“Este año fue muy duro. Nos quedamos sin techo financiero”, afirma , directora del , que integra una red conformada recientemente por otros cinco festivales de títeres —algunos de los más antiguos y destacados del país— para mejorar su operación, a partir del trabajo autogestivo, y enfrentar, en ciertos casos, la falta de apoyos federales. La idea fue discutida en los últimos meses por directores de encuentros que se realizan casi al mismo tiempo: además de Titerelia, están el Rosete Aranda de Tlaxcala (este año en su edición 38); el Nortiteres en Sinaloa; el Teatro Artimañas, en Morelos; uno nuevo, el Internacional de Teatro de Títeres BOCÓN en Guanajuato y el Hay Títeres de Veracruz; muchos de ellos entre los mejores de América Latina.

Para entender esta iniciativa, dice Finck, hay que subrayar que ningún festival de títeres ganó la (Profest). “Nos unimos y creamos esta red como la primera de muchas acciones”. Es, al menos en el caso de Titerelia y en la postura de otros integrantes, una primera respuesta ante la falta de apoyos. No es lo mismo pagar 20 mil pesos para traer a un artista a México, que dividirlo entre seis y pagarle 3 mil, indica la también gestora cultural; no es lo mismo ofrecer dos funciones a un invitado, que ofrecer 20.

Pero el tema de Profest es más particular: “No estamos rechazados. La explicación que nos dan es que el proyecto sí fue seleccionado, pero no alcanzó el dinero. Ellos tienen una bolsa de recursos y, supongamos, seleccionan a 50 y nosotros quedamos en el lugar 53. Necesitaríamos que alguien que no acepte su apoyo o incumpla con sus responsabilidades, lo cual es imposible”, dice Olivier Briz, director de planeación estratégica de Titerelia. El otro festival que no fue seleccionado es el Rosete Aranda.

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No sólo fue el techo de Profest, sino que Titerelia —que arranca su edición 19 el 24 de noviembre y termina el 8 de diciembre con 10 compañías invitadas de países como Brasil, Argentina y Alemania— había obtenido dicho apoyo durante tres años seguidos; es la colaboración con la Secretaría de Cultura municipal la que permite su realización este año. De cierta forma, explican, las reglas del Profest provocaron el nacimiento de la red. “La convocatoria pedía que hubiera itinerancia entre festivales, que las compañías giraran. Entonces, formamos la red para cumplir con los lineamientos del Profest”.

Sergio Guevara, fundador de Teatro Artimañas, explica que si bien no coinciden todos los elencos en los seis festivales de la red, hay varios que sí. En su caso, se trata de las compañías provenientes de Argentina, Brasil, Chile, México y Suiza.

“Entre tantas funciones conseguidas ya les sale lo del avión para llegar a México, que queden unos pesitos para el gasto y se lleven algo. Me refiero a la solidaridad entre festivales: fulanito llega a Ciudad de México y va a Tepoztlán, yo lo recibo y lo mando a la ciudad que sigue. Así se van compartiendo gastos”, explica Guevara, cuya compañía nació en 1994 y arrancó con el festival hace 15 años con una “carpa ambulante” en Oztopulco, Tepoztlán. Hoy, su programa se divide en siete fines de semana (dos en octubre; cuatro en noviembre y el primero en diciembre) y sus sedes añadidas son: el centro cultural Casa Palmira, en Cuernavaca, y la Titería en Coyoacán.

Foto: Nortiteres
Foto: Nortiteres

Titerelia tiene cuatro ejes: extensiones en los municipios, presentaciones en escuelas, funciones gratuitas en la calle y galas en el Teatro Matamoros; pero uno de ellos no puede cumplirse como en otros años, ya que dependía de Profest.

Es muy diferente, abunda Briz, presentarle a un municipio un plan en el que los honorarios de los artistas ya están pagados, y solicitar sólo la cobertura de alimentación, hospedaje y transporte, que pedirle todos los gastos. Eso explica por qué en esta edición, en lugar de tener funciones de extensión, el festival sólo irá a Apatzingán, el único que pudo solventar dichos gastos para que el artista alemán Gregor Schwank cubra dos funciones.

Las particularidades de cada festival son clave para comprender la relevancia de la red. En el caso de Apatzingán, detalla Briz, se trata de “uno de los municipios más golpeados, donde hay que intervenir. Lo hemos logrado desde hace seis años; lo hemos hecho con Profest, sin Profest y a pesar del Profest. Lo que se va construyendo en el tiempo cuenta, por eso es lamentable que se corte un proceso como el que este apoyo nos permitió alcanzar en lugares como Tlalpujahua y Zamora; la permanencia es necesaria para crear estructuras y públicos. Cuando los apoyos se cortan de tajo y dejan de ser transexenales impiden diseñar un proyecto a largo plazo”.

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En el caso de Nortiteres, Fernando Mejía —quien lleva el proyecto surgido en 1997 en Culiacán, que se ha consolidado como uno de los más importantes, con la presencia de sus compañías cada año en la FIL de Guadalajara y merecedor del programa Iberescena— afirma que no ve la red como una respuesta o crítica a la necesidad de apoyos gubernamentales, sino como la vía para que los artistas estén unidos y sean visibles ante instituciones y autoridades culturales. El reto verdadero, objeta, ha sido educar, cada tres años, a funcionarios que no entienden el arte y la gestión. “Eso nos afecta en el presupuesto. Ellos creen que el festival se hace sólo con recursos y cualquier bicoca del presupuesto es suficiente. A cada administración tenemos que explicarle que trabajamos con compañías y profesionales, y cómo esto contribuye a la formación de nuevas generaciones”, dice el director del festival que concluye el 26 de noviembre.

Escenas del Festival Nortiteres, surgido en 1997 en Culiacán, y hoy uno de los más importantes del país. Foto: Nortiteres
Escenas del Festival Nortiteres, surgido en 1997 en Culiacán, y hoy uno de los más importantes del país. Foto: Nortiteres

El público, indica Finck, aún no se acostumbra a pagar por el arte y en Michoacán, pues la oferta cultural durante años fue gratuita: “Se puede sentar un precedente. Hay muchos tipos de festivales en el país. Lo que no hay es una unión”. La costumbre de no pagar por los espectáculos es un reto al que Guevara se ha enfrentado con el trabajo independiente, sustentándose con la cooperación voluntaria del público (70% de lo que sale del “sombrero” es para el espectáculo; 30%, para el festival). “Todos necesitamos ser más colaborativos”, señala entusiasmado al enlistar que el primer fin de semana de esta edición de Artimañas hubo 30 asistentes a la función para adultos y 60 a la de niños, al siguiente fin se duplicó y volvió a duplicarse días después. “La gente lo necesita y lo aprecia”, recalca.

Otro ejemplo de la labor autogestiva lo da Lorenzo Portillo, de Hay Títeres y representante del grupo Merequetengue Artes Vivas, el cual, en 2009, impulsó la edificación del primer teatro de títeres hecho con recursos públicos, de la sociedad civil y de la iniciativa privada.

El festival, que no se realizará este año porque la mitad de sus artistas está de gira, ha contado con ciertos apoyos institucionales. Siempre se lleva a cabo con la ayuda de patrocinadores, a veces es el Estado; a veces, la Secretaría de Turismo de Veracruz. Con el surgimiento de la red, Portillo ve una respuesta directa a la falta de apoyos y dice que debería analizarse la posibilidad de compartir gastos y agendas entre festivales desde la normativa de Profest.

El trabajo artístico de Artimañas ha logrado que se pueda sustentar con la cooperación voluntaria del público (70% para el espectáculo; 30% para el festival). Foto: Artimañas
El trabajo artístico de Artimañas ha logrado que se pueda sustentar con la cooperación voluntaria del público (70% para el espectáculo; 30% para el festival). Foto: Artimañas

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