Salvo que ocurra un cambio sísmico, sin precedente alguno en la historia estadounidense, Hillary Clinton ganará las elecciones presidenciales del 8 de noviembre. La revelación de la repugnante misoginia de Donald Trump lo ha alejado de manera probablemente definitiva de grupos demográficos necesarios para llegar a la Casa Blanca, empezando por las mujeres (Clinton tiene 20 puntos de ventaja) y los votantes independientes (el margen es de once puntos). A estas alturas tendría que ocurrir un evento de magnitudes insospechadas y hasta absurdas para cambiar la tendencia. Eso no quiere decir que no existan factores que podrían aún incidir en el resultado. El más importante es una suerte de déficit de entusiasmo: si la base de apoyo de Clinton opta por no presentarse a votar y el enardecido voto duro de Trump decide hacerlo en masa, la elección podría convertirse en la mayor sorpresa de la historia de la democracia moderna occidental. Pero el resultado sería exactamente eso: un cisne negro.

Cuando la tormenta haya pasado y Donald Trump vuelva a su cursi departamento de Manhattan a lamer sus heridas, será momento de sacar conclusiones sobre lo que ha dejado tras de sí este enloquecido año electoral en Estados Unidos. La mayoría de las secuelas serán evidentemente negativas. Trump le dio un renovado brío al discurso del odio y a grupos marginales cuyas voces siempre han representado el lado más oscuro de la psique estadounidense. Jorge Ramos, mi colega de Univision, acaba de presentar un documental indispensable sobre el tema producido con HBO: Sembrando odio. El título es perfecto. En efecto, a través de su encendida retórica nativista, Trump ha plantado (y cosechado) una animosidad que permanecerá más allá de la elección y será un reto enorme no solo para el siguiente presidente de Estados Unidos sino para las próximas generaciones. En efecto: una casa dividida contra sí misma no se mantiene en pie por mucho tiempo.

Lo curioso, sin embargo, es que el huracán Trump también ha dejado una interesante serie de lecciones y fenómenos positivos. A vuelapluma, se me ocurren tres. El primero es el efecto que ha tenido Trump entre los hispanos. Aunque el incremento de registro de votantes y procesos de ciudadanización no ha sido tan notable como se esperaba (y si Trump gana, los hispanos habrán dejado pasar la mayor oportunidad imaginable para demostrar su peso y valor en Estados Unidos), es evidente que la figura de Trump ha dado pie a interesantes movimientos de reacción entre la comunidad latina. Me atrevo a apostar que el 2016 será el momento en que comenzarán varias carreras de políticos hispanos, animados a la arena pública por la amenaza nativista. Trump será, para Estados Unidos, lo que Pete Wilson y la propuesta 187 fueron para California.

Otra consecuencia positiva de Trump ha sido la enorme fortaleza no solo del voto femenino sino de las mujeres en Estados Unidos. A final de cuentas, por ejemplo, los escándalos de abuso sexual de Donald Trump han permitido que sus víctimas den una muestra de inédita valentía frente a una cultura de abuso sexual. Al denunciar el abuso de la manera más pública posible, establecen un precedente que no podría ser más poderoso: serán ellas quienes nieguen el acceso al poder a su acosador. Hay algo de justicia poética en el hecho de que sea el voto femenino el que lleve a la Casa Blanca a la primera presidenta en la historia del país. El año de la mujer gracias a las mujeres: buena cosa.

Por último, pienso en la reivindicación del periodismo, digamos, clásico. Vivimos en el mundo de las redes sociales, y qué bueno que así sea. Ya es imposible imaginar la vida sin Twitter, Facebook y demás, lo mismo que sin sitios de noticias como Buzzfeed, Político y demás. Su ubicuidad y preponderancia son tales que muchas voces han sugerido la muerte, lenta pero segura, de los medios más tradicionales. Resulta que los buitres tendrán que esperar. En términos periodísticos, la elección del 2016 ha pertenecido por entero a The New York Times y sobre todo a The Washington Post. Como en los viejos tiempos, los dos grandes diarios estadounidenses cambiaron el rumbo de la elección. Y lo hicieron no con videítos virales sino con investigaciones largas, emocionantes y profundas: periodismo en estado puro. No hay mejor noticia para la salud de la democracia estadounidense.

Ahora solo falta que pierda el energúmeno…

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