menor, Maricarmen Rodríguez Nava, y ya no respondió.

Maricarmen trabajaba en una estética, tenía 19 años. Todos los días llegaba máximo a las nueve de la noche para darle de cenar, bañar y dormir a su hija, Carmen Edith, entonces de tres años.

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“Le marqué a una de mis hijas: ‘Oye, ¿tu hermana no ha ido a tu casa? —No, por acá no ha venido, pero no se preocupe, espérese tantito, a lo mejor tuvo otra persona. No se preocupe, no esté pensando en otra cosa’. Pero dieron las 10 y me preocupé mucho, le comencé a marcar y su celular a puro buzón”, recuerda Carmela.

Esa noche Maricarmen no llegó y comenzó la búsqueda.

“Hoy es cuando más sentimos su ausencia. No hay sonrisas, no hay convivios. Andamos para arriba y para abajo preguntando si alguien la ha visto. Hemos ido a las cárceles, a los cerros y nunca nos dan respuesta”.

Carmela ha buscado a su hija por todos lados. En los primeros tres meses logró, por sus medios, localizar al hombre que se la llevó, incluso lo detuvieron, “pero así como se esfumó mi hija, así se esfumó ese hombre de la justicia”.

“Como dice el dicho ‘con dinero baila el perro’. Yo no tengo dinero, nunca ofrecí dinero, ninguna gallina guisada al juez. Nada. El hombre [que se llevó a su hija] lo reconoció, dijo: ‘Yo me la llevé, pero me la quitaron’, aun así lo dejaron en libertad. Si dijo que se la llevó, quiere decir que es culpable. Entonces, ¿por qué lo dejan en libertad?, porque el papá pagó”, explica Carmela.

Ese hombre era su vecino, vivía a unas casas de distancia, pero ahora está ilocalizable. Huyó con toda su familia.

“A mí, desde el inicio, me dijeron en la fiscalía: ‘Aguas, porque ese juez es vendido’, y sí resultó vendido. ¿Dónde está el muchacho?, debería estar encarcelado”, lamenta Carmela.

“La única esperanza que me queda es la fe con Dios, ya no tengo esperanza en ninguna autoridad, en ninguna justicia”.

Desde hace unos años, Carmela busca a su hija acompañada de su nieta, Carmen Edith, que ya tiene 11 años.

“Quiero exigir justicia por mi mamá. Hoy que es 10 de mayo, para otras personas es muy especial, pero yo no puedo celebrar porque me falta mi mamá. La extraño mucho, quisiera que estuviera conmigo. Quiero que por lo menos viniera a una celebración conmigo, a mi cumpleaños o cualquier cosa. Me gustaría mucho decirle felicidades, abrazarla. Ya como sea, viva o muerta, yo quiero encontrar a mi mamá”, dice la adolescente.

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Las dos forman parte del grupo de madres, hijas, hermanas y esposas que buscan a un familiar desaparecido.

Este 10 de mayo se concentraron en el zócalo de Chilpancingo. Demandaron la presentación de sus familiares. Lo hicieron en silencio. Unidas. Fue un día triste. Muy lejano a la celebración. El dolor predominó.

“Desde el momento en que nos arrebatan a un hijo, a una hija, nos destruyen, porque no sólo le hacen daño a una persona, sino a toda una familia. Llevo 11 años desde que me destruyeron”, dice Gema Antúnez Flores, coordinadora del colectivo Familiares en Búsqueda, María Herrera.

Busca a su hijo, Juan Sebastián García Antúnez. Desapareció a las 11 de la noche del 27 de febrero de 2011, cuando llevaba mercancía a su puesto de hamburguesas, en Chilpancingo.

“Esto es muy doloroso, pero no podemos doblarnos, porque si lo hacemos, ¿quién va a buscar a nuestros hijos?”, recalca.

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