La UNAM ha sido parte de mi vida desde la infancia. Crecí bajo la influencia de padres académicos y universitarios que me enseñaron a amar el conocimiento, la justicia y la diversidad cultural. En 1996 ingresé con orgullo a la Preparatoria No. 2 Erasmo Castellanos Quinto. Desde ese momento comprendí lo que significaba ser parte de una comunidad universitaria y comenzar el camino hacia mi formación profesional.
Me emocionaba saber que ya pertenecía a una institución reconocida no sólo a nivel nacional, sino también internacional. Pero aún más me entusiasmaba el compromiso que eso implicaba: con el conocimiento, la reflexión crítica y la transformación personal y colectiva. Ese compromiso se reafirmó años después, cuando entré a la licenciatura.
En 1999 viví la huelga estudiantil, experiencia que marcó profundamente mi conciencia social y mi manera de entender el país. También recuerdo la preparatoria como una etapa inolvidable: conocí personas maravillosas y participé en coros, talleres de danza y otras actividades artísticas. Esa conexión entre cultura y servicio a la sociedad me motivó a estudiar una carrera técnica en turismo.
Con el tiempo, mi trayectoria en la universidad, el contexto del país y mi sensibilidad hacia las problemáticas sociales me llevaron a elegir la licenciatura en Derecho. Aunque me formé como abogada en la FES Aragón, continué mi camino académico en la Facultad de Derecho durante la maestría. Fue entonces cuando decidí retribuir a la Máxima Casa de Estudios y a la sociedad convirtiéndome en docente. Hoy llevo más de 10 años impartiendo clases.
Gracias a esta institución también he podido ampliar mi formación a través de cursos, diplomados y estudios de posgrado en otros estados e incluso en el extranjero. Su red internacional, como la sede en Chicago y los talleres con ponentes de diversos países, me ha permitido explorar enfoques multidisciplinarios y globales.
La UNAM me ha enseñado que ser universitario va más allá del aprendizaje en el aula: es desarrollar habilidades para enfrentar los retos de la vida, construir conexiones significativas y saber cómo comunicar el conocimiento de forma accesible y útil. Esos valores trato de transmitirlos día a día en mi labor docente.
Por todo ello, desde hace siete años soy orgullosa contribuyente de Fundación UNAM. Poder retribuir un poco de lo mucho que la Universidad me ha dado es, para mí, una manera de abrazar una causa colectiva y reafirmar mi convicción de que la educación pública de calidad transforma vidas, tal como transformó la mía.
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