Mi amigo Hernán Becerra Pino me comparte su libro de poesía reunida con ese paladeable título de Soconusco blues, que hace guiños con otros títulos de poesía clásicos que llevan el blues como genérico: Mexico City Blues o San Francisco Blues, de Kerouak. Me hace partícipe de su libro publicado en la colección Las alas del sueño de Biblioteca Chiapas, a sabiendas que hace más de una década Marco Aurelio Carballo (un poema lo recuerda en este libro) y él me compartieron su Tapachula natal, en aquel viaje que hicimos desde Tuxtla Gutiérrez al Soconusco presentando nuestros libros. Hernán fue cómplice del descubrimiento de su Tapachula cuando me mostró la plaza, la vista del Tacaná, y me convidó en el corredor de la casa familiar, con el rumor del río al fondo, los tamales que su madre confeccionara. Ahora su libro de poemas es una pieza más del encuentro: En el patio de mi casa, allá en mi Tapachula, hay un árbol de papaya. Se cuida solo.

Por eso un libro como este es más que un libro. Lleva por título la palabra hermosa que rubrica la procedencia del poeta y ensayista, profesor y autor de varios libros de entrevistas y del cuentario El baúl del tío Matías, Soconusco es además el territorio rico en cacao que al que deseaba ir Miguel de Cervantes como gobernador, antes de escribir El Quijote, y alude al blues puro ritmo rasgado y cadencioso, lamento sensual del alma. Contrario a la capacidad narrativa que los chiapanecos parecen llevar en la sangre, muchos de los poemas de Hernán Becerra Pino reunidos en este libro son más bien breves y hasta aforísticos, aunque un solo tema, la historia de Francia, es visitado por 65 poemas bajo el título de Cartas a Marsella: de la revolución francesa a las colonias del Caribe (que fue premio regional de poesía en 2012). Otros tres libros se dan cita en este blues a cuatro tomos: Donde muere el caracol, Copainalá e Isla de agua.

Poetas, paisajes, estados de ánimo, relaciones humanas, consideraciones sobre el derecho desfilan por estas páginas. También la mirada sobre Chiapas y la ironía de algunos de los nombres de sus pueblos: El Porvenir donde no lo hay, Bellavista que no es bello y el paradójico La Realidad, o los fantasmas dominicos de Tecpatán. El humor es herramienta esencial del poeta que diseca el mundo con un bisturí fino de palabras que despojan de adorno o lo añaden: un médico que confirma al paciente que se morirá, una señora oronda que habilita poemas al instante para sus invitados. Hay una idea que retumba en el libro y me inquieta, tal vez porque alude al hecho mismo de la escritura: De la terapia intensiva, salí poeta. Un solo poema, dos versos y una declaratoria que invita a desmenuzarla: la fragilidad y la fuerza de las palabras. De la oscuridad a la luz. El poeta no es sólo de los colores del paisaje, de las manos de su madre y el arrullo de las tardes largas: el poeta es accidente. Es deseo de sobrevivir, parece subrayar Becerra Pino. Las palabras como boyas para jalar oxígeno, para ordenar un mundo en desconcierto. Las palabras como asombro para detener la belleza. El poeta es también los libros que ha leído y la música que ha escuchado, los amigos y las mujeres que ha amado. Sí, debe tener razón el poeta cuando dice que lo peor de perder la razón es recobrarla. ¿Para quién escribe el poeta? Acaso el ordenamiento del mundo en palabras que busca resarcir la amenaza de la muerte, la fragilidad de los empeños, la insignificancia de nuestros pasos, es locura que necesita de otros locos, nosotros los lectores, para acompañarnos en nuestra sinrazón? Si es así, bienvenido el poeta y el Soconusco blues.

Aunque Hernán Becerra Pino en su poema “Fatiga” escribe: Siento el cansancio de la piedra,/ necesito un bastón de terciopelo/ o una vara de membrillo, pues cada vez le cuesta más ir a Chiapas, sus lectores viajamos a vara de palabras, de agudeza verbal, melancolía y humor por los rincones del mundo que ha recorrido y al corazón de su veta poética: el Soconusco.

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