Extremos. Si todavía hay quien duda de la condición histórica de la visita que culminó ayer del presidente Obama a Cuba, sólo tiene que voltear a ver precisamente a la historia. Cuba pasó más de la mitad de su vida republicana (57 años: de 1902 a 1959) bajo un régimen de intervención, primero impuesto por la ocupación de las tropas de Estados Unidos, y luego por fuertes lazos de dependencia. Y casi la otra mitad, 54 años: de 1961 a 2015, en el extremo contrario: sin relaciones oficiales con Estados Unidos, y sometida a severas sanciones por su poderoso vecino.

En 1959, la Revolución Cubana acabó con la primera anomalía. Y apenas entre agosto pasado y hoy, Obama empezó a revertir la segunda irregularidad, al grado que, tras el restablecimiento de relaciones, el año pasado, esta visita permite vislumbrar el fin del embargo externo, en paralelo a una mayor flexibilización del régimen interno de Cuba. En sus jornadas isleñas, el residente de la Casa Blanca corrigió además otra aberración: a pesar de ubicarse la mayor de las Antillas a unos 140 kilómetros de la costa estadounidense, sólo un presidente en funciones del gigante de Norteamérica (John Calvin Coolidge) se había dignado visitar la isla (hace casi 90 años, y eso, circunstancialmente: fue a una conferencia internacional que tuvo su sede en La Habana).

En contraste, ha sido intenso el peregrinar de cubanos por territorio estadounidense, desde los ilustres independentistas del siglo XIX con José María Heredia y José Martí a la cabeza, hasta Fidel Castro en 1959 —tres meses después del triunfo de la Revolución— hecho al que siguió el éxodo de los emigrantes anticastristas de las siguientes décadas.

Pelotero a la bola. Pero esta semana beisbolera fue intensa en lanzamientos, batazos, ponches, sacrificios, atrapadas y robos de base del equipo de casa, de Raúl Castro, y el visitante, de Barack Obama. Éste contó en su alineación con líderes religiosos y sociales cubanos, incluso desafectos al régimen. Obama se vio sutil en sus apoyos a la disidencia y sus exhortaciones al régimen a cambiar, sin estirar la liga con el anfitrión. Castro, cauto en sus gestos de apertura, sin provocar a su retaguardia ideológica y militar resistente a los cambios.

Pero fue acaso el lenguaje beisbolero directo del encuentro de ayer entre Mantarrayas de Tampa Bay y Cuba el que reafirmó simbólicamente las más enraizadas afinidades comunes entre cubanos y estadounidenses. A propósito del partido en el Estadio Latinoamericano de La Habana, Leonardo Padura se refirió al beisbol como “un juego que constituye una forma compartida de ser y estar en el mundo”. Pero este formidable novelista de El hombre que amaba a los perros y La novela de mi vida, el autor de los pasajes más descarnados de la vida cotidiana en la Cuba castrista, sin abandonar la isla, fue más allá.

A extra innings. En su artículo del sábado en El País el creador de la serie de relatos del detective Mario Conde estableció que los dos primeros países del mundo donde se jugó pelota fueron Estados Unidos y Cuba, para de allí plantear que este juego forma parte intrincada de la espiritualidad e imaginario de ambos países: “Sin el beisbol no se podría contar la historia de ninguna de las dos naciones, porque el beisbol está en el alma y la identidad de estos países tan próximos y en ocasiones tan distantes”.

Y hasta aquí va esa historia. El juego, 4-1 a favor de Tampa. Detrás de Home, Castro y Obama lo siguen unas entradas entre la algarabía de decenas de miles de isleños que colman el estadio y de vez en vez buscan la mirada destellante del carismático invitado Derek Jeter, quien ni siquiera desde el palco pierde nunca de vista la pelota. Ejemplo para los presidentes. Sólo ellos pueden descifrar las señales que se intercambian en los últimos minutos de Obama en La Habana. Van a extra innings en este esfuerzo de acercamiento. (Pero Obama se va este año y hay que ver qué viene desde el Potomac para cubanos, mexicanos… y estadounidenses).

Director general del Fondo de Cultura Económica

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