El es el lugar donde el público vive la experiencia de lo efímero e irrepetible. Esta no debe excluir a nadie y por ello hay que facilitar la conexión entre la historia y el espectador.

Hiram Bustamante es sordo. Fundó la escuela Aprendiendo LSM, que se dedica a preparar a personas de cualquier condición física para que puedan comunicarse en lenguaje de señas mexicano (de ahí las iniciales de su institución). De su institución salieron algunos intérpretes que participan en las obras Niño perdido y Las Meninas.

“Por lo regular no hay intérpretes en las obras, entonces, no puedes entender, no tienes la información que se está dando. Es muy diferente la sensación cuando hay un intérprete, porque te emocionas al ver el mensaje o lo hermosa que es la puesta en escena, a mí me gusta mucho el teatro”, explica.

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Rebeca Moreno, productora de Niño Perdido y operadora del Teatro Xola, considera tomar en cuenta la capacidad que todos tienen de inclusión. Lamenta que al grupo de personas que viven con alguna discapacidad como sordera, ceguera, o quienes forman parte del espectro autista no sean considerados en proyectos importantes.

“Sí traemos a personas que de otra manera no vendrían al teatro, entonces venimos ganando todos”, opina.

El teatro se vive desde la inclusión
El teatro se vive desde la inclusión

Buscan comprensión en las salas

Quienes pertenecen al espectro autista, con frecuencia lidian con un mundo que los puede abrumar, al poseer una sensibilidad especial, como a luz intensa o un ruido fuerte.

Hace cinco años, El rey león se adecuó para que personas con esta condición vivieran la experiencia del teatro: atenuando luces, quitando los sonidos fuertes de la orquesta y efectos especiales, asignando áreas por si alguien necesitaba salir y teniendo personal para asistirlo.

También se llevan a cabo pláticas previas para el elenco y el personal del teatro sobre el autismo, algo que se repetirá el 28 de agosto con Aladdín.

“Como padres de un niño, niña, joven o adulto con autismo o una condición de vida, lo único que necesitamos es un espacio en donde le digamos a las familias: ‘vengan que aquí las vamos a tratar bien...’ Que si un niño por cualquier cosa tiene que abandonar la sala, va a haber una persona que lo trate bien, donde las cosas sean, ‘¿te puedo ayudar en algo?’, y no un juicio social o alguien regañando”, dice Gerardo Gaya, fundador de la asociación Iluminemos por el Autismo.

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Una de las cosas que Gilbert considera en sus teatros, como los recintos del Centro Teatral Manolo Fábregas, es que tengan las condiciones adecuadas para que la gente con alguna discapacidad tenga acceso seguro, porque ese es otro problema por el que este público no asiste cotidianamente a una obra.

“No se trata de ser buena o mala onda. La Ley de Protección Civil exige que los teatros estén habilitados, pero desgraciadamente en México las leyes no son leyes, son sugerencias, pero en nuestro caso cumplimos con lo que indica, es lo que toca y correspone”, dice Gilbert.

Tanto el productor como Rebeca Moreno están de acuerdo en que las funciones deben estar abiertas a todo público, porque también se estaría realizando un acto de segregación o discriminación al cerrarlas.

La idea principal es crear empatía y conciencia respecto a quienes viven con alguna discapacidad, que en México son alrededor de siete millones, según el Censo de Población y Vivienda del INEGI, 2020.

Concientizar desde el escenario

Hace 15 años, al actor Juan Carlos Saavedra se le ocurrió hacer teatro en la oscuridad con personas ciegas, comenzó a recibir invitaciones a eventos sobre discapacidad, como mesas de diálogo o conferencias, o encuentros de los cuales muy poca gente se enteraba.

“Pero cuando yo les decía que no sabía nada al respecto uno de ellos me dijo, ‘a los ciegos nadie los toma en cuenta en las cosas culturales. Cuando vemos que hay alguien que abre esa puerta inmediatamente lo abrazamos y lo hacemos parte de nosotros’, entonces tomé como un cometido profesionalizarnos”.

Así nació la compañía Teatro Ciego, que cuenta entre sus filas con actores ciegos y normovidentes, con quienes ha montado obras como ¿Quién soy? Recetario sobre usted mismo y Cartografías de la memoria, preocupándose en hacerlas accesibles a un público diverso.

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“Es muy complicado pero es nuestro granito de arena desde donde nos corresponde, o desde nuestras capacidades técnicas y tecnológicas que nos permitan resolverlo”, subraya.

El reto más grande suelen ser los costos para poseer un sistema de audio descripción, lo que les significaría una inversión de 300 o 400 mil pesos, pero les ayudó el ingenio de Izza Flores Navarrete, diseñadora sonora.

Junto a la directora Anabel Saavedra, ideó un sencillo sistema que consiste en audífonos en las butacas, conectados a un cableado que llega a una pequeña consola, donde alguien describirá lo que pasa en escena. Todo ha tenido un costo aproximado de 10 mil pesos.

El teatro se vive desde la inclusión
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