Al gran Naranjo.
Para los analistas políticos es un grave problema no contar con indicadores que proyecten de manera confiable más o menos lo que va a pasar en una elección determinada. Al dejar de ser creíbles las encuestas, tenemos que basarnos en corazonadas o bien dar palos de ciego. Al plantear un escenario político donde se incluye lo que dice tal o cual encuesta, muy seguido sucede que de inmediato surge el reclamo, “¡Pero no se puede confiar en las encuestas!”, con lo cual toda la argumentación cae por los suelos. Tendrán los encuestadores que pensar cómo hacer frente a la creciente falta de credibilidad de su trabajo.
Pese a todo, en el caso de la elección de Estados Unidos las encuestas se equivocaron mucho menos de lo que ahora se afirma. Para empezar allá se requieren varias encuestas y no una sola nacional, debido a lo complejo del sistema electoral. Las encuestas nacionales previeron la división del electorado por mitades. Así fue. Y casi todas al medir el voto popular, terminaron con Hillary Clinton arriba por un margen estrecho. ¿Qué ocurrió? Ganó Hillary por un margen estrecho. Entonces la clave estaba en las 50 encuestas estatales. En todo momento se concedía a Clinton un número de votos electorales sólidos (lo menos 210), bastante mayor que los asignados a Donald Trump (lo más, 160). ¿Se equivocaron las encuestas en esos estados ya previamente asignados a Hillary o a Trump? No. ¿Entonces? Las encuestas siempre reportaron, incluso el lunes 7, un gran número de votos electorales no asignables a nadie (entre 150 y 170). Era el voto de los estados clave (swinger) donde había un empate técnico en voto popular. Tampoco ahí fallaron las encuestas (salvo una que otra).
Esos 150 a 170 votos inciertos nos decían que podía ganar cualquiera de los dos punteros. Lo cual equivale a un too close to call. De hecho, los estados donde en el resultado final, la distancia entre punteros fue muy estrecha (3% o menos), suman 96 votos electorales. Suficientes para voltear la historia. ¿Por qué ante ello muchos analistas y medios dieron por seguro el triunfo de Clinton? Porque vieron en las encuestas lo que quisieron ver. Proyectaron a partir de ellas lo que deseaban que ocurriera. Ignoraron esos votos inciertos y se fueron con la finta de la ventaja de Clinton en los estados sólidos. Quizá hicieron el siguiente razonamiento: “Si en los estados sólidos gana Hillary con gran ventaja, eso mismo ocurrirá en los estados inciertos”. No había ningún fundamento para esa conclusión. Había en esos estados clave un empate técnico (con distancias entre punteros menores al margen de error). En esos estados la incógnita se despeja el día de la elección, no antes.
Lo que determinó el anticipado y claro triunfo de Clinton no fueron pues las encuestas sino el deseo de quienes así las interpretaron (el wishfull thinking, que muy seguido interfiere en los análisis). Eso ocurrió también cuando las propias encuestadoras asignaron a Clinton votos aún inciertos a partir de una mayoría exigua de votos (como en Pennsylvania). Lo mismo pasó con las casas que, basadas en una lectura sesgada, hicieron pronósticos con una probabilidad del 80 % a favor de Clinton, siendo que si las encuestas arrojan un too close to call, la probabilidad para cada puntero es de 50%. Incluso la proyección final de Real Clear Politics daba a Hillary 272 votos electorales, lo que implicaba que bastaba casi cualquier estado swinger asignado a Clinton que ganara Trump, para que el veredicto cambiara.
Hubo pocos analistas que sí tomaron en cuenta esos votos inciertos, manteniéndose en la idea de que cualquiera podía ganar. En todo caso, la mayoría de electores, así sea exigua (400 mil votos, o .3 %) sufragó contra lo que Trump representa. Trump ganó (como George Bush en 2000) no por voluntad de la mayoría ciudadana, sino por las distorsiones que provoca el obsoleto sistema electoral norteamericano. Las razones por las que se votó por Trump no son uniformes; varían significativamente. Se irán precisando… mediante las encuestas.
Profesor del CIDE.
@JACrespo1