Con la ópera La sonámbula, de Vincenzo Bellini, el tenor Rolando Villazón (Ciudad de México, 1972) se convierte en el primer director de escena mexicano en una producción del . El 6 de octubre, a las 20:00 horas, se estrenará en The Metropolitan Opera y podrá verse hasta el 1 de noviembre (en México se transmitirá el 18 de octubre en el Auditorio Nacional). Reconocido como uno de los cantantes mexicanos de mayor impacto internacional, Villazón ha tenido una destacada faceta como director de escena que empezó en 2011 con el Werther, de Massenet, en la Ópera de Lyon; y le siguió El elixir de amor, de Donizetti. A la fecha, ha hecho 14 óperas y una obra de teatro.

¿Cómo se siente ser el primer mexicano al frente de una producción del Met?

Estoy muy emocionado. Es una gran responsabilidad, naturalmente. Es un cast extraordinario. Estoy concentrado en la responsabilidad que tengo, que es lograr que el trazo escénico, la historia y el concepto que he creado para La sonámbula, de Bellini, funcione a través del arte de los cantantes y del equipo, que es lo que hace el director de escena. Me da mucha alegría y emoción estar aquí, en el Olimpo de los teatros de ópera.

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También veo que es una lectura renovada de la obra de Bellini, ¿a qué se refieren con esto?

El concepto, la historia original de un pequeño pueblito en los Alpes donde todos están contentos porque se casa Amina con Elvino. Después viene una historia de celos porque aparece un hombre que viene del extranjero, que resulta que conoce el pueblo. Algo que fascinaba en aquella época era la cuestión del sonambulismo, que hace que el personaje termine en una situación embarazosa con este extranjero y que provoca los celos de Elvino. A partir de ahí es que Elvino no le cree y no está dispuesto a aceptarla, la repudia como todo el pueblo (...) En este concepto, digamos que mantenemos este pequeño pueblo, pero como una sociedad cerrada al resto del mundo. Una sociedad extremadamente conservadora, patriarcal, donde los hombres tienen un primer rango, las mujeres un segundo, y hay un aspecto muy formal en la manera de comportarse. Son dos personajes que presentan un problema a una sociedad extremadamente conservadora, una sociedad que no acepta la tecnología y repudia la ciencia, una sociedad seguramente muy religiosa, aunque no sabemos qué religión tienen porque no estoy mostrando ningún tipo de religión.

Este personaje está en una tensión, un conflicto tremendo entre pertenecer y ser la que ella quiere ser, con una visión lúdica, con un deseo de ir más allá de lo que la están encuadrando; para romper ese conflicto y esa tensión, o por culpa de ese conflicto y esa tensión, cae en el sonambulismo, donde el superyó se desvanece y el subconsciente le permite al personaje liberarse de los límites establecidos por esta sociedad y ser quien ella es. Su debate es entre el amor por este hombre que quiere (Elvino) y su libertad. Ser ella quien es. A partir de ello quiero establecer una narración con reflejos, digamos, feministas, para ver cuál será la solución de este personaje: si de verdad su felicidad es casarse con este hombre que no le cree y que no acepta su palabra o si su felicidad es liberarse, al fin, de este mundo y de esta sociedad y ser la mujer que es ella.

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Vi imágenes de la obra y me parece muy cinematográfica

El vestuario tiene referencias a todas estas sociedades cerradas. The Handmaid’s Tale, de Margaret Atwood; La cinta blanca, de Michael Haneke. Son estas sociedades cerradas, formales. A mí me gusta cambiar el concepto, pero permanecer cercano siempre a la idea original y a la música. Que la producción sea musical, pero traerla a un lenguaje y una historia que nos hable directamente, con la que podamos relacionarnos hoy en 2025.

¿Cómo ha cambiado su visión artística al desarrollarse como director de escena?

Ser director de escena es un trabajo que requiere mucha creatividad y en el que se depende, además, de la creatividad de los demás, de los límites y talentos de otras personas (...) Es un trabajo muy creativo, en el que se experimenta también mucho, en el que hay que ser muy flexible. Mi trabajo como cantante me permite saber lo que a los cantantes les gusta o no les gusta; saber hasta dónde puedo empujar a un cantante para que vaya más allá de lo que se siente confortable, pero también saber en qué momento me tengo que detener, y de hecho redondearlo a través de la versión que ellos están creando. Creo que son cosas que se complementan: cuando soy cantante, dejo al director de escena fuera y no trato yo de dirigir, me comporto como el cantante que participa en la creación, pero la idea, el universo creado es del director de escena; cuando soy director de escena también dejo al cantante fuera, no pretendo que los demás hagan algo como yo lo haría. Lo que yo tengo que lograr es que ellos puedan crear los personajes que entran dentro de este universo a partir de su talento y de sus posibilidades (...) Aquí en el Met me han salido pequeños detalles o ideas que nacen a partir del trabajo de todos los días. Es un trabajo de muchísima imaginación y que no acaba; y de mucha tensión, porque tienes que terminar en tal fecha y cada día debes lograr ciertas metas.

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¿Qué proyectos tiene para el último cuatrimestre del año?

Regreso a Viena, canto Pelléas et Mélisande en la Opera Estatal de Viena. Mi nuevo álbum sale en noviembre, lo presento con la Deutsche Grammophon, y luego voy a la Ópera de Múnich y canto en El murciélago, de Strauss, en Liechtenstein, Zubin Mehta dirige, y eso es hasta diciembre. En enero empiezo el festival del que soy director artístico, la Semana de Mozart. Voy a estar ensayando La flauta mágica en Salzburgo.

El álbum lo grabé con Christina Pluhar y su ensamble L’Arpeggiata. Es música del siglo XVII y un poquito más, sobre compositores que escribieron del mito de Orfeo, con un enfoque especial en Monteverdi, y por ahí hasta un tango de Gardel se nos aparece.

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