Si a usted alguien le ha dicho, emanando un tufo de autoridad: “Tú no sabes de futbol”, entonces le ha dado una magnífica oportunidad para echarse a reír. Hoy en día todos sabemos de futbol, no porque veamos los partidos o seamos fieles a la tradición de este deporte, sino porque nos lo echan encima, no se nos permite “no saber” acerca de él, es un murmullo perpetuo, un negocio del que tarde o temprano se deberá participar de alguna manera, una moral que se reparte indiscriminadamente y cae del cielo como el napalm, esa gasolina inflamable y pegajosa que los seres humanos lanzaban a sus semejantes en ciertos conflictos bélicos (las guerras despiadadas tienen lugar porque, como llegó a escribir Albert Caraco, la mayor parte de los hombres no ha salido de la infancia temprana. No hay que probar esta afirmación: si encienden el televisor les caerá encima una tonelada de balas, gases y misiles de toda clase disparadas por hombres-niños).

“Tú no sabes de futbol”, he allí una frase o acusación absurda. Más bien tendríamos que decir: “Sabes demasiado de esa cosa.” “La tienes embarrada hasta en la barbilla.” Antes —quiero decir hace quince o veinte años— todavía escuchaba a las mujeres quejarse de este juego de niños; ahora no, hoy se han alineado en sus filas como enfermeras, comentadoras, costureras de la misma industria y ello les ha arrebatado un cierto encanto del que las dotaba la rebelión, el estar en contra y separarse estética y simbólicamente del alguna vez llamado “juego del hombre.” Quien haya leído antes mis columnas sabrá que yo soy aficionado al futbol, disfruto de un buen partido, y cuando se termina la contienda vuelvo de inmediato a mis asuntos, nada más; y soy seguidor de la Juventus de Turín, justo el equipo donde juega el mediocampista chileno, Arturo Vidal, célebre en estos días por haber tenido un accidente cuando conducía su automóvil con dos o tres copas encima. Las instancias legales de su país castigaron a Vidal y le retiraron su licencia. Si fueron blandas, corruptas o enérgicas depende de una investigación más a fondo y de la manera en que se relaciona la cultura civil de una sociedad con la aplicación de sus propias leyes. Lo que es motivo de risa imparable para mí, de carcajadas abruptas, de incredulidad a boca abierta, es que se le quisiera castigar más allá del ámbito legal. Como si el futbol encarnara en un espacio que trasciende las relaciones civiles reguladas por una autoridad que —supuestamente— representa a la voz pública. “Merecía un castigo ejemplar y tenía que ser separado de su selección.” ¿Por qué? Imagino toda clase de respuestas y la que más vergüenza me da es la que reza lo siguiente: “Porque es un ejemplo para la juventud.” ¿Su Ferrari y sus millones de dólares; su velocidad en el campo; su don para entrar y salir de una región de la cancha sin ser detectado; sus tatuajes; su escasa educación? Quisiera saber en qué consiste dicho ejemplo para la juventud. ¿O es acaso porque practica un deporte gobernado por la más absoluta corrupción empresarial? ¿Quién lo ha nombrado ejemplo de la juventud? Los peores, seguramente, como sucede en todos los negocios. “Tú no puedes tomarte unos tragos ni gozar de tu libertad mientras que yo me dedique a abonar mis bolsillos con millones de dólares.” Vidal no llega ebrio a los partidos —aunque alguna vez lo hizo a un entrenamiento—, ni trae una camiseta distinta al resto de sus compañeros de equipo, ni patea el balón contra su propio arco. Y en tanto despliegue su talento en el futbol puede hacer lo que quiera fuera del estadio hasta donde se lo permitan las leyes que rigen la vida en comunidad. Y si Vidal no les gusta como ejemplo, pues elijan a otro de acuerdo a sus gustos, su educación o sus costumbres.

Ya que al principio de esta columna cité a Caraco, reincido en ello escribiendo lo siguiente: “Es la fecundidad, no la fornicación la que destruye al universo, es el deber y no el placer.” Claro, se trata de una sentencia extremista y lúcida (o demencial, que es lo mismo), pero muy a propósito de aquellos que claman castigos para la gente, sin pensar o reflexionar en la naturaleza de los hechos. El placer no destruye como el napalm, al contrario, da vida y un poco de sentido a los actos humanos. El deber intenta ordenar un poco el placer con tal de garantizar la vida en especie, pero no lo extingue, sólo causa dolor y costumbre.

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