La Universidad Nacional Autónoma de México es una de esas instituciones que dan identidad. Todos quienes hemos estudiado y trabajado en ella podemos constatar que los contactos con sus facultades, institutos y áreas deportivas y culturales han marcado nuestras existencias. Mis primeras experiencias universitarias fueron en la Facultad de Derecho que, salvo la espeluznante novatada con la que fuimos recibidos los de primer ingreso, fue un importante espacio para mi formación profesional. Sin embargo, después de un año y medio me di cuenta de que la abogacía no era mi vocación y, a partir del movimiento estudiantil de 1968 —un parteaguas de cambios para toda mi generación—, ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras. Ahí cursé la carrera de Historia entre 1969 y 1973 y en 1975 obtuve el grado de licenciatura. A partir de ese momento, mi interés por la historia medieval y por la historia de la Nueva España comenzó a convertirse en mi especialidad.

Desde entonces la UNAM ha sido mi segunda casa. En ella he trabajado como profesor e investigador de carrera desde 1977 y en 2021 se me concedió el emeritazgo por mi Facultad. A lo largo de mis 44 años de servicio, las aulas universitarias me han permitido desarrollar mis actividades docentes, las cuales no se interrumpieron ni con la pandemia. La Universidad ha hecho posible para mí colaborar en la formación de numerosas generaciones de estudiantes, varios de los cuales son profesionistas independientes. Además de la actividad docente, la dirección de más de 70 tesis y la participación en varios seminarios y en numerosos congresos me han dado la oportunidad de enriquecerme con un fructífero diálogo con mis alumnos y colegas.

Nuestra Universidad también me ha brindado el espacio académico para desarrollar mis investigaciones, tanto por sus magníficas bibliotecas como por el apoyo que he recibido de ella en mis estancias sabáticas en los archivos europeos y en las coediciones de mis libros y artículos. Su infraestructura y el soporte técnico en sus plataformas digitales me han facilitado también mi labor como difusor en conferencias y diplomados, en programas de radio y televisión y en revistas no especializadas. Gracias a todas las condiciones propicias que me ha ofrecido esta institución y a sus espacios de intercambio y diálogo se me concedió en 2022 el Premio Nacional de Artes y Literatura, además de mi pertenencia como emérito al Sistema Nacional de Investigadores y al Sistema Nacional de Creadores. Me siento orgulloso igualmente de haber servido a mi Universidad como miembro de varias comisiones evaluadoras y editoriales, con la conciencia de que esta actividad es fundamental para mantener el elevado nivel académico que ha hecho de nuestra Máxima Casa de Estudios una de las universidades más prestigiosas del mundo.

Con sus programas de becas y de apoyo a la investigación y a la difusión a lo largo de sus 31 años de existencia, Fundación UNAM ha colaborado para engrandecer aún más esta institución que nos ha cobijado a miles y miles de mexicanos y a muchos extranjeros. Mis felicitaciones por tan loable labor.

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