El inicio del siglo marcó un punto de quiebre para la vida política del país: se dio la alternancia en la Presidencia de la República, el recién ciudadanizado Instituto Federal Electoral lograba altos niveles de confianza y había interés de la población en los temas políticos.

A 16 años de distancia, el país parece enfrentar otro punto de inflexión en materia política, pero ahora la situación es muy distinta: por un lado, se aprobaron reformas para contar con un férreo control sobre el gasto de los partidos en campañas electorales, legisladores y alcaldes electos en 2018 podrán reelegirse, existe la posibilidad de que la ciudadanía presente iniciativas de ley ante el Congreso y la transparencia ha avanzado, aunque con resistencias aún en algunos sectores.

A pesar de lo anterior, el sentimiento es de hartazgo a todo lo que tenga tufo a partidos políticos. Encuestas como la realizada por Latinobarómetro en 2015 dan cuenta de ello. Es contradictorio que al tiempo que se dan reformas para depurar la actuación de políticos, el rechazo sea mayor.

La respuesta, dada por expertos y ciudadanos encuestados, apunta a que se tienen nuevas reglas, pero permanecen las malas prácticas de quienes llegan a un cargo público, lo que va en detrimento de la aceptación de los partidos a la vez que toman fuerza voces ciudadanas sin vínculo con las agrupaciones políticas.

¿Podrían los partidos ser reducidos a su mínima expresión? El presidente del Partido de la Revolución Democrática, Agustín Basave, no lo ve factible. No hay democracias sin partidos, argumenta en entrevista. Tiene razón, pero a la renovación del sistema político mexicano le hace falta la renovación de los actores. Los partidos mantienen las viejas prácticas de prometer todo para el ciudadano en tiempos de campaña, pero logran muy poco cuando se convierten en gobierno. Hay razones para que haya un rechazo casi automático del ciudadano común a lo que tenga que ver con la política. Las maquinarias que movilizan a la militancia dura es lo que les da vida.

El mayor riesgo de que los partidos sigan alimentando su crisis con su mal desempeño es que surjan figuras que logren ganancias en el río revuelto. Basave cita un caso emblemático: por un hartazgo de los peruanos, Alberto Fujimori llegó a la presidencia, se mantuvo 10 años en ella y terminó envuelto en graves hechos de corrupción. El ex presidente actualmente cumple una condena de 25 años de prisión.

Otro ejemplo, más actual, es el de Donald Trump, aspirante a la candidatura presidencial en Estados Unidos, que no pertenece al sistema político, pero con un discurso incendiario ha capturado a una parte de la población estadounidense.

La transformación de la cuestionada clase política no vendrá de fuera; si no hay un cambio en la actuación de los políticos, el riesgo no sería sólo para ellos, sino también para el país.

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