Después de una jornada electoral la vida continúa su irrefrenable marcha. Después del sufragio debe volver la normalidad cívica. Este es un compromiso de las democracias modernas. A ello se conducen los Estados Unidos después del triunfo de Donald Trump el pasado martes.

Este es el mensaje que muchos políticos intentan transmitir en estos días al pueblo norteamericano. Tal es el valor de la normalidad democrática que garantiza la representatividad política.

Al día siguiente del triunfo republicano, Barack Obama felicitó al que será su sucesor; expresó su total disposición para una transición tersa y aseguró lo obvio: “el sol volverá a salir mañana en América”. Dos días después recibió a Trump en la Casa Blanca.

En el mismo tenor, después de la batalla que significaron las elecciones, Clinton ha apelado a la unidad mediante palabras, pero también a través de símbolos. La ex candidata vistió de color morado en el discurso donde reconoció su derrota (ni más ni menos que la fusión de los colores de los partidos republicano y demócrata).

Incluso Trump ha sorprendido con un tono considerablemente más conciliador del que parecía capaz después de su tortuosa campaña. Ahora sus discursos tienen como finalidad presentarlo como el presidente de todos los estadounidenses.

Esto choca radicalmente con el tono de luto que percibí en el periodo post electoral en Washington D.C. (mayoritariamente demócrata) desde donde tuve la oportunidad de observar el proceso. Esta situación responde, muy probablemente, al sorpresivo resultado de los comicios. Dejemos por ahora de lado el fallo de las predicciones; también, las preocupaciones por las consecuencias que traerá (en la teoría y praxis política) que los ciudadanos parezcan cada vez menos dispuestos a revelar a los encuestadores sus verdaderas preferencias, ¿qué razones explican este inesperado triunfo?

Según creo, el discurso radical de Trump —casi insolente—lo hizo distinto, diferente al común de los aspirantes a cargos de elección popular. Con ello —aunado a una fórmula conocida: invocar al pertinaz nacionalismo norteamericano— cautivó un segmento del electorado harto del discurso político tradicional. De este modo, logró el voto del 58% de los hombres blancos que habitan en zonas rurales del centro de su país, un 53% de de adultos mayores y sorprendentemente 30% de los latinos. Trump se dirigió a los sectores que han sido descuidados. ¿A quienes más seguiremos descuidando, pensando que su voto no es decisivo?

Influyó también lo que Clinton no pudo lograr. Pese a dirigir su campaña a las mujeres, la demócrata resultó incapaz de generar una verdadera empatía con el electorado femenino. No pudo consolidar una imagen aspiracional (convertirse en quien las mujeres desearían ser). En cambio, se presentó con un “traje” más cercano a la tradición. Le faltó carisma frente al grupo que pretendía representar. Contrario a lo sucedido con Obama en su reelección, quien recibió el apoyo del 93% de los afroamericanos. ¿A quién descuidó Hillary?

Las razones del triunfo de Trump son tan disímbolas como plural es el electorado norteamericano. Sin embargo, es evidente un descuido de ciertos sectores que alzaron la voz y creyeron en Trump. A la ciudadanía y al régimen de gobierno les conviene el retorno a la normalidad. Por ello, independientemente de las sorpresas y las preocupaciones personales; contrario a lo que el grueso de la población pueda pensar, el rumbo de los Estados Unidos no está en juego. Tampoco el de México los está.

El presidente Enrique Peña Nieto, como otros líderes internacionales, felicitó a los estadounidenses por la conclusión de un proceso electoral más en su historia; por haber electo al presidente con quien México deberá entablar relaciones diplomáticas. El reto de nuestro país es preguntarnos ¿a quién estamos descuidando? ¿A quienes no estamos escuchando? ¿Qué sectores estamos haciendo a un lado que decidirán el rumbo de nuestro país en 2018?

La tarea no es —como nunca lo ha sido— sencilla. Existen enormes retos para el gobierno mexicano y para los treinta y cinco millones de connacionales que radican en Estados Unidos. Pero la solución no está en el pasmo o en el duelo. Como lo ha mencionado y me sumo a la tarea del Embajador Carlos Sada, es necesario que nosotros convoquemos también a la unión en la búsqueda de contrapesos políticos frente al presidente norteamericano electo. Hay mucho por hacer, pero existe una certeza: al día siguiente de las elecciones en EUA el sol ha salido también en nuestro país y debemos seguir trabajando, con especial énfasis , en quienes hemos descuidado.

Cynthia López Castro

Observadora electoral en Washington D.C.

@cynthialopezc1

 http://ropercenter.cornell.edu/polls/us-elections/how-groups-voted/how-groups-voted-2012/

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