A final de cuentas los ciudadanos salimos a votar y, me atrevo a decir que, a medida que aumentó la proporción de los que lo hicieron libremente, menos se asomó el fantasma del voto clientelar, aunque esté ahí próximo a sentarse en la Cámara y en cada uno de sus colores. Se probó la hipótesis de que las candidaturas independientes sí actúan como incentivo negativo para algunos partidos establecidos y anquilosados, aunque el voto adquirido espuriamente sirve también para afianzar el oportunismo y el poder por el poder. Habrá que ver si los ganadores independientes se convierten en gobiernos independientes o si serán capturados por los partidos y las lógicas predominantes de la administración. Si así no fuese, la prueba será el resultado que entreguen esos gobernantes o representantes en el transcurso y final de sus respectivas gestiones. Ya los evaluaremos.

Con las opciones de candidaturas independientes se demostró también que había mucha razón en defenderlas. No se trata de negar que siempre serán políticas, sino que nombrarlas candidaturas “ciudadanas” tiene mucho sentido, pues lo ciudadano es, precisamente, político. La señal que mandan esos triunfos, especialmente en casos tan notorios como Nuevo León, es que son una alternativa para movilizar los resortes de un sistema de partidos rígido y crecientemente alejado de la sociedad. Valió la pena la saga de empeñarse en esfuerzos para conseguir su auténtica legalización y los medios de defensa contra su neutralización. Además 5 de 9 estados experimentan alternancia de partido.

No se puede predecir lo que ocurra en los próximos tres años, ni cómo ello influirá en la configuración de los comicios de 2018. Lo cierto es que cambiaron los equilibrios en muchos sentidos. Además de lo antes señalado, en la ciudad de México los pesos relativos se transformaron sensiblemente, recolocando a los actores políticos a raíz del castigo o premio de los ciudadanos a la fuerza dominante del PRD.

La mayor novedad es el vuelco que el electorado ha dado al status quo. El desapego y el desencanto con la democracia la han renovado, dando un mentís al abstencionismo y al anulismo como arma reivindicativa en las presentes circunstancias. Quizá bajo otras, muy diferentes, esta herramienta pudiese ser útil, pero hoy por hoy no es el caso. Por el contrario, los últimos tiempos han sido marcados por la aparición de nuevas fuerzas sociales que buscan acomodo en la política, y de viejos actores que se desprenden del viejo corporativismo para encontrar un camino en el sistema democrático. Estas fuerzas son la fuente principal de descontento con un sistema de partidos que dejó de lado la eficacia representativa para encerrarse en sí mismo. Y, por lo visto, eligieron el camino del voto para expresarlo y removerle la fibrosis acumulada en décadas de conformismo y autoservicio.

Nada es perfecto. La compra de voto está ahí, los ciudadanos de baja intensidad están presentes, pero también lo están fuerzas que inyectan vigor e ingenio a la política exigiendo que sea representativa. Creo que a partir de los resultados electorales y su expresión institucional el sistema político tendrá que conducir un mensaje a todos su componentes: ser representativo es la única manera de estar vivo. Corresponde a los partidos hacer este examen de conciencia. Principalmente lo tendrán que hacer el PAN y el PRD, grandes perdedores de la contienda y, sin embargo, partidos que habían adquirido la mayor consistencia estructural. Si resurgen de sus derrotas habrá de ser por la autocrítica que practiquen y las renovación de estrategias políticas que los reconcilien con capas mayores de los electores. Los triunfadores de hoy no deben echarse a dormir. No solamente por su bien, sino por el del país. Las causas de sus triunfos relativos pueden ser mañana su debilidades, si no entienden que su representatividad es, igualmente, lo que la sociedad espera, el electorado los llamará a cuentas con mayor rigor en las elecciones federales de 2018.

Director de Flacso en México.
@pacovaldesu

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