En las discusiones sobre pobreza, desigualdad y las distintas formas de medir una y otra se ha dejado de lado un problema estructural que es causa y consecuencia de ambas: la discriminación de la que son objeto amplios sectores de la población. Por un lado, la discriminación genera pobreza. Por el otro, la condición de pobreza también es motivo de discriminación. Así, pobreza, desigualdad y discriminación forman el gran círculo de la exclusión en México.

Nos hemos acostumbrado a pensar en la discriminación como un asunto marginal, un problema que atañe a las mal llamadas “minorías”. Nada más lejano a la realidad de un país donde la discriminación tiene profundas raíces culturales e históricas y está en el centro de nuestra vida en sociedad; en un país donde la mayoría de las personas padecen una u otra forma de discriminación, ya sea por edad, género, etnia, color de piel, condición económica, etcétera.

Esa discriminación importa especialmente porque se traduce en la exclusión de millones de personas a derechos, bienes, servicios y oportunidades. A pesar de ello, se habla de pobreza y desigualdad mucho más de lo que se habla de discriminación, cuando en la realidad el círculo de exclusión de la que son objeto la mayoría de las personas obedece tanto al binomio pobreza y desigualdad, como al problema de discriminación que coloca a ciertos grupos sociales en una situación de desventaja y tiene efectos concretos en sus niveles de ingreso y calidad de vida.

La discriminación agrava los grandes problemas nacionales. En el caso de la pobreza y la desigualdad, es también una de sus causas porque impide que todas las personas tengan las mismas oportunidades desde su nacimiento. Millones de personas son excluidas todos los días de escuelas, servicios de salud, programas públicos y oportunidades laborales por razones tan injustificables como ser mujer, indígena, trabajadora del hogar o afrodescendiente.

Los casos que llegan todos los días al Conapred lo ilustran con claridad: niños que no son atendidos en hospitales públicos porque sus padres no pueden pagar un estudio de laboratorio; niñas y niños indígenas marginados en sus escuelas porque no hablan español; personas con discapacidad excluidas de programas públicos de salud; mujeres acosadas laboralmente por su apariencia física; hombres despedidos de su trabajo por su condición económica y social.

La discriminación genera pobreza y desigualdad. Sus efectos materiales durante todo el ciclo de vida son evidentes. Por ejemplo: dos de cada tres niñas y niños que no asisten a la escuela son indígenas, un jornalero indígena gana la mitad que uno no indígena por hacer el mismo trabajo, la mitad de la población indígena gana menos de 45 pesos diarios y tan sólo entre 2012 y 2014, 428 personas indígenas cayeron en pobreza extrema cada día.

Si se contabiliza trabajo remunerado y no remunerado, las mujeres en promedio trabajan cerca de 11 horas al día, pero sólo reciben pago por cerca de la mitad. El 50% de las personas con discapacidad de más de 15 años no saben leer ni escribir o tienen como máximo educación secundaria, mientras que dos de cada tres trabajadoras del hogar ganan menos de dos salarios mínimos.

Pero la pobreza y la desigualdad también generan discriminación: muy a menudo a las personas pobres se les niegan derechos y oportunidades por el simple hecho de parecer pobres, generalmente en virtud de su apariencia física. De hecho, la condición económica y social es la principal causa de discriminación en México, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010. Solamente después siguen la edad, el género y la religión.

La relación entre discriminación y desigualdad también es evidente cuando se miran las enormes diferencias de poder entre los grupos discriminados y no discriminados. Uno de los casos más dramáticos es el acceso a la justicia penal. En México, como mostró el Reporte sobre Discriminación 2012 del Conapred, se detiene, procesa y castiga a quienes menos tienen: menos ingreso, menos educación, menos contactos sociales.

La discriminación hace más desiguales a los desiguales, vuelve más pobres a los pobres y condena a la marginalidad inaceptable a millones de personas. Si queremos una sociedad con menor pobreza y desigualdad, no podemos ignorar los efectos de la discriminación ni seguir pensando que es un problema de algunos pocos. Luchar contra la discriminación, como lo mandata el artículo primero constitucional, es tan importante como la obligación de luchar contra la pobreza y la desigualdad.

Coordinador de Asesores del Conapred

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