El centenario de la Constitución traerá ceremonias y discursos que, mucho me temo, abonarán al vacío de sentido que vivimos. Los festejos coinciden con un momento de cambios sociales profundos que anuncian un entorno diferente para México y el mundo, y que ponen en entredicho muchas de las certezas que constituían los pilares fundacionales de nuestra Constitución. Festejaremos un texto cimbrado por una realidad que desafía sus promesas y que agota muchas de sus certezas.
Empecemos por preguntarnos qué significa la Constitución para los ciudadanos. La tercera encuesta de cultura constitucional del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, levantada a finales de octubre de 2016, muestra una triste realidad. Por un lado, confirma que 91% de los mexicanos declara conocer poco o nada nuestro centenario texto. Del lado de la percepción, 84% de la población cree que la Constitución se cumple poco o nada. ¿Podemos razonablemente esperar que los festejos tengan algún significado a partir de estos datos?
Pero la encuesta muestra también un sombrío ánimo social. Los sentimientos que predominan son el “enojo” (43.7%) y el “miedo” (38.5%), la percepción general es que la situación del país es peor a la que teníamos hace un año y casi tres cuartas partes de la población creen que el país va por el camino equivocado. La falta de confianza en el gobierno es pobre (69% confían nada o poco) y en los políticos aún peor (74%).
Más allá de los datos, el entorno global muestra que las instituciones de la democracia representativa son insuficientes para dar respuesta a las múltiples manifestaciones que exigen con urgencia un cambio de modelo. En casi todos los países de mundo occidental existe un divorcio profundo entre las clases políticas y los ciudadanos, descontento que facilita la emergencia de fenómenos como el Brexit o la llegada de personajes como Trump a la presidencia del país que, durante décadas, fue el paradigma de las promesas del mundo libre y democrático.
La Constitución de 1917 es la misma, pero es otra. No podemos entenderla sin considerar las razones de sus más de 600 reformas que han generado de hecho una nueva constitución. Conviene reconocer los avances en materia de derechos fundamentales, sistema electoral, división de poderes, autonomías constitucionales y mecanismos de defensa de la Constitución. Pero también admitamos los graves déficits que tenemos en materia de federalismo, corrupción, procuración e impartición de justicia y gobernanza democrática.
Si nos empecinamos en una celebración que se limite a cantar loas al pasado sin mirar los retos del futuro nos equivocaremos gravemente. En el contexto actual, el centenario de la Constitución exigiría un replanteamiento profundo del pacto social para generar uno nuevo basado en una lógica distinta y construido con base en información, diálogo y responsabilidad. De no hacerlo repetiremos la fórmula de promesas y retórica (sirva la Constitución de la Ciudad de México como el mejor ejemplo).
El centenario es la oportunidad de replantearnos qué queremos de una Constitución, no como aspiración, sino como una voluntad política compartida que compromete y obliga. Atrevámonos a preguntarnos, qué derechos y qué obligaciones queremos los mexicanos y junto con ellos qué diseño necesitamos para que cualquier ciudadano pueda saber a quién le toca hacer qué, con qué recursos y con qué mecanismos de rendición de cuentas. Esa ruta, creo, constituiría de verdad una celebración.
Director del CIDE