Se ha vuelto deporte mundial indignarse por los constantes exabruptos de Donald Trump, maestro en el arte de la grosería. Solo en los últimos días, Trump nos ha regalado dos perlas de vulgaridad. La primera, un ataque de una misoginia asombrosa contra la periodista Mika Brzezinski, de la cadena MSNBC. A través de un tuit (medio de comunicación preferido del insultador en jefe), Trump dijo que la señora Brzezinski —“loca”, “de bajo IQ”— “sangraba de fea manera” después de una cirugía estética cuando lo visitó en su casa de campo de Mar-a-Lago. El tuit resultó ser no solo incendiario sino falso, como muchos otros de los mensajes que acostumbra el presidente estadounidense. Después, en pleno fin de semana del 4 de julio —en el que Estados Unidos celebra su independencia y los valores admirables sobre los que fue fundado— Trump volvió a las andadas, tuiteando un breve video suyo golpeando a un hombre junto a un cuadrilátero de lucha libre. En lugar de rostro, el hombre al que ataca Trump lleva el logotipo de la cadena CNN (el episodio, por lo demás, de verdad sucedió: Trump alguna vez participó en una escandalosa función de lucha libre). Todo esto sería cómico si no se tratara del presidente de EU y si los desplantes trumpianos no sirvieran como una muy eficaz cortina de humo para distraer de lo que está ocurriendo en Washington: la puesta en práctica de una larga lista de medidas crueles que atentan contra los que menos tienen, los migrantes y las minorías.

El ejemplo más reciente es, también, de la semana pasada. La Cámara de Representantes, dominada por los republicanos, votó para aprobar un par de proyectos de ley que atacan directamente a las llamadas “ciudades santuario”, donde los inmigrantes encuentran refugio y no persecución y establecen penas severísimas para quienes, habiendo sido deportados, sean detenidos de nuevo en territorio estadounidense. Al mismo tiempo, el gobierno estadounidense anunció que comenzará a arrestar a quienes contraten “coyotes” para traer a sus hijos a Estados Unidos. Una portavoz de ICE, la agencia encargada de las detenciones migratorias, explicó que la intención de la medida es detener las rutas de tráfico humano rumbo a Estados Unidos. Y aunque es innegable que existen redes terribles y crueles encargadas del tráfico de seres humanos, la medida que impulsa el gobierno estadounidense deja de lado, una vez más, la realidad de una inmensa mayoría de inmigrantes, para los que ese tipo de proceso migratorio, por despreciable y peligroso que sea, es la única vía no solo para reencontrarse con sus seres queridos sino para salvarles la vida.

Necesitaría muchísimo más del espacio que tengo en esta columna para compartirle al lector todas las historias que he escuchado de padres inmigrantes. Muchos tienen en común más o menos la siguiente trayectoria. Desesperados ante la pobreza y la marginación en sus países de origen, emprenden el camino al norte. Lo hacen solos o acompañados de su pareja o algún familiar, dejando atrás a los hijos, que en muchos casos permanecen con los abuelos, quienes asumen, por años, el papel de padres. Algunos inmigrantes, no sobra decirlo, olvidan a los suyos. Pero la enorme mayoría trabaja arduamente con la sola ilusión de unir de nuevo a su familia en un país donde, a pesar de todo, la vida es posible. A veces, ese proceso se acelera por la muerte de los abuelos o, igualmente doloroso, por el creciente riesgo de la violencia (las historias que yo he escuchado de jóvenes mujeres amenazadas con ser raptadas, violadas, esclavizadas en países como El Salvador y Honduras…) Así, los padres inmigrantes en EU no tienen en realidad otro camino más que “traer” a los hijos, confiándoles la vida a contrabandistas. No lo hacen porque quieren. Lo hacen porque no tienen otro camino. Para los padres, es poner la vida de sus hijos en manos de coyotes o saber que arriesgan la misma vida todos los días en la pobreza, la violencia y la marginación. Para los hijos, es arriesgarlo todo e ir al encuentro de los padres o morir…o peor. ¿Usted qué haría, lector?

Nada de esto implica que hay que protegerle la chamba a los contrabandistas de seres humanos. En lo absoluto. Pero, en materia migratoria, el gobierno de Estados Unidos debería resistir estrategias punitivas, simplistas de origen. Parece una obviedad, pero no lo es tanto: el fenómeno migratorio lo protagonizan seres humanos, con anhelos, temores, necesidades y pasiones. Tratarlos como bajos criminales es de una enorme crueldad, de una repugnante dureza de alma. Y esa lección aplica para el gobierno de Estados Unidos y para el de México, que no se queda atrás en su maltrato cotidiano de esos mismos muchachos quienes, con esa mezcla inconfundible de miedo e ilusión en los ojos, avanzan metro a metro para escapar de la muerte y abrazarse con sus padres.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses