Y la gente comenzó a gritar con ese ímpetu que produce la energía colectiva, ese mantra triunfal y festivo: "¡Olé, olé, olé, Fito, Fito!". Los jóvenes ondeaban sus playeras, sus plásticos de 25 pesos comprados dos horas antes ante la amenaza de lluvia, y suéteres, lanzaban chiflidos y el incansable clamor: ¡otra, otra! El cantante argentino Fito Páez salió de nuevo al escenario de la Alhóndiga de Granaditas . Sonriente, con el pelo revuelto y la frente sudorosa. "¡Me van a matar de amor!", le dijo a la masa que vitoreaba el triunfo por el retorno anhelado. Y entonces, Fito entregó su corazón.

De pie al centro del escenario, con su traje amarillo, dijo que intentaría una hazaña en ese auditorio alucinante: cantar a capella. En la Alhóndiga se hizo un silencio que era posible escuchar el viento. Fito se quitó los lentes y, a todo pulmón, cantó: "¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón, tanta sangre que se llevó el río, yo vengo a ofrecer mi corazón". Poco a poco, un violín de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato se le unió, luego los metales, y finalmente la agrupación completa. Y sí, el corazón estaba allí.

Fito Páez hizo dos regalos más al público guanajuatense. El primero fue cantar " Dar es dar ", tema que lanzó en 1996 en su primer disco acústico-sinfónico que tituló Euforia y que se convirtió en un gran éxito, pero el cantante compone al aire nuevos versos: "Puede ser que a esta altura suene un poco desafinado, pero en estos tiempos a quién no le han desafinado el corazón". Y un coro gigantesco se le unió. "Dar lo que tengo todo me da, da, da, da ,da, da ,da, da".

El segundo regalo del intérprete rosarino fue otro de sus éxitos más importantes, " Mariposa tecknicolor " del disco " Circo beat ", publicado en 1994, unos de los álbumes más icónicos de los años 90 de la música popular latinoamericana.

Fue una noche memorable. En los balcones los vecinos de la Alhóndiga saltaban y coreaban cada canción, en las filas delanteras que tanto habían demorado en ponerse de pie, se entregaron al baile y al brinco rítmico. Los atrilistas de la Sinfónica tomaban fotos en las oportunidades que tuvieron, el concertador Roberto Beltrán Zavala ya no tenía el moño de su frac de gala.

En dos horas Fito Páez ofreció un viaje por su discografía, cantó sus himnos como "El amor después del amor" del disco del mismo nombre, un álbum que se enlistó entre los mejores discos en la historia del rock argentino . El público cantaba el estribillo una y otra porque "nadie puede y nadie debe vivir, vivir sin amor".

El repertorio también incluyó temas como "Cadáver exquisito", "Naturaleza sangre", "Cable a tierra", "Ámbar violeta", "11 y 6" y un tema sinfónico que tituló "La familia". Una dulcísima composición que tuvo a Páez al piano. "Me gusta mucho tocarla, se llama La familia , y cada uno que se eche a volar", dijo, como una invitación al público a pensar en los suyos, en los que estaban ahí viviendo uno de los conciertos más significativos de la edición 47 del Festival Internacional Cervantino , y en los que esperaban en casa.

Fito Páez convocó a admiradores que corearon cada uno de los temas, a fans que llevaban sus discos con la esperanza de ser autografiados; pero también reunió a un público cervantino que terminó hipnotizado por su entrega.

"Ustedes ya están acostumbrados, pero cantar a dos mil metros de altura toda esta chorrada... pero igual no me quejo, de hecho vamos a cantar canciones que tienen que ver con esto", comentó a sus admiradores antes de cantar "Al lado del camino", para los tiempos "donde nadie escucha a nadie".

"En tiempos donde todos contra todos, en tiempos egoístas y mezquinos, en tiempos donde siempre estamos solos. Habrá que declararse incompetente", cantó Páez con fuerza. Y así, incompetentes y felices, el público despidió al argentino con el grito que sólo se les da a los que entregan el corazón. "¡Olé, olé, Fito, fito!".

jabf

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