Me equivoqué. Me fui con la ola de las encuestas, dando por hecho que triunfaría Hillary Clinton. Ella ganó el sufragio popular y prevaleció en 20 estados y Washington DC, pero perdió en el decisivo colegio electoral, con 232 votos frente a los 306 de Donald Trump, quien alcanzó la victoria en 30 estados.

Los republicanos son mayoría en el Capitolio y el presidente Trump hará prevalecer a los conservadores en la Suprema Corte.

Millones de electores de Trump están enojados porque su país está dejando de ser mayoritariamente de raza blanca, o están irritados porque cayeron de la clase media a la pobreza aun teniendo empleo. Sienten el desprecio de las élites de las dos costas.

Trump es parte conspicua de esa élite, pero ello parece no importar a sus electores. Lo escogieron para enviarles una mentada de madre y esperan que él sacuda al sistema corrupto y disfuncional.

A ver cómo les va con su presidente Trump. Él nos dio unas clases sobre cómo tomarle el pulso al electorado, y capitalizó su ira, pero sigue siendo un demagogo mentiroso y fatuo que le echa más leña al fuego con su discurso de racismo y de odio. No se va a moderar ni a ‘civilizar’; como presidente tratará de hacer lo que dijo que haría.

El mapa electoral de EU es hoy un gigantesco océano rojo, con islotes azules en los grandes centros urbanos. Trump no ganó en ninguna ciudad mayor de un millón de habitantes, pero le alcanzó con los suburbios, y sobre todo con el campo, donde el electorado esperaba empatía y una conexión cultural, más que largas listas de promesas.

Evoco una leyenda urbana atribuida a Adlai Stevenson II, quien fue senador y gobernador de Illinois, y contendió por la presidencia en 1952 y 1956, perdiendo en ambas ocasiones contra el candidato republicano Dwight Eisenhower.

Stevenson era una persona sumamente ilustrada, de una educación refinada. En una de sus campañas, una mujer le dijo: ‘gobernador, usted ya tiene el voto de toda la gente pensante’; y el demócrata le contestó: ‘Pues sí, señora, pero eso no es suficiente, necesito el voto de la mayoría de los estadounidenses’.

En 2008 pensamos que con la elección de un afroamericano en la Casa Blanca, la tolerancia al diferente y la diversidad racial y étnica anunciaban una nueva era marcada por el progreso social. Y menuda sorpresa nos llevamos: el 20 de enero de 2017 tomará posesión como presidente un hombre apoyado por el Ku-Klux-Klan.

Las élites se dan de topes: ¿Cómo es posible que unos británicos tontos decidan salir de la Unión Europea, unos colombianos irresponsables rechacen los acuerdos de paz y unos gringos supremacistas elijan a un inepto como presidente?

Y acabamos echándole la culpa de la derrota de Hillary al director del FBI, y a los afroamericanos porque votaron en menor número que con Obama, y al hecho de que 3 de cada 10 latinos sufragaron por Trump.

Resulta más complicado aceptar que no conocemos a nuestro propio país, o edificar una economía que sirva a todos y no sólo a un pequeño puñado de personas.

Una explicación posible es la perversión de la democracia por la plutocracia.

A medida que una sociedad es más desigual, los estilos de vida y los valores de las élites divergen de aquéllos de la gente común y corriente y se produce una desestabilización de la política.

Este fenómeno no es ajeno a México. Nuestras élites están fallando al desconectarse de la mayoría de los ciudadanos. Se niegan a ver los semáforos en amarillo y en rojo. Le siguen diciendo a la gente: no votes por AMLO, en vez de preguntarse qué lleva a los electores a tomar esa opción. El verdadero peligro es que ellos ni ven ni oyen al México profundo. No conocen a su gente.

Profesor asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico

Google News

Noticias según tus intereses