Mi relación con la UNAM empezó temprano. Mi mamá trabajaba en la Escuela de Veterinaria, y cuando la acompañaba, quedaba fascinada por los laboratorios llenos de recipientes, con nombres extraños. Mi papá colaboraba en Radio UNAM, donde conocí a figuras importantes con voces muy bellas.
Uno de mis recuerdos más fuertes es el de 1968. Acompañaba a mi mamá a revisar los laboratorios cuando la Universidad estaba tomada por el ejército. Sentía la congoja de mis padres, la desolación de ver soldados custodiando espacios universitarios. En casa se reunían estudiantes que trabajaban con mimeógrafos para sacar volantes. Mi papá recibía a líderes estudiantiles y participaba, junto con José Revueltas, en el Consejo Nacional de Huelga.
Mi relación con la UNAM se fortaleció gracias a las actividades culturales: conciertos en la Sala Nezahualcóyotl y puestas en escena de grandes directores. El teatro universitario me impactó tanto que decidí acercarme al CUT para estudiar actuación.
Entré al taller de Luis de Tavira y, poco después, hice el examen de admisión a la UNAM. Mi primera opción era Medicina; sin embargo, en las prácticas que desde temprano tuve que hacer, me di cuenta de que eso no era para mí.
En el CUT tuve maestros extraordinarios, además del propio De Tavira: Ludwig Margules, Vicente Leñero, José Caballero, Germán Castillo, Margo Glantz, Hugo Hiriart. Además, empecé a tomar clases como oyente en Filosofía y Letras y en Ciencias Políticas. Y la UNAM no solo me formaba, también me pagaba por actuar en funciones universitarias abiertas al público.
Al abrirse Dirección y Escenografía en el CUT, hice el examen de admisión, y me dieron la oportunidad de cursarla. Fui parte de la primera generación que concluyó los tres años de formación.
Al salir, recibí el apoyo para la producción de mi trabajo final, El rufián en la escalera, de Joe Orton, y mi primera puesta en escena como egresada, El amante, de Harold Pinter, en espacios de la Universidad. Esa generosidad de la UNAM de formar, profesionalizar y dar espacio a los egresados, marcó mi vida.
En 2012 me invitaron a dar clases de Dirección de Actores en el entonces CUEC (la actual ENAC). Luego de algunos años como docente, un día recibí una llamada para consultarme si estaría dispuesta a participar para formar la terna de candidaturas a la Dirección de la Escuela.
Consideré que la experiencia reunida durante mis 11 años de gestión como directora del Centro de Capacitación Cinematográfica, además de mis prácticas en el ámbito profesional del cine me daban un sustento sólido para trabajar en retribuir algo de todo lo que me había dado la Universidad. Una institución de la que ahora continúo recibiendo un sólido apoyo para el desarrollo de mi gestión al frente de la ENAC, pero, sobre todo, para su alumnado y egresados.
Entre esos apoyos recibidos están, sin duda, los que hemos recibido de la Fundación UNAM para las películas Sujo (recientemente reconocida con tres premios Ariel) y la ópera prima documental La Bola (en proceso de postproducción).
En sus 32 años, la Fundación UNAM ha sido un pilar estratégico en la evolución y el impacto nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México. Su labor ha sido fundamental para fortalecer la acción universitaria en un contexto de crecientes desafíos.
Se ha consolidado como un puente entre los sectores productivo, social y la comunidad universitaria, construyendo alianzas estratégicas que permiten traducir las capacidades de la UNAM en soluciones concretas para el país. Su trabajo ha demostrado que la universidad pública puede y debe ser un actor relevante en la transformación nacional.
En el campo del arte y la cultura, la Fundación ha sido clave en la preservación de su patrimonio material e inmaterial, y con acciones de apoyo a la creación y la interpretación artística, ha asegurado que la cultura universitaria siga siendo un faro de identidad, crítica y creatividad para el país.
Directora de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM
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