Los cambios, de todo tipo, tecnológicos, médicos, electrónicos, comerciales e incluso amorosos exigen palabras inéditas para acontecimientos o materiales nuevos. No se trata de insuficiencia del lenguaje, se trata de encontrar e inventar palabras ad hoc para describir circunstancias otrora inexistentes. Posverdad, ya sin itálicas, es una de ellas.

En la red abundan las entradas con el vocablo posverdad. No es para menos. Así como hablamos de posmodernismo, nativos de internet y posthumanismo, se habla de posverdad. La idea no le genera conflictos a los estudiosos del tema: el Diccionario Oxford incorporó la palabra post-truth (posverdad) a su listado y la denominó la palabra del año 2016.

A mí la idea me incomoda. Parto de la definición y de la opinión de Katharine Viner. Posverdad, “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Viner, directora de The Guardian (magnífico periódico británico), al reflexionar sobre el tema, asegura que “la nueva medida de valor para demasiados medios es la viralidad, en vez de la verdad o la calidad”. Elegir, decantarse por una situación o una persona, escoger entre un ¡no!, o un ¡sí!, sin corroborar, sin escrutar, sin elementos para construir una opinión, conlleva peligros. Ignoro los motivos por los cuales los hacedores del Diccionario Oxford escogieron posverdad como palabra del año; la razón más plausible es Donald Trump, y en segundo término el movimiento Brexit (de Britain y Exit; salida del Reino Unido de la Unión Europea).

Aunque el término post-truth existe, al menos desde 2004, ahora, en la “era Trump”, se ha viralizado. Admitir que el término posverdad (por ahora posverdad no aparece en el Diccionario de la Real Academia) adquirió grado de palabra debido a Trump, es admitir el triunfo del presidente showman sobre la comunidad mundial y sobre los límites del lenguaje.

En 2004, Ralph Keyes, ensayista estadounidense, publicó el libro The post-truth era: dishonesty and deception in contemporary life (La era posverdad: deshonestidad y decepción en la vida contemporánea). En una entrevista reciente se le preguntó a Keyes “¿Cuáles son las consecuencias de que la sociedad deje de buscar la verdad?”; su respuesta fue precisa, “Vamos a dejar de confiar unos en otros, porque ya no sabremos quién está siendo honesto con nosotros y quién no. Sospecho que las consecuencias de vivir en un mundo posverdad serán cada vez peores…”.

La posverdad ya existía antes de la era Trump; con él, con sus tuits y alocuciones, el término se ha incrustado en la vida pública y en la de la mayoría de las personas, es decir, en (casi) todo el mundo: si ahora ya nadie está a salvo, a partir del 20 de enero de 2017 todo el mundo será víctima de las políticas estadounidenses.

El brete es complejo y prevé malos tiempos. Vender y proclamar mentiras no es complicado. Se requiere experiencia, persistencia, conocer a quien se dirige la información y contar con suficiente aplomo y medios para difundir mensajes. Mucho preocupa la recepción que hace la opinión pública de las mentiras y su incapacidad para reconocer lo falso de lo verdadero y lo sesgado de lo comprobable. Transformar la mentira en verdad es, sotto voce, el corazón de la posverdad.

Estudios recientes han demostrado que el setenta por ciento de los internautas tienen dificultades para distinguir entre una noticia falsa y una verdadera. Esa es una de las razones por las cuales Trump obtuvo más de sesenta millones de votos. Nada bueno auguran los tiempos donde lo fatuo y estúpido se viraliza. Televisión, internet y el mundo, bastante imbécil, de los tuits, suman mucho. Si a ese conglomerado agregamos miedo, inseguridad e inestabilidad económica, el caldo de cultivo queda servido: la posverdad cuenta con suficientes nutrientes.

La realidad, como en muchas ocasiones, nos rebasa. Hay personas que se alimentan con razones y conocimientos. Otros configuran su vida siguiendo sus emociones y supersticiones. El segundo grupo es mucho mayor que el primero. Éstos, sin saberlo, han colaborado en la construcción de la posverdad. La patología del mundo contemporáneo es grave: Trump, Putin, Netanyahu y Erdogan necesitan del grupo posverdad, y éstos, a su vez, requieren de la ralea política. Una simbiosis peligrosa.

Notas insomnes. El edificio de la razón se resquebraja poco a poco. ¿Recuerdan a Marx y a Engels?: el fantasma de la posverdad ha dejado de ser fantasma, es realidad.

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