Antiguamente, la gran mayoría de los pueblos de la Tierra eran tolerantes a la homosexualidad en mayor o menor grado. La homofobia feroz surgió del mito bíblico de Sodoma y Gomorra, y se extendió por el mundo a través del cristianismo y el Islam. Un retroceso de varios siglos para la humanidad. Pero, ¿qué dice esa narración? Curiosamente, en ningún lado se menciona que los sodomitas fueran homosexuales. Narra el Génesis: “Los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová de gran manera”, pero no especifica cómo. Ezequiel dice de Sodoma: “Ella tiene orgullo de la riqueza y la comida a plenitud, comodidad y prosperidad, y sin embargo nunca ayuda a los pobres y miserables”. En Isaías, Jehová les dice a los sodomitas: “Llenas están de sangre vuestras manos… Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras”. Y en otro lado, al recordar los pecados de Sodoma, Jehová enlista “soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad”. ¿Qué tiene que ver todo eso con la homosexualidad? Nada.

¿De dónde viene pues la idea de que el pecado de Sodoma era la homosexualidad? Se infiere que los sodomitas eran homosexuales porque un puñado de ellos pide “conocer” a los ángeles que están alojados con Lot. Esa palabra tiene varios significados en la Biblia, no sólo la de tener relaciones sexuales. Pero supongamos que el pecado de Sodoma sí era la homosexualidad (aunque la Biblia no lo diga); Jehová ofreció que de encontrar diez justos perdonaría a esa ciudad de la devastación. ¿Ser justo equivalía entonces a ser heterosexual? Se infiere que sí. ¿Entonces no había en Sodoma diez heterosexuales? Lot no encontró ni a diez justos. Hasta los bebés y los niños eran homosexuales, en tal interpretación. Extraño, por decir lo menos (ni en San Francisco sucede eso). Pero la narración bíblica dice también que los ángeles advirtieron a Lot y su familia no voltear durante la destrucción de Sodoma, que se daría con lenguas de azufre. A la esposa de Lot le ganó la curiosidad y… ¡fue convertida en estatua de sal! Algo digno de un cuento de hadas o de la mitología griega (evoca a cabeza de Medusa, que convertía en estatuas de piedra a los hombres al verlos a los ojos). ¿Quiere decir que la política homofóbica del cristianismo y el Islam, que se tradujo por siglos (y todavía) en persecución, escarnio, discriminación, marginación, cárcel, tortura y hasta pena de muerte de esa comunidad, está basada en un cuento infantil? Así es.

Eso recuerda el fundamento cristiano de la esclavitud de los negros: la narración bíblica dice que uno de los hijos de Noé, Cam, se burló de su padre al verlo borracho, y como castigo sus descendientes nacieron negros (ese es el origen de la raza negra, según la Biblia). Esclavizarlos era entonces parte del castigo por el pecado de Cam. ¿Alguien podría tomarse en serio esa leyenda? Muchos lo hicieron hasta hace poco. Aún en pleno siglo XX, durante la lucha por los derechos civiles de Martin Luther King, se pidió al senador Pat Robertson que se pronunciara a favor de ese movimiento, a lo que respondió: “Claro que  me gustaría ayudar a las personas de color, pero la Biblia dice que no puedo”. En el siglo XXI la Iglesia no puede aún atender racionalmente los hallazgos de la ciencia sobre la homosexualidad y otras expresiones sexuales, para comprenderlas. Frente lo que diga la ciencia, se le opone de inmediato el dogma bíblico, como en tiempos de Giordano Bruno y Galileo (la Iglesia tardó 300 años en reconocer que la Tierra gira en torno al sol, y no a la inversa). Consideran las iglesias que es mejor mantenerse en el oscurantismo, y basarse en ancestrales prejuicios y cuentos míticos, con sus lenguas de azufre y estatuas de sal. Hasta que pasen varios siglos antes de reconocer que también en esto estaba equivocada (como seguramente ocurrirá, pues la ciencia se impone sobre el dogma y los cuentos de hadas). Ahora en México, la Iglesia y su base social no defienden sus derechos (la familia “natural”) pues nadie los amenaza; lo que hacen es impedir que esos derechos se extiendan a grupos minoritarios. Eso se llama discriminación.

Profesor del CIDE.
FB: José Antonio Crespo Mendoza

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