Frente a la costa de la ciudad de Veracruz, la gran fortaleza de San Juan de Ulúa se extiende sobre lo que fue un islote sagrado. El monumento histórico de más de 500 años permanece vigilante, custodiando su historia, infamia y misterios.
Tecpan Tlayacac era el nombre del islote coralino en donde se cimentaron los muros del Fuerte de San Juan de Ulúa. Pero, antes que este, ya existía un adoratorio dedicado a Tezcatlipoca, una de las deidades supremas de la cosmogonía mexica y totonaca.
Es el omnipresente, el que representa la dualidad (vida y muerte), el dios guerrero de la oscuridad, portador del bien y del mal y de otros atributos más.

Se cree que en ese lugar se practicaban rituales y sacrificios humanos.
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En 1518, en su paso a Veracruz, el capitán Juan de Grijalva, junto con su tripulación, descubrió aquel islote de coral blanco.
Se le ocurrió darle otro nombre: San Juan de Ulúa, por haber llegado un 24 de junio, en la fiesta de San Juan Bautista. A éste le sumó el ‘Ulúa’ que, en realidad es ‘Culúa’, la población cercana.
Un año después, en abril, Grijalva sería sustituido por Hernán Cortés, quien fundo la Villa Rica de la Vera Cruz. Para muchos historiadores, aquí sucedió el encuentro de dos mundos y el inicio del periodo de conquista española.
Su construcción fue ordenada por Antonio de Mendoza (primer virrey de la Nueva España) y se completó durante 6 etapas constructivas entre los siglos XVI Y XIX.
Su diseño es de traza italiana, un referente de la arquitectura militar de la época novohispana.
Se caracteriza por sus baluartes, un foso exterior y muros de 3 a 4 metros de espesor, hechos con piedra de coral, sal de mar, arena y hasta huevos de tortuga.
Por su función, lo que menos importaba era su ornamentación; más bien es un edificio sobrio y austero.
Su forma actual es la de un paralelogramo como con cuatro baluartes en sus esquinas.
No solo se levantó para defender la ciudad y los galeones de ataques enemigos, especialmente de piratas y corsarios, también para protegerla de los ‘nortes’ y mantener el dominio comercial español.
Existen documentos que lo avalan como el primer puerto de México y una de las primeras aduanas de América. Ahí ingresaron, por primera vez, el caballo y animales de ganado, el trigo, pero también plagas y enfermedades.
Se ganó merecidamente el título a “la cárcel más temida de México”. Los presos eran torturados, esclavizados y sobrevivían hacinados en condiciones infrahumanas, dentro de mazmorras que se inundaban hasta por meses, cuando crecía demasiado la marea.
El calor sofocante, la humedad y la falta de higiene hicieron un caldo de cultivo de infecciones y enfermedades que provocaron la muerte de muchos.
Estafadores, ladrones, políticos, escritores y hasta ‘brujas' ocuparon celdas y calabozos; algunos solo duraron algunos días; muchos otros, no salieron vivos.
Entre sus presos, la historia menciona a Benito Juárez, Fray Servando Teresa de Mier, Agustín de Iturbide, los hermanos Flores Magón, Francisco Javier Clavijero, Valentín Gómez Farías, Melchor Ocampo y hasta Porfirio Díaz.
Y, en esta lista, no puede faltar Jesús Arriaga, el famoso ‘Chucho el Roto’, el legendario bandido mexicano quien, por cierto, sí logró escapar de esa cárcel.
El Museo Fuerte de San Juan de Ulúa narra su propia historia militar; exhibe piezas de cerámica, piedra y obsidiana elaboradas por olmecas, huastecos y totonacos, además de una colección de armas antiguas (desde el siglo XVI) provenientes de Europa.
Además de sus salas de exhibición, el visitante también puede recorrer las celdas abovedadas y calabozos, los pasillos, corredores, patios y bastiones.
No hay nada como explorarlo a tu ritmo, pero una de las grandes recomendaciones es contratar los servicios de un guía para darle significado a cada rincón y conocer su historia y una que otra leyenda.
Soledad era joven, bella y curaba con hierbas. No tenemos pruebas, pero tampoco dudas de que la envidia de otras mujeres y el despecho del alcalde de Córdoba, al ser rechazado por ella, la llevaron directito a la condena.
La Santa Inquisición la encerró en San Juan de Ulúa acusándola de brujería y de tener pacto con Satanás. La hoguera sería su castigo, pero una noche antes, un carcelero la encontró en su calabozo dibujando en la pared un barco perfecto con un carbón.
“Carcelero, ¿qué le falta a este navío?”, ella le preguntó.
Él sorprendido por su realismo, le respondió algo así: “Solo le falta navegar”.
La mulata saltó al muro para abordar su barco, el cual se perdió en el horizonte.
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