Texto y fotografía actual: Carlos Villasana y Ruth Gómez

Diseño web: Miguel Ángel Garnica

Recién cae la tarde en el centro de la ciudad y se escucha la fuerza con la que la lluvia golpea sus calles. Las peticiones que se apoderan del cuchicheo citadino quieren que el transporte público funcione sin retrasos, que el tráfico no sea tan pesado o que no se vaya la luz. Mientras tanto, los charcos van apareciendo en el suelo, haciendo que los transeúntes los salten o eviten con movimientos semejantes a los de una danza o a un juego.

Lo cierto es que hay una relación extraña entre la lluvia, la capital y sus habitantes. Algunas veces la precipitación es tan estruendosa que nos hace saltar del susto, otras llegan en el momento exacto y nos permiten disfrutar un día entero en casa. También están las muy queridas aguas de primavera, que pintan las avenidas con un verde-lila intenso o que nos dejan ver los increíbles paisajes del Valle de México. A su vez, existen aquellas tormentas que nos atemorizan, las prolongadas, esas que no paran y colapsan la vida citadina.

El mascarón de la calle Madero

En la esquina de Madero y Motolinía sobresale una piedra que a pesar de su evidente estado de deterioro, aún nos permite distinguir que tiene tallada la cabeza de un león, o al menos de un felino. Ubicado aproximadamente a dos metros de altura, el mascarón marca el nivel que alcanzó el agua en una inundación en 1629.

Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro
Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro

De acuerdo con Héctor de Mauleón, en esa época una tromba se apoderó de los cielos capitalinos, dejándola sumergida por más de tres años. Algunos dueños de casas y establecimientos comerciales del centro salieron en cuanto pudieron de la zona, pero también hubo quienes nunca se fueron y que reajustaron su forma de vida para subsistir entre aguas que llevaban basura, enfermedad y muerte.

El principal causante de aquella inundación sigue siendo vigente: la traza de la Ciudad de México. En la conquista se optó por erigir la Nueva España en el terreno que alguna vez ocupó la Gran Tenochtitlán, construida sobre un islote en medio del lago de Texcoco. La capital del "Nuevo Mundo" demandó inversiones millonarias para la construcción de escuelas, iglesias, hospitales y casas para sus futuros habitantes.

Para el primer Centenario de la Colonia, la ciudad ya había sobrevivido a cinco grandes inundaciones, pero nadie se esperaba lo que pasaría en septiembre de 1629, cuando llovió durante treinta y seis horas seguidas:

"La lluvia ‘caía del cielo con tanta abundancia cuanta jamás se había visto en Nueva España’, escribió un testigo [...]. El 21 de septiembre, día de San Mateo, un torrente embravecido descendió por los montes. En los barrios, las frágiles casas de los indios se deshicieron. Según el arzobispo Francisco de Manso y Zúñiga durante la crecida murieron treinta mil indios. De veinte mil familias que habitaban la ciudad antes de la inundación, sólo quedaron cuatrocientas: los sobrevivientes habían iniciado un éxodo masivo", narró De Mauleón.

Sobre las aguas que alcanzaron "dos varas de alto", flotaban canoas que permitían a los habitantes transportarse de un lado a otro, al mismo tiempo que evadían cuerpos sin vida de animales y personas; las ventanas del segundo piso de sus casas fungían como entrada y las azoteas como espacio de convivencia familiar y de oración religiosa.

Hubo saqueos, robos y desesperación por parte de todos los habitantes. Las autoridades virreinales buscaron con urgencia alguna solución y al no encontrarla, la Corona ordenó en 1628 que la Nueva España se mudara a un terreno seco, como lo eran Tacuba, Tacubaya o Coyoacán. Tras una larga discusión, el gobierno virreinal concluyó que eso era imposible, debido a lo invertido en obras públicas.

Para 1633, fue la misma naturaleza la que se llevó la inundación: no hubo lluvias, el agua se evaporó con facilidad y la restante corrió por las grietas producidas por sismos de pequeña magnitud. Así, el mascarón de la esquina de Madero y Motolinía se volvió un ícono que anuncia y conmemorar que la ciudad nunca dejará de verse rodeada de agua.

Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro
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Las inundaciones de los años cincuenta 

Con base en lo dicho por el Dr. Ramón Domínguez en un artículo para la UNAM, a partir de 1930 hubo un crecimiento significativo en la población que habitaba la ciudad, pasando de un millón de habitantes en la década de los treinta a más de cinco para los años sesenta.

En esa época ya operaban canales de desagüe, sistemas de drenaje y estaban en construcción presas de regulación de agua; no obstante, en la década de los cuarenta y los cincuenta fuertes lluvias inundaron varias zonas de la ciudad, siendo las más documentadas las que tuvieron lugar en el primer cuadro capitalino.

El 5 de julio de 1950, EL UNIVERSAL reportaba el desbordamiento de los ríos La Piedad y de Los Remedios, calles de diversas colonias y los camellones de Paseo de la Reforma bajo el agua por uno o dos metros de profundidad, así como pérdidas patrimoniales de múltiples familias y fallecimientos.

Dos años después, esta casa editorial tuvo dentro de sus planas, desde el 20 al 27 de julio, noticias sobre la inundación que había tomado las calles del Centro Histórico. Con ayuda de gráficos Eduardo Molina, el entonces director del Sistema Lerma, explicaba que los sistemas de desagüe prexistentes no se daban abasto y que se debían implementar plantas de bombeo como medida alterna ante las inundaciones.

Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro
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Las calles de 16 de Septiembre, República de Uruguay, República de El Salvador, entre otras, habían pasado de ser arterias vehiculares para convertirse en pequeños canales que despertaron el humor de los habitantes, que colocaban letreros que decían “prohibido pescar en esta zona”. Tanto periodistas como fotógrafos de la época, como el alemán Juan Guzmán, congelaron escenas que demuestran que el ingenio del mexicano lo ayudan a sobrepasar cualquier adversidad.

Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro
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La actividad laboral no cesó por completo, por lo que comerciantes y vecinos colocaron muelles y servicios improvisados, como aquél donde los cargadores cruzaban a otras personas de una acera a otra; pero fueron los dueños de balsas de goma los que supieron aprovechar la inundación y la transformaron en un canal de paseo, donde subían a trabajadores, habitantes del centro y curiosos a bordo, en algunos casos, en compañía de mariachis.

El 27 de julio de 1952, EL UNIVERSAL realizó una crónica sobre la semana de la inundación, diciendo que “16 de Septiembre volvió a ser lo que en sus principios: aquella famosa calle de las Canoas (…) Hoy no aparecieron las típicas canoas enfloradas de entonces, sino los botes improvisados o las lanchas de motor que por ejemplo en López y Artículo 123 hallaron fondo suficiente para navegar. Ni faltaron tampoco los arriesgados deportistas que se atrevieron a cruzar a nado en Bolìvar y 16 de Septiembre”.

Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro
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Por otro lado, informó sobre las graves consecuencias de la inundación: pérdidas monetarias millonarias de comercios y bancos que tuvieron que cerrar, vecindades hasta el tope de agua dejando a la gente sin casa, presencia de agua del drenaje o las decenas de carros descompuestos por haber sido atrapados por la inundación.

La finalización del proyecto de bombas de la que habló Eduardo Molina estaba planeada para septiembre de 1952 y no pudieron ayudar a los habitantes ni a los comercios del centro de la ciudad aquél julio.

Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro
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Eterno regreso del agua a  la ciudad

No es novedad afirmar que las inundaciones son en sí parte de la esencia de la capital. En esta época donde todo pasa tan rápido y no hay mucho tiempo que se pueda dedicar a la contemplación, resulta muy difícil imaginar cómo sería la dinámica de la capital si aún existieran los canales donde navegaban canoas llenas de mercancía y alimentos.

Aquellos brazos de agua fueron pavimentados o entubados, mezclándose con los usos de la vida urbana pero no hay que olvidar que esta ciudad se levantó en lagos y nos ha demostrado que es capaz de encontrar una forma de emerger para que vivamos, aunque sea un poco, una época que nadie tuvo la oportunidad de ver.

La ciudad no olvida su glorioso pasado lacustre y nos lo demuestra cada vez que puede.

Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro
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Fotografía antigua: Cortesía FOTOGRAFICAMX/Juan Guzmán, Colección Villasana-Torres y Archivo Fotográfico EL UNIVERSAL.

Fuentes: Archivo Hemerográfico EL UNIVERSAL. Artículo "La inundación que viene" (EL UNIVERSAL) y libro "La ciudad que nos inventa. Crónica de seis siglos" (Editorial Cal y Arena) de Héctor de Mauleón. Artículo “Las inundaciones en la Ciudad de México. Problemática y Alternativas de Solución” de Dr. Ramón Domínguez Mora, Revista Digital Universitaria, UNAM. Artículo “Inundaciones, aviso de un desastre anunciado” de Angélica Simón, EL UNIVERSAL.

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