Luis González de Alba, uno de los líderes más destacados del Consejo Nacional de Huelga, decidió terminar su vida un 2 de octubre. Irreverente, provocador, indomable enfrentó a un sistema de creencias y la historiografía “políticamente correcta” sobre el movimiento estudiantil de 1968. Deja un vacío difícil de llenar.

El México de hoy está en deuda con aquellos muchachos de 1968 que, sin tener cabal conciencia de lo que hacían, detonaron un movimiento que poco a poco pasó —en palabras de Carlos Monsiváis— de la inconsciencia, el relajo, la solidaridad involuntaria y la emoción artificial, a la demanda de un México democrático.

Detrás de los reclamos inmediatistas y limitados expresados en el pliego petitorio estaba toda una toma de posición de importantes sectores sociales que, sin saber muchas veces definirlo, hablaban con sus marchas, sus carteles y sus pintas, más que del país que querían, del que repudiaban: el de la cleptocracia, de los sindicatos sometidos, de los campesinos explotados, de la dependencia creciente y del autoritarismo.

En aquellos días, el régimen diazordacista ya había mostrado su naturaleza: en su rigidez ante el movimiento médico, en la incursión de la tropa en las universidades de San Nicolás de Hidalgo y de Sonora. En el México de Díaz Ordaz era inadmisible la crítica o el disentimiento.

“Con sus fallas, carencias, contradicciones, limitaciones ideológicas y actitudes irresolubles —escribió Monsiváis—, el movimiento estudiantil de 1968 es una hazaña del México contemporáneo, recapitulación y punto de partida de las grandes luchas de las mayorías, y de los derechos, conjuntos y separados, de mayorías y minorías”.

Han pasado 48 años y todavía no existe una versión concluyente sobre el 2 de octubre: ¿cómo y quién decidió la orden brutal de ahogar en sangre un movimiento que para entonces languidecía?

Yo tengo mi propia versión. Conservo en mi archivo de esos días un volante convocando al mitin el 2 de octubre, a las cinco de la tarde, en la plaza de las Tres Culturas y recuerdo que, en la víspera de esa concentración, algún dirigente (o infiltrado, quizás) nos convocaba, en un alarde retórico, a trasladarnos después del mitin a las instalaciones del IPN en el Casco de Santo Tomás “para expulsar a los soldados del Poli” (lo habían ocupado desde el 24 de septiembre).

Mi hipótesis es que, en las más altas esferas del poder, se decidió que había que acabar ya con un movimiento que amenazaba frustrar los juegos olímpicos que se inaugurarían diez días más tarde, y el pretexto perfecto parecía darlo ese anuncio provocador, entonces, según he creído, sería en el Casco de Santo Tomás el sitio donde se daría el zafarrancho y los estudiantes sufrirían un escarmiento definitivo.

Todo cambió, quizás, cuando, al empezar el mitin, uno de los dirigentes anunció desde el tercer piso del edificio Chihuahua que, en virtud de la presencia de tropas en las inmediaciones de la plaza, no marcharíamos hacia el Poli “para no caer en provocaciones”. Entonces, colijo, debió cambiarse la orden y se mandó a los soldados a la plaza.

Un texto que contribuye a entender los hechos son las memorias del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa, quien, de manera inequívoca, responsabilizó al general Luis Gutiérrez Oropeza de haber enviado a miembros del Estado Mayor, que se ubicaron como francotiradores y se identificaron con el famoso guante blanco. Pero ¿quién ordenó que los soldados que irrumpieron, a paso veloz por distintos puntos en la plaza, llevaran las bayonetas caladas?

Reunión Anual de Industriales (RAI 2016). Una de las maneras más eficaces de defender a México es a través de la industria. Muchos industriales se la juegan diariamente para sacar adelante su fábrica, para completar para la nómina, los gastos de operación y los impuestos, mientras sufren una competencia desleal, el contrabando y la piratería y, también un burocratismo agobiante y a funcionarios que, en muchos casos, diseñan políticas industriales sin haber nunca estado del otro lado de la trinchera (por no hablar de quienes han sostenido que la mejor política industrial es la no política).

Hoy y mañana se reúnen los industriales en Guadalajara bajo la presidencia de Manuel Herrera, será un nuevo paso hacia una Política Industrial de Nueva Generación, que incluye los tres órdenes de gobierno y los tres Poderes.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

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