Quizás, una de las pocas certezas que arrojan los comicios del pasado 4 de junio es que los avances democráticos deben defenderse porque, aunque son producto de luchas cívicas de muchas décadas, no se consolidan de una vez y para siempre.

Las elecciones en Coahuila y el Estado de México —escala previa a la disputa por la Presidencia y las cámaras del Congreso, además de nueve gubernaturas y renovación de ayuntamientos y congresos locales en decenas de estados— exhibieron la resistencia de la mayoría de los actores políticos para abandonar los viejos usos del poder. En estas campañas fue más burda que en el pasado la compra de votos y la avalancha de recursos de origen dudoso.

Estas prácticas, exhibidas por los medios de comunicación y por los ciudadanos, fueron evidentes para todos, menos para quienes tienen la responsabilidad de vigilar que no se excedan los topes de campañas, una de la causales de nulidad de la elección. Pero, también, hablan de la incapacidad de los partidos opositores para documentar las violaciones a la ley y cubrir las casillas de las zonas de alto riesgo, sobre todo rurales, en donde la participación electoral atípica llama a sospechas.

En las dos entidades permanecerá la incertidumbre sobre el resultado hasta que se agoten todas las instancias y siete magistrados de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) valoren la solidez de las impugnaciones y emitan sendas resoluciones inatacables. La solidez de los fallos tendrá efectos sobre la legitimidad del Tribunal.

Otro dato a tomar en cuenta es el evidente desprestigio de las instituciones electorales. Sobre todo, resulta perturbador que la autoridad administrativa (INE) sufra una merma en su credibilidad y prestigio cuando nos preparamos para un proceso áspero y tramposo como el que se anticipa para el año entrante.

Las elecciones revelan el ascenso de Morena que, a pesar de carecer de una estructura en todo el territorio mexiquense, quedó a solo 3 puntos de ganar la gubernatura; el análisis de las votaciones a nivel distrital permite prefigurar en 2018 la posible mutación hacia esta organización de municipios tan importantes (económica, política y demográficamente) como Naucalpan, Tlalnepantla, Atizapán, Cuautitlán Izcalli, Ecatepec, Coacalco...

Es sabido que para competir resulta clave el binomio candidato/partido. Un ejemplo relevante es el de Juan Zepeda, cuya candidatura conectó con cientos de miles de electores y le dio al PRD un caudal de votos muy importante. De tal suerte que un partido que parecía en vías de extinción será un protagonista en la contienda de 2018 y sus movimientos, ya sea en alianza o con candidato propio, podrán influir decisivamente en el desenlace.

Otra lección es que el número de partidos ha disgregado el voto y, en consecuencia, hace muy difícil que uno solo pueda alcanzar la mayoría. De allí la pertinencia de sumar, de construir alianzas... En 2005, Andrés Manuel López Obrador rechazó sumar a Patricia Mercado, candidata del Partido Socialdemócrata; al final, ella obtuvo un porcentaje de votos que habría convertido a López Obrador en presidente de la República. Su arrogancia ante sus posibles aliados, a quienes exigió sumisión, parece mostrar que no aprendió la lección. En el colmo de la contradicción, su condena a los “mercenarios” no incluye al Partido del Trabajo (que ya se le sumó), uno de los cascarones partidarios más desprestigiados del país.

En el caso del PRI, no obstante su fortaleza vis a vis los otros partidos, cada vez es más claro que el “voto duro” no le alcanza para ganar. Necesita el acompañamiento de otras fuerzas políticas. Sin embargo, sigue siendo un enigma la interpretación del presidente Peña Nieto sobre los saldos del domingo 4. Si se convence de que, pese a todo, logró llevar a la gubernatura a Del Mazo, podrá decidir la candidatura del PRI sin atender las voces que le advierten los riesgos de imponer un candidato con muchos “negativos”. ¿Habrá fractura o solo pataleo de los disidentes? Hasta ahora, los cuadros que reclaman una consulta abierta a la militancia para decidir al candidato, no tienen el peso de las figuras que impulsaron la Corriente Democrática en 1987.

Una última cosa. Los partidos parecen concentrados en la lucha política, en ganar las elecciones, pero no están leyendo los reclamos ciudadanos. Como dice Luis Castro Obregón, no están respondiendo a una pregunta central: poder ¿para qué?

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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