dedica el número impreso de la semana a la memoria, obra y pensamiento del novelista, dramaturgo, ensayista y periodista,, amigo y, cuya narrativa estimula inquietudes metafísicas más allá de la historia, pretérita y presente.

Colaboradores y colegas cercanos a Solares se suman a esta despedida. Participan Vicente Alfonso, quien evoca las reuniones a distancia con el novelista y un grupo de amigos mientras duraba el encierro pandémico, una situación que recuerda a su novela "El sitio"; José Gordon, con quien Ignacio dialogó por espacio de 40 años sobre la esencia de la vida, las interrogantes de un mundo inmaterial pero al asecho, de la muerte y las tragedias, de las vicisitudes corporales y espirituales.

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También escribe Liliana Olmedo sobre "Cartas a una joven psicóloga", dedicada por el ensayista a su hija, quien se inclinó por estudiar esta carrera. En esta obra, señala Olmedo, encontramos las inquietudes más hondas de Solares, bien a nivel narrativo, pero también como persona. Martín Solares rinde homenaje faltando a su primer apellido y conservando el segundo: Martín S. Heredia, "en este artículo no puede haber más que un Solares, el Bueno", afirma. El también escritor nos lleva por los espacios de convivencia de Ignacio, sus amigos, así como las obras teatrales que produjo y asistió con esmero.

Debemos a su esposa, Myrna Ortega, la selección fotografía que da cuerpo y acompaña este número. De manera inédita, reproducimos dibujos hechos por Ignacio en una versión de autor, así como una suerte de reflexiones poéticas que el pensador escribió en la víspera de su fallecimiento; una breve introducción del poeta Javier Sicilia nos devela el secreto de la noche, un asunto que ocupó largo tiempo el pensamiento de Solares: en el versado se cristaliza y sublima la visión de un autor que se preocupó por lo eterno.

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