En México, el acoso sexual a las mujeres sigue siendo, desafortunadamente, una práctica común. No es extraño que en las calles, en el transporte público, en el ámbito laboral, e incluso en el entorno familiar, este fenómeno exista, pese a las campañas, claramente insuficientes, que en nuestro país se han emprendido para frenarlo.

Como botón de muestra, sólo en la Ciudad de México, más del 65% de las mujeres que usan el transporte público ha sido víctima de acoso sexual.

El acoso sexual consiste en piropos obscenos, groserías, bromas y comentarios sexuales, miradas lascivas y agresivas, y en el roce o contacto directo con alguna parte del cuerpo.

A pesar de que el hostigamiento y el acoso sexual son figuras jurídicas previstas en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, y de que se tipifica en los códigos penales de las entidades federativas y por ende se persigue por las procuradurías locales, las cifras oficiales en el país parecen no reflejar la realidad, en buena medida debido a que por desconocimiento, vergüenza o temor las afectadas no denuncian.

Y justamente la falta de denuncia evita, en parte , dimensionar realmente esta problemática, lo que a su vez impide que los casos sean atendidos oportunamente por las autoridades, y se repare el daño a las víctimas. Por ello, generar conciencia sobre el acoso sexual entre la sociedad es especialmente urgente, en vista de que la existencia de una norma legal no ha repercutido en la disminución de esta práctica.

Según especialistas, para combatir este fenómeno se debe fomentar la denuncia de las mujeres —porque sólo si la víctima denuncia es que se procede contra el hostigador—, y para ello se requiere que las personas que viven esta situación se reconozcan como víctimas, y rechacen estas conductas entendiendo que constituyen delitos. Los expertos coinciden además en que debe revisarse la ley y aumentarse las penas.

También señalan que tendrían que repasarse los protocolos que se siguen luego de una denuncia porque, según testimonios publicados hoy en EL UNIVERSAL, el seguimiento que se da a los casos es lento, engorroso e incluso excluyente.

Pero al mismo tiempo, es necesario emprender campañas que generen conciencia entre toda la sociedad, para que así se comprenda el alcance del daño que provocan estas conductas, y en el caso, por ejemplo, del grupo social cercano a la víctima, evitar la revictimización, la vergüenza y la culpa.

Sólo con información y educación será como se termine con esta práctica nociva. Ninguna mujer debe minimizar cualquier comportamiento violento, todas deben apostar por una vida libre de violencia y por el respeto a su integridad física, psicológica y moral.

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