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“Yo pertenezco a dos ciudades, a la de México, donde nací, y a la Ciudad Universitaria, donde me formé; las dos las tengo en los tuétanos”, resalta el arquitecto Felipe Leal durante un diálogo en el que su obra personal y la transformación de la Ciudad de México se entrelazan. Habla de los cambios de la capital en los últimos 20 años, de la conquista del espacio público, de la especulación inmobiliaria voraz, del resurgimiento de la inseguridad y la contaminación, y de los grandes proyectos que le generan dudas y reafirman su escepticismo.

Hay dos coincidencias en su historia que retoma: nació (en 1956) en un sanatorio que había en Paseo de la Reforma y, décadas más tarde, como arquitecto, participó en la restauración de esa avenida; formado en Arquitectura por la UNAM, llegó a dirigir esa facultad y fue coordinador de Proyectos Especiales y de la gestión para la declaratoria de Ciudad Universitaria como Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO.

Su obra arquitectónica abarca estudios para artistas y escritores —como los de Vicente Rojo y Gabriel García Márquez, entre otros—; abarca también su trabajo por el patrimonio de la UNAM y por el espacio público de la ciudad, del que son ejemplos la Alameda Central, la Plaza de la República y la calle de Madero. Estos aportes acaban de ser reconocidos por el Congreso de la Ciudad de México con la Medalla al Mérito en Artes 2018.

—La ciudad tiene condiciones que se desaprovechan, ¿cuáles son?

—Muchísimas. En los últimos 20 años ha mejorado sustancialmente, aunque están de nuevo problemas de medio ambiente e inseguridad. Se reverdecieron algunas zonas, se ganó espacio público y calidad en la construcción. Hace 10 años, el centro de Coyoacán y la Alameda estaban llenos de ambulantes; las plazas de la República y de la Bombilla, abandonadas; el entorno de la Basílica era un desastre; a Garibaldi no podías entrar; en Chapultepec se mejoraron la Primera y Segunda secciones.

Sin embargo, advierte que el transporte es aún un problema grave, y que en los temas de contaminación e inseguridad, se volvió atrás. “Hubo 12, 15 años bastante buenos para la ciudad. Era la ciudad más segura del país, atractiva, aumentó la inversión: gastronomía, cultura; los días con mejor calidad del aire eran más de la mitad del año. Hoy estamos regresando, del goce de la ciudad al miedo”.

—De Mancera a Sheinbaum ¿cómo ve el cambio?

—Todavía es temprano. Pero vi una enorme desorganización en la administración de Mancera, nunca convocó a gabinetes; aislado, tuvo proyectos erráticos. Se empezó a caer lo relacionado con seguridad. Era un gobierno de simulación y publicidad, con tintes de frivolidad; poco comprometido con la población. Estos meses han estado pagando las consecuencias de una administración que no fue nada favorable para la ciudad.

—¿Cómo conciliar el desarrollo inmobilario con una ciudad que tiene tanto patrimonio?

—Uno de los graves problemas de la administración anterior, y que conozco bien, fue el de la excesiva liberación y contubernio —sobre todo en la Secretaría de Desarrollo Urbano—. No hubo freno a la especulación inmobiliaria. Aclaro que el desarrollo inmobiliario es muy necesario para la ciudad, una fuente económica importantísima. Pero hubo casos de irregularidades inimaginables, de tolerancia y contubernio con desarrollos fuera de lugar, en zonas donde no hay agua ni vialidades necesarias.

“Sin embargo, pasamos de esa laxitud a un congelamiento. Se puede entender por unos meses —hay 15, 20 casos alarmantes sobre los cuales hay que actuar ejemplarmente— pero no castigar a un sector intermedio, equilibrado, justo. Se fueron al otro extremo, y pasan los meses y ahorita hay consecuencias en la economía de la ciudad. Es un foco rojo. Está detenida la industria de la construcción”.

Para Felipe Leal, por otra parte, la reconstrucción tras los sismos ha sido lentísima; opina que la respuesta fue errática, que no se aprendió del pasado y se dejó en manos de financieros y “diputados oportunistas” que querían sacar provecho del asunto.

—¿Qué piensa del proyecto del gobierno federal sobre Chapultepec?

—Es un proyecto muy ambicioso, que no es novedoso. La integración de las tres secciones es un tema recurrente, desde el Consejo Rector del Bosque de Chapultepec y el Fideicomiso del Bosque, instancias creadas en la administración de López Obrador, como jefe de gobierno. En paralelo, ha habido arquitectos, paisajistas, urbanistas que han pensado en eso; ejercicios en las escuelas de Arquitectura sobre cómo integrar la Primera y Segunda secciones, y planteamientos como el de Alberto Kalach, que fue el primero que dijo, por ejemplo, que había que integrar al bosque el campo militar Francisco Urbizu y tirar la barda, y que Los Pinos (entonces casa presidencial) no podía estar ahí.

La mayor duda de Felipe Leal ante el proyecto es que si durante 14 años —desde que se inició la integración de las dos primeras secciones— todavía no se ha conseguido totalmente ese objetivo, será imposible integrarlas cuatro en tres años.

Analiza el tema desde la perspectiva social; advierte de problemáticas como la de los ambulantes, o la de perros ferales en torno del Panteón de Dolores. Lo ve como un tema donde hay que tomar en cuenta diversas instancias —Secretaría de Cultura con Los Pinos; INAH con los museos de Antropología, Historia y Caracol; INBA con el Tamayo y el de Arte Moderno; Secretaría de Medio Ambiente de la Ciudad con el Museo de Historia Natural; Comisión Federal de Electricidad con el antiguo Mutec; UNAM con Casa del Lago; Consejo Rector; Fideicomiso; Sedena y, a futuro, Guardia Nacional.

Para Leal, de origen, la idea es muy buena, pero posible a 30 años. “Se necesita una figura jurídica y una jerarquía. No quiero ser negativo, soy escéptico, me parece una excelente idea, pero no realizable en tres años. ¿Con qué recursos, con qué estructura, con qué sentido?”

Es por eso que, desde su perspectiva, lo que sí es posible son acciones específicas, que resultan más eficaces, por ejemplo, tirar la mayor parte de las bardas que separan a Los Pinos; construir túneles entre la Primera y Segunda secciones; consolidar la propuesta de restauración de la ermita Vasco de Quiroga y recuperar esa zona para el pueblo de Santa Fe (no para los corporativos, recalca); crear puentes para que quienes viven frente a la Segunda sección, puedan disfruten el parque.

“Yo creo que con acciones muy concretas sí es viable. Pero el todo, todo, no es posible. Un problema es la integración, dicen que quieren que si alguien está en la Puerta de los Leones sienta que está en el mismo espacio que en la ermita Vasco de Quiroga. Yo no lo no creo; conozco la ermita, está en una cañada y no puedo pensar, ahí, que alguien esté en Chapultepec; Chapultepec tiene otra connotación. Tampoco me imagino a una persona que pueda caminar desde la Puerta de Los Leones a la ermita, 12 kilómetros, pasando por barrancas, cruzando Periférico, Constituyentes. Yo les he dicho: ‘Solo hay dos pueblos que pueden hacer una cosa así: los chinos, un régimen con todos los recursos y con una visión autoritaria de poner a trabajar a miles de personas; y los alemanes, que hicieron la reunificación de Berlín, pero en 12 años, estructurada y con fondos europeos”.

—¿Qué retos traerá el Aeropuerto de Santa Lucía a la Ciudad de México?

—Hay riesgos, como que la Zona Metropolitana se pueda extender todavía más y ahí no vas a controlar la especulación inmobiliaria. Texcoco ya era un suelo impactado históricamente, se agudizó más con el NAIM. Entonces, ahora tienes una zona impactada y vas a impactar otra, a 40 kilómetros. Desde el punto de vista ambiental no es la mejor solución. Hay infraestructura que vas a tener que mover porque ahí están viviendo militares. La operación de dos terminales siempre va a ser más cara. A nivel del avance tecnológico de las nuevas propuestas aeroportuarias, se pudo quedar con el de Texcoco de una forma mucho más austera. Perdimos la oportunidad de hacer un hub de las Américas; Panamá y Atlanta están encantados. México está orgulloso de grandes obras de infraestructura hechas a lo largo del tiempo: Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología, Ciudad Universitaria, Tlatelolco, la obra Olímpica. No entender eso es frenar la historia. Este es un país que está ligado con monumentos y grandes obras, y siempre nos enorgullecemos de todo eso. ¿Y qué vas a tener ahora? Es un freno a este tipo de símbolos que dan impulso y que deberían ser promovidos por el Estado.

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