En cinco días —el 14 de abril— se cumplirá un mes de que la Ciudad de México y su zona metropolitana registraron el peor nivel de calidad de aire desde 2002.

Una de las primeras medidas adoptadas fue restringir la circulación vehicular sin importar que los autos contaran con calcomanía cero o doble cero. Las vacaciones de Semana Santa dieron un respiro, pero días antes de que terminara el asueto la Comisión Ambiental de la Megalópolis anunció el Programa de Contingencias Ambientales Atmosféricas para la Temporada Seca-Cálida.

La medida central es la misma que se había tomado en las dos semanas previas: endurecer el Hoy No Circula restringiendo el uso de vehículos automotores sin importar su antigüedad.

Tratar de resolver el problema poniendo límites sólo a uno de los elementos que lo causan no ha bastado para contener la contaminación, de acuerdo con lo que todos hemos visto. Pese al anuncio y al endurecimiento, el primer día de las disposiciones la ciudad entró en una nueva crisis ambiental que obligó a prohibir la circulación de más vehículos el miércoles 6 —ese día aún se mantuvieron altos los niveles de contaminación.

El tema de la contaminación atmosférica es añejo para los capitalinos. La restricción a la circulación de autos comenzó en 1989, hace ya 27 años. Se han creado y actualizado programas para atender el problema, pero no siempre se han cumplido.

EL UNIVERSAL da a conocer hoy que existe uno en vigor desde 2011, pero no se le ha dado puntual seguimiento. ProAire fue puesto en marcha ese año por autoridades del entonces Distrito Federal, del Estado de México y por el gobierno federal con la característica principal de ser un programa transexenal.

El objetivo era aplicar una serie de acciones con el fin de que en 2020 los contaminantes se redujeran 50%. Para lograrlo el programa se estructuró alrededor de ocho estrategias que comprenden 81 medidas y 116 acciones. ¿Se ha cumplido con lo que estipuló el programa? No de manera óptima ni al 100% de como estaba previsto.

El pasado 30 de marzo las autoridades quedaron a deber acciones de mayor alcance, aunque quizá ya no se requieran si voltean a ver lo firmado hace poco más de cuatro años.

La falta de una cultura de elaborar y atender planes transexenales se está reflejando en ignorar lo pactado previamente. Es válido evaluar todo lo que gobiernos anteriores han hecho, corregirlo y criticarlo de manera transparente con argumentos, e incluso desecharlo si se presenta una alternativa mejor. Lo que no debe hacerse es arrumbarlo o echarlo en saco roto. Las consecuencias las padecemos todos: en nuestra calidad de vida y en nuestra salud.

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