.- Todo estaba listo para que abrieran su taquería, pero antes decidieron comer. Eran las 4 de la tarde de un domingo de finales de enero. Jaime, su esposa, sus dos hijas y su suegra se sentaron en una mesa en la banqueta del negocio. Comenzaban a comer.

A unos 20 metros se detuvieron dos camionetas. Jaime las vio y sintió un presentimiento, algo raro. De inmediato ordenó a su esposa, a sus hijas y a suegra que corrieran, que se metieran al local. Las apuró y también corrió para agarrar su pistola.

Mientras su familia se refugiaba, de las camionetas bajaron dos jóvenes, cuenta Jaime. Los dos con armas en las manos, caminaron directo a la taquería y apenas se acercaron y dispararon. Una, dos, tres, cuatro veces, hasta que quisieron. Jaime intentó defenderse y también les disparó.

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Cuando terminaron, casi caminando regresaron a las camionetas, se subieron y se fueron.

“No creas que se fueron rechinando las llantas, iban bien tranquilos”, recuerda Jaime.

También recuerda perfecto como las dos patrullas de la Policía Turística que estaban a una cuadra no intentaron perseguir a las dos camionetas, se quedaron paradas como si nada hubiera ocurrido.

Tras el ataque, Jaime corrió a ver a su familia, todas estaban bien, sin ninguna lesión, pero todas con el corazón a punto de estallar. Su esposa y su suegra tenían crisis nerviosas. Decidió cerrar el local y llevarlas a un hospital.

La reacción de Jaime no fue un impulso, sabía que en cualquier momento podía pasar. Semanas atrás recibió mensajes donde le exigían dinero. Lo estaban extorsionando. Primero le exigieron 50 mil pesos. Se negó.

“Les dije que podía con 10 mil. No podía más. En Acapulco no hay gente después de las 10 y las ventas no están buenas”, dice.

En el último mensaje le advirtieron: “Si no nos das los 50 mil pesos te vamos a llegar con largos”. Con armas, con rifles.

Jaime cerró 10 días la taquería, ahora atiende con mucho miedo y mucha precaución, sus hijas ya no le ayudan en el negocio, pero la menor sigue sonando que los hombres armados regresan y lo matan.

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LA NUEVA ETAPA DE LA VIOLENCIA

Hace unos meses, las autoridades —desde el presidente de la República hasta la alcaldesa— presumían que en Acapulco los homicidios dolosos y en general la violencia estaban en sus niveles más bajos. Las cifras, así lo decían. Pero vino el cambio de gobierno en la alcaldía y en la gubernatura y la violencia se soltó de nuevo.

Esta nueva etapa de violencia comenzó minutos antes de que la alcaldesa, la morenista Abelina López Rodríguez, rindiera protesta en el cargo. La noche previa hombres quemaron la discoteca Baby’O y le siguió la quema del tianguis de la colonia Zapata, el asesinato de ocho choferes de la ruta de la Costera Miguel Alemán, los decapitados, más asesinatos contra transportistas, los homicidios en playa, otros decapitados. Llegó enero y los empresarios comenzaron a denunciar que los criminales los asfixiaban con las extorsiones. La noche del 19 febrero desde casi cualquier punto de la ciudad se vio una columna de humo: 80 puestos del mercado central fueron quemados por hombres armados. Una de las versiones es que un grupo criminal los quemó porque los locatarios un día antes se negaron a protestar para exigir que militares dejarán de vigilar esa central de abasto. Apenas comenzaba el último día de febrero, cuando a las 6:30 de mañana cuando llegaba al gimnasio, fue asesinado a tiros Juan Carlos Brito, un ex funcionario y delegado del PAN en el puerto. El primero de marzo, en plena Costera un ex funcionario de la alcaldía se aventó de un automóvil en curso cuando vio a militares. Había sido secuestrado días atrás. En los días de cautiverio le mutilaron un dedo del pie. El sábado 2 de abril, en playa Manzanillo dos hombres armados asesinaron a otros dos; cuando intentaron huir policías ministeriales los persiguieron y los asesinaron. Cuatro asesinatos con la playa llena de turistas que corrieron a protegerse. Dos días después, en la colonia Renacimiento dejaron abandonado un automóvil con cuatro cadáveres, uno el de una mujer. El jueves 7, en el poblador de Barra Vieja, muy cerca de la zona Diamante, emboscaron integrantes del grupo de autodefensa de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (Upoeg), dos murieron y otros tres quedaron heridos.

Así la violencia ha ido recordando a la ciudad que el terror que se instaló hace más de 15 años no ha terminado. Desde ese tiempo, Acapulco está lleno de militares que no han podido detener la violencia.

“HAY QUE PAGAR LO QUE DIGAN”

Eran las 11:30 de la noche del 19 de febrero, cuando Ernesto recibió una llamada a su celular, de un familiar. Lo alertó: el mercado central, donde están sus dos locales, se estaba quemando.

Ernesto salió corriendo de la reunión en la que se encontraba. Se apuró a llegar pero cuando estuvo frente a sus dos puestos, los vio hechos cenizas. Pidió a los policías y bomberos pasar por si todavía podía rescatar algo. Cuando el incendio estaba controlado pudo pasar. Rescató sólo un martillo.

A inicio de marzo, Ernesto amarraba una lona de una pared para cubrirse del sol y vender algunos de sus productos, era el único del área donde se quemó la mayoría de los 80 puestos.

Esa noche perdió todo, 20 mil pesos en productos, y asegura que sus dos puestos eran su único sustento.

—¿Qué les han dicho de las causas del incendio?

—El peritaje de bomberos dice que fue un corto circuito.

—¿Y ustedes qué piensan?

—Nada, ya se quemó y ya.

Un día antes, un grupo de comerciantes bloqueó calles para exigir la salida del Ejército del mercado. Acusaron a los militares de maltratos y abusos.

El Ejército de inmediato dijo que las protestas eran porque la banda criminal que opera en el mercado obligó a los comerciantes a bloquear las calles. Luego en algunos medios de comunicación se dijo que los militares hallaron armas en locales del mercado.

Ernesto lo niega. Dice que en las bodegas no había armas y descarta que ellos formen parte de alguna banda.

“Somos comerciantes que trabajamos todos los días”, dice con firmeza.

En cambio, reconoce Ernesto, a las bandas las tienen encima. Así como pagan impuestos al ayuntamiento, asegura, lo hacen con los criminales. Recuerda que comenzaron cobrándole 20 pesos diarios, ahora paga 200 semanales.

“No queda de otra, hay que pagar lo que te digan, porque si no luego te vienen a golpear o hacer otra cosa”, dice Ernesto.

AUSENCIA DEL ESTADO

Carlos Juárez Cruz, es el director del Instituto para la Economía y la Paz (IEP). Es acapulqueño y gran parte de su vida la ha pasado en Acapulco.

Es contundente en su análisis de la situación que vive actualmente el puerto: no se ha hecho ni el intento por entender qué está pasando.

“Me parece que en Acapulco hace falta entender los patrones, tendencias que con los años se han hecho muy claras. Sabemos que en las elecciones se eleva la violencia y cuando pasan, gane quien gane, hay como una especie de reajuste, nuevos equilibrios negociados o no negociados. Esa información debería servir para prevenir”.

Explica que en el IEP detectaron que al final del gobierno del priista, Héctor Astudillo Flores, hubo una caída en la violencia; Guerrero pasó de la posición 31 a la 25 en el índice de paz.

“Para este año esperamos que no cambie mucho, pero estamos viendo que la tendencia está empeorando por el aumento de la violencia”, dice.

—En Acapulco ya hay tendencias muy claras de la violencia: ¿Por qué no se atiende? ¿No te parece que hay una omisión deliberada?

—Lo que está pasando en Acapulco me parece grave: hay una ausencia del Estado. Si grupos del crimen organizado controlan territorios, cobran impuestos, si proveen la seguridad, si los ciudadanos les rinden cuentas, eso es un repliegue del Estado. Un grupo criminal no podría espontáneamente apropiarse de un territorio, podrían intentarlo, pero no podrían si el Estado está funcionando.

—¿No te parece que este repliegue es intencional, una intencionalidad de generar estos vacíos?

—Algunas veces es intencional y otra es omisión pero también veo una degradación, un deterioro grave de la ciudad. Y ahí nos es crimen organizado, en la ciudad los servicios no funcionan, la ciudad no opera, no sé si hay algo que funcione en Acapulco. El agua, por ejemplo, cómo es posible que el gobierno tenga el monopolio de un servicio indispensable para la vida, donde toda la ciudad es tu cliente y lo quiebras. De plano hay que ser demasiado torpe o corrupto. Eso mina la esperanza de la gente, el poder imaginar que esta ciudad puede funcionar de otra manera.

Al caos institucional, Carlos Juárez ubica otro caos, el de las bandas criminales. Hace tiempo, dice, tuvo el dato de que operaban en el puerto unas 20.

“Eso complica todo porque ahora hay que entender dinámicas hiperlocales, ahora no basta entender la dinámica estatal, municipal sino de ciertas zonas, algunas colonias”, explica.

—En el caso de Acapulco, está el asunto social, además de resolver la violencia, se debe resolver, la pobreza, el agua, la basura, el drenaje, los servicios básicos.

—De entrada parece una agravante, pero veo una ventaja, porque si empiezas a resolver el agua, el drenaje, el transporte público, la contaminación, el respeto a la cultura vial, la contaminación auditiva y toda una lista, que no son la violencia y la delincuencia, en cuanto comience a funcionar la ciudad se va beneficiar el tema de la violencia.

“ESTAMOS CON MIEDO PERO NO TENEMOS DE OTRA”

Al día siguiente del ataque, Jaime colocó dos lonas en la fachada de su negocio implorando ayuda. Las lonas estuvieron 10 días hasta que volvió a abrir la taquería. Ninguna autoridad se acercó a ayudarlo.

“Fui a ver al senador Félix Salgado y me ignoró, nunca llegaron los de la fiscalía”, lamenta.

Jaime retomó su negocio, pero ya nada es igual: “Aquí estamos con miedo pero no tenemos de otra”.

La taquería es el único sustento de su familia desde hace 20 años.

—¿Qué medidas has tomado para resguardar a tu familia?

—Mis hijas ya no están en el negocio, llegan de la escuela y a la casa, antes cerrábamos a las 3 de la mañana, ahora apenas y vacían las calles.

El ataque también afectó a sus clientes, muchos dejaron de ir: “Ahora me hablan para que se los lleve pero eso afecta porque ya no me consumen el agua, el refresco o algo que se les antoja en el momento. No me lo dicen pero me imagino que no quieren bajar”.

Jaime intentó irse de Acapulco con su familia pero no pudieron, la mudanza, los gastos, la vida de sus hijas los hizo detenerse. Pero se siente indefenso.

“La verdad da mucha impotencia, la gente denuncia a los policías que andan mal, los suben a las redes y ahí andan como si nada. ¿Por qué no los corren? Acapulco está en plena decadencia, uno no confía en el gobierno, en la policía, acá uno ve que entra un militar a la Policía y se anima, pero la verdad todo sigue igual”.

UN TEMA POLÍTICO

—¿Qué no se ha aprendido en Acapulco? Son más de 15 años en la violencia.

—No sé si en las mismas o peores. El tema de seguridad cada vez va siendo más cercano al círculo al que tú estás y eso significa que la inseguridad está creciendo. —dice el empresario del puerto, Carlos Reyes París.

—De parte de las autoridades, ¿Qué ha fallado?

—Yo creo que Acapulco, como otros municipios de Guerrero, necesitan de mano firme. No dura, firme. No se necesitan nuevas leyes, se necesita que se apliquen para que no haya corrupción e impunidad y esto es un tema político. Hablábamos con un mando militar, y nos decía que tienen trabajo de inteligencia, pero no pueden hacer nada si no reciben la indicación.

—¿A qué se refiere, cuando dice que es un tema político?

—Es que no es que tanto es político, el asunto es que la instrucción debe venir de alguna autoridad para que todas las dependencia trabajen para que haya una mejor seguridad y eso es un tema político.

—¿Ve una salida para Acapulco?

—Nunca es tarde, así que ahora no veo una solución pronto. Mira la policía, el Ejército, la , la ministerial, el Cisen, hasta los partidos políticos tienen un sistema de inteligencia, cree que ellos no saben el qué, el cómo, el cuándo, ahí está la respuesta, debe haber una instrucción para que se actúe.

—¿Y por qué cree que no se actúa?

—No lo sé. Pero hay una instrucción presidencial: abrazos no balazos. No sé si eso sea una política de amarrarle las manos a muchas personas. Y la no instrucción es un tema político.

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“AHORA VIENEN DE TODOS LADOS”

Hace ocho años, Jaime tramitó el permiso para portar un arma. La decisión la tomó después de un intento de extorsión.

A un negocio que tenía en la zona dorada una vez llegaron dos motos. Jaime acababa de salir, apenas iba dando la vuelta. Llegaron y preguntaron a los trabajadores por el dueño. Luego fueron con una de mis hijas que estaba en la caja. Preguntaron por un familiar, le dijeron el nombre de Jaime. Luego que había tenido un accidente en su tsuru blanco, pero Jaime nunca ha tenido un tsuru. Su hija les dijo que no sabía nada. Se fueron.

“Me habló mi hija, me contó y le dije que se saliera del negocio, que se fuera a otro lado, que se metiera a un bar a donde encontrara”.

Después de eso tramitó el permiso para portar arma.

Esa fue una de las tantas veces que lo han querido extorsionar, pero no todas las ocasiones se ha podido salvar.

“Ya había dado la extorsión para estar más tranquilo. En Acapulco casi todo dan. Te hablan muchos, unos dicen que son de un grupo, otros que del otro, luego te dicen que porque hubo cambios, que ya hay otro cártel. Son muchas personas. Antes le daba a una persona, máximo a dos, pero ahora vienen de todos lados”.

—¿Tienes miedo?

—Sí tengo miedo. Tengo más miedo que le pase algo a mis hijas. Uno debe ser valiente, no tener miedo porque por eso nos están haciendo esto.