Tres de las escritoras más potentes de la actual, la ecuatoriana Mónica Ojeda (1988), y las argentinas Selva Almada (1973) y Ariana Harwicz (1977), han encontrado en la literatura la forma de hablar de las violencias que viven las mujeres de nuestro continente; sus historias, a diferentes niveles —unas de maneras más simbólicas o veladas, pero también con un abordaje directo y frontal— exploran las violencias contra las mujeres, como una forma de confrontarla y demolerla.

“Cuando volteamos la cara para no ver la violencia contra las mujeres y no queremos saber, estamos siendo tan crueles como los perpetradores de la violencia. Somos violentos cuando no nos condolemos con los demás que han sufrido una violencia”, asegura la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda.

La narradora que radica en España y que acaba de publicar Las voladoras, su primera antología que reúne ocho cuentos que hablan de feminicidios, violaciones, abortos y agresiones contra las mujeres, dice que en este libro ese mundo de hostilidad permea en los relatos, que hablan de esas capas que perpetúa la violencia por la indiferencia y la crueldad.

“Siempre se puede leer entre líneas el tema de la desigualdad, de las violencias machistas en los universos donde transcurren mis historias, los universos con la cultura patriarcal muy arraigada”

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“Es lo que ocurre con las personas que son violentadas y después se convierten también en victimarios; la violencia tiene muchísimas capas y creo que eso es lo que produce más horror, que uno nunca sabe dónde se toca el fondo”, afirma Mónica Ojeda, la narradora considerada una de las más poderosas novelistas latinoamericanas actuales.

La violencia en sus expresiones más distintas y crueles también está entre las obsesiones de la argentina Ariana Harwicz, quien asegura que entre su primera novela, Mátate, amor, hasta la más reciente Degenerado —en medio están La débil mental y Precoz— han pasado siete años y un gran número de lectores fascinados por el estilo violento, erótico e irónico de la literatura de la escritora argentina que es considerada una “narradora radical”.

“Cuando miro un poco a la distancia estos siete años, veo de algún modo, y me parece bien, que me radicalice. Veo una radicalización en mí, a veces se usa peyorativamente radicalización para los terroristas que se radicalizaron y para los extremistas que se volvieron más fanáticos o tomaron las armas, en mi caso se aplica a la literatura, creo que me radicalice en el sentido de que estéticamente si vemos la evolución de Mátate, amor’, La débil mental, Precoz y Degenerado”, señala la narradora que radica desde hace ya varios años en Francia.

Novelistas de América Latina confrontan con sus libros la violencia
Novelistas de América Latina confrontan con sus libros la violencia

La finalista del prestigioso Premio Man Booker International en 2018 asegura que hay una radicalización en la propuesta al lector, cada vez un poco más elíptica pero no del todo críptica.

“Son textos que se pueden entender, son textos abiertos pero cada vez hay una violencia mayor, la violencia va creciendo en los personajes hasta llegar a Degenerado. No sé qué vendrá después, pero creo que mi camino es el de la radicalización”, dice la feminista y gran activista contra la violencia hacia la mujer.

Selva Almada, la emblemática escritora y feminista que es considerada como una de las autoras más importantes de la narrativa argentina, cuyas obras han sido traducidas al francés, inglés, italiano, portugués y alemán, reconoce que su literatura está permeada por la violencia pero de una manera muy sutil y más velada, pero no por ello menos enérgica.

“Por supuesto que escribimos con todo lo que somos, no es que entramos a la escritura como seres vaciados de nuestras experiencias o de nuestros intereses, pero en lo que siempre sí trato de estar atenta es en que esos intereses míos como persona y como ciudadana no se transformen en un panfleto; la literatura didáctica no me interesa”, afirma la autora de poesía, novelas, cuentos y no ficción.

“Son textos que se pueden entender, son textos abiertos, pero cada vez hay una violencia mayor... No sé qué vendrá después, creo que mi camino es el de la radicalización” Ariana Harwicz

Almada, quien en 2019 obtuvo el First Book Award de Edimburgo por su novela El viento que arrasa, afirma que sus convicciones como feminista y activista siempre aparece porque los escritores y creadores se apoyan de su propia experiencia para escribir ficciones u obras artísticas.

“Creo que siempre se puede leer entre líneas el tema de la desigualdad, el tema de las violencias machistas, sobre todo en los universos donde transcurren mis novelas y mis cuentos, que son estos universos de provincia, donde la cultura patriarcal está muy arraigada y muy acentuada y causa mucho daño sobre la vida de las mujeres o de las disidencias sexuales”, señala.

Almada, la autora de novelas como Ladrilleros y No es un río, y de libros de cuentos como Una chica de provincia y Los inocentes, reconoce que justo en una novela como Ladrilleros, que entre otras historias narra la de amor entre dos hombres y la resistencia que eso provoca en el entorno al punto de desatarse un duelo que termina con la muerte, subyace la violencia.

“El amor homosexual aparece como parte del universo que se pone en juego en la novela, pero sin estar subrayado, o por lo menos eso trato de que no parezca, sin que sea el tema en primer plano; pero está el tema y mi interés sobre las disidencias homosexuales, y quiero que lo que yo pienso sobre el tema, en todo caso el lector si lo quiere rastrear lo encuentre, pero que no se convierta en un panfleto”, afirma Almada.

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Escritoras combativas

Selva, cuyo estilo literario es definido como literatura de provincia, como la que dejó la estadounidense Carson McCullers, asegura que donde hace escuchar su voz crítica y su participación activa es en la vida diaria como ciudadana, “soy una figura pública y puedo usar ese pequeño espacio que a veces me dan los medios e incluso esa atención que me puedan prestar las lectoras y los lectores para decir lo que pienso y para hacer crítica con las cosas que me parece que no están bien y que son injustas”.

Sin embargo dice que a la hora de escribir sus ficciones esa voz crítica y combativa no está puesta en primer plano “porque cuando lo veo en otros escritores o escritoras siento que me aleja de su obra porque siento que me está diciendo ‘tienes que pensar esto sobre este tema’, entonces yo prefiero elaborar mis propias ideas y teorías acerca de algunas temáticas feministas o cosas que a mí me interesan, pero no decirle al lector qué es lo que tiene que pensar sobre eso”.

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La narradora y feminista dice que para ella es el sentido de la escritura “cuando digo hacer justicia no tiene que ver con libros sociales, panfletistas, manifiestos políticos de ‘abajo la injusticia, arriba la bondad humana’; no, pero hacer justicia con la literatura poéticamente, entonces le doy la voz a un pedófilo o un pretendido pedocriminal que reivindica todo tipo de ilegalidad y es mi modo de tratar de que se discuta sobre eso, de que se vea al ser humano en toda su dimensión”.

Mónica Ojeda explora la violencia en todas sus capas para que se perpetúe la indiferencia y la crueldad, porque sabe que las personas que son violentadas después se convierten en victimarios, y eso es lo que produce más horror, pues nunca sabe dónde se toca el fondo.

“Cuando volteamos la cara para no ver la violencia contra las mujeres y no queremos saber, estamos siendo tan crueles como los perpetradores de la violencia”

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“Yo creo que las personas que escribimos o que hacemos cualquier tipo de arte, en realidad trabajamos sobre nuestras propias obsesiones, uno no decide qué la obsesiona, simplemente te sientes irremediablemente arrastrada a eso que te obsesiona. En mis libros me doy cuenta de que hay un leitmotiv y el leitmotiv tiene que ver con distintos tipos de violencia, algunas más crudas que otras”, afirma la también autora de La desfiguración Silva, Nefando y Mandíbula.

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