Las grandezas y desgracias de la economía mexicana moderna han sido determinadas por la política petrolera. 1938 revirtió un largo proceso de explotación colonial en un proyecto económico independiente y un Estado suficiente. Generó un prolongado periodo de crecimiento —de 6.3% en promedio durante 40 años— desató el proceso de industrialización y amortiguó un crecimiento demográfico de 400%.

Como consecuencia del boicot de las empresas expropiadas y del estallamiento de la Segunda Guerra Mundial, México dejó de exportar hidrocarburos y utilizó la totalidad del recurso en el desarrollo interno. El cambio de política ocurrió hasta 1976 a resultas de problemas financieros derivados del retraso de una reforma fiscal indispensable, basada en una hacienda pública progresiva. Pocos años antes una comisión gubernamental de la que formé parte, constató que importábamos ya el 10 por ciento de las gasolinas y que se requerían inversiones cuantiosas para construir nuevas refinerías —la última se inauguró en 1974—, incrementar la exploración y lanzarnos a una producción consistente de hidrocarburos. Se tomó la decisión de no acudir al crédito externo y de costear la expansión con precios internos, acompañada de la elevación sustantiva de los salarios.

El descubrimiento de nuevos yacimientos, la súbita elevación de los precios internacionales y la propaganda sobre el “Golfo Pérsico mexicano” indujeron a un viraje drástico, matriz del desastre económico nacional. Se decidió convertirnos en un país exportador y se inventó el ilusionismo sexenal de la “administración de la abundancia”. El espejismo se multiplicó y en menos de tres años ingresaron 12 millones adicionales de barriles diarios de crudo al mercado internacional; los precios cayeron estrepitosamente, se elevaron las tasas de interés y los países deficitarios quedamos anclados a una deuda impagable. A pesar de los esfuerzos que emprendimos en las Naciones Unidas, las grandes potencias gestionaron la crisis para imponernos la receta neoliberal.

Así dieron inicio las privatizaciones, desregulaciones, apertura desventajosa de los mercados, enajenación del sistema bancario y abandono de la política industrial para convertirnos en maquila. El crecimiento ha descendido a un promedio anual del 2.4 por ciento y el desempleo asociado a una política desnacionalizadora ha expulsado del país a más de 11 millones de personas.

Tras de los intentos fallidos de privatización del petróleo durante el sexenio de Calderón, el Pacto por México nos ha precipitado en un nuevo ciclo de perfiles catastróficos. El objetivo de atraer inversión petrolera extranjera para “abrir una nueva etapa de bonanza económica” fracasó rotundamente. A la fecha Pemex se encuentra estancada y endeudada y no llegaron las inversiones prometidas. La producción petrolera financia ahora menos de 20% del presupuesto del gobierno, el país importa 62% de la gasolina que consume, acumula una deuda de casi 100 mil millones de dólares y debe otros 68 mil millones en pensiones. El pronóstico de extracción para el próximo año es el más bajo desde 1980 y los recortes al presupuesto detendrán la exploración. Durante 2016 una población mermada en sus ingresos sufrió varios “gasolinazos”, que la administración intentó exorcizar con sus advertencias pueriles sobre los “peligros del populismo”.

Con el año comenzará la liberalización del precio de la gasolina en el país, a partir de las regiones fronterizas, lo que equivaldrá al aumento automático del precio del producto según los índices devaluatorios y que permite predecir desde ahora fenómenos masivos de acaparamiento. La semana anterior golpeó en ocho entidades del país, incluida la zona metropolitana de la Ciudad de México, la escasez del carburante y la amenaza patética del desabasto. Caldo de cultivo para cualquier operación política y económica justamente en las vísperas de la llegada de Trump al poder.

La asociación de gasolineros asegura que los proveedores se niegan a descargar el combustible, ya que Pemex se ha vuelto una empresa morosa a la que sólo bajo presión se puede obligar a saldar sus deudas. Por añadidura, si no fuera por el negocio que representa para EU la exportación de 15 mil millones de dólares anuales de gasolina, el Ejecutivo de ese país podría suspenderla en cualquier momento por decreto. Ese es la tragedia objetiva que enmarca nuestras fiestas de fin de año.

Comisionado para la reforma política de la CDMX

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