El pasado lunes 20 de junio Manlio Fabio Beltrones anunció su renuncia irrevocable a la dirigencia nacional del PRI, tras los resultados obtenidos en el proceso electoral del 5 de junio, en el cual no conquistó ni la mitad de los gobiernos estatales en disputa.

Por dicha circunstancia, la ahora encargada de levantar a un partido desorientado y desprestigiado será Carolina Monroy del Mazo, quien tendrá la compleja tarea de cambiar un rumbo que se torna espinoso para el Revolucionario Institucional.

Para poder realizar un análisis de la situación que atraviesa actualmente el partido en el poder, debemos saber que, en mercadotecnia política, para que una percepción sea favorable y exitosa en una futura contienda electoral se deben mezclar dos aspectos: la marca del partido político y la marca líder (o en su caso candidato) como lo apunta en su método VAZA el experto Andrés Valdez Zepeda.

Lo anterior nos obliga a enfocar la vista a la figura que hoy por hoy es identificada como la máxima exponente del priísmo nacional y presidente de la República, Enrique Peña Nieto, que siguiendo la tradición disciplinaria de su partido es quien ha tomado la batuta en las decisiones institucionales.

En este punto es preciso revisar la percepción ciudadana que genera su gobierno. Según el estudio más reciente de Reforma, realizado en abril de 2016, sólo 30% de los encuestados aprueba su gobierno, es decir menos de la tercera parte.

Lo anterior es comprensible debido a la situación de inseguridad y corrupción que vive el país. Por esta razón, no es extraño que la imagen del PRI se encuentre afectada a tal grado que la labor tanto del gobierno federal, así como de los distintos gobiernos estatales, incluso en entidades que jamás habían visto una alternancia política, abonaran a que el descontento se canalizara en un solo resultado: una contundente derrota electoral.

¿Por qué es tan enmarañada la labor que hoy enfrenta Carolina Monroy del Mazo? En primer punto, su apellido y parentesco con el actual primer mandatario evidencian su presencia en el cargo que hoy ejerce, pero esto complica con credibilidad dentro y fuera de un partido que se ufana con un discurso de juventud y renovación que a todas luces es incongruente.

Aunado a su cuna dentro del grupo político “Atlacomulco”, con 53 años de edad, su carrera política no es impresionante, sus mayores logros han sido ser presidenta municipal de Metepec y actual diputada federal, y si la comparamos con la trayectoria de su antecesor al frente del PRI, que aún con décadas de experiencia no pudo entregar resultados acordes a las expectativas, no suma muchos puntos a su favor.

El reto de Monroy no termina aquí. En la encuesta realizada por El Financiero del 10 al 15 de junio del presente año, en lo que respecta a intención del voto por partido rumbo a la elección presidencial de 2018, el PRI perdió 7 puntos con respecto a febrero de este mismo año colocándose en 29, tan sólo un punto más que Acción Nacional que pasó de 25 a 28 en el mismo periodo.

Ante circunstancias adversas ¿qué es lo que Carolina Monroy podría hacer para reposicionar la imagen de su partido?

Comenzar por dar coherencia y compatibilidad a la comunicación política tanto de su partido como del gobierno federal, consolidando acciones que logren sacudirse la imagen de corrupción y autoritarismo que rodean el aura priísta, para ello después de los 60 días de su dirigencia emergente, deberá hacerse a un lado dando paso a una nueva generación de dirigentes con un contacto directo y cercano con las bases.

Aunque el tiempo corre en su contra, deberá aprovechar el gran activo político que representa una figura femenina ante una ciudadanía que cada vez acepta más la participación de la mujer, no sólo como una cuota de género, sino como una realidad que México necesita.

Su obra no contribuirá mucho, si desde Los Pinos no se coadyuva con resultados en materia de seguridad, economía y combate a la corrupción que arropen a la institución política que gobierna la nación.

El discurso del “nuevo PRI” ha caducado y las condiciones con miras a la sucesión presidencial han cambiado, los conflictos sociales y políticos que presenciamos vienen a sumar la idea de un cambio, que se fortalece bajo la figura de las alianzas que apenas hace unos días demostraron que no sólo pueden competir, pueden triunfar.

El dilema para Carolina Monroy del Mazo, para los militantes y los simpatizantes, será saber si tendrán el valor de afrontar el reto de renovarse y regenerarse en estos tiempos convulsos o si apostarán por la táctica añeja del voto duro, con el riesgo de asumir las posibles consecuencias.


Facebook: Miguel Delgadillo Ibarra

Twitter: @mike_delgadillo

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