El 1 de enero, las Escuelas de Iniciación Artística del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura cumplieron 75 años. Actores como Ignacio López Tarso y Ofelia Medina se formaron en ellas. Los primeros cuatro planteles se instalaron en las colonias Doctores, Roma Sur, Santa Isabel Tola y Guerrero. Desde hace una década (2011-2021), su modelo tiene eco y es usado en el Programa Nacional de Escuelas de Iniciación Artística Asociadas (PNEIAA), proyecto asociado que ha tenido a 28 mil 44 alumnos y está presente en 19 estados mexicanos, con 55 escuelas activas y ocho que fueron suspendidas.

Como toda la sociedad, por la pandemia las Escuelas de Iniciación Artística han padecido consecuencias pedagógicas, infraestructurales y psicológicas en la formación de docentes y alumnos. “El regreso a las escuelas es aún un desafío para la continuidad de la iniciación artística y la recuperación de los aprendizajes en música, danza, artes visuales y teatro”, dijo Mónica Hernández Riquelme, subdirectora de Educación e Investigación Artísticas del INBAL.

Una muestra de lo palpable que aún es la resaca de la pandemia el caso de la Escuela número 4, en la colonia Guerrero. “La semana pasada hubo 60% de alumnos que asistían de forma presencial. Ahora ya estamos incorporando a 85 % y el objetivo es alcanzar la totalidad en las próximas semanas, salvo que las indicaciones sanitarias sean otras”, indicó Hugo Enrique Vázquez Morales, secretario académico del plantel.

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“En el confinamiento, el ciclo escolar de agosto-2019 a julio-2020 empezó con 130 alumnos infantiles y terminó con bajas equivalentes al 10%. En el ciclo actual hay 55 niños, de un total de 387 estudiantes inscritos de todas las edades, y 15 bajas”, señaló Vázquez Morales, quien después de la entrevista comentó que hasta el momento no había más información disponible autorizada por la subdirección del plantel.

Empiezan desde cero, escuelas de danza y música tras pandemia
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Limitantes pedagógicas

En la Escuela de Iniciación Artística número 4 las clases se dividen en tres categorías: infantil (8 a 11 años), juvenil (12 a 17) y adulto (mayores de edad) con cuatro áreas de aprendizaje: artes visuales, teatro, música y danza; estas últimas dos asignaturas son las únicas dedicadas a los niños en el programa del plantel. Más allá de los retos del sector educativo frente a la virtualidad, esas dos materias tienen particularidades que hacen necesario el modelo presencial. La audición es clave al enfrentarse, por ejemplo, con una pieza clásica; en el cuerpo se contienen las posturas correctas para agarrar los instrumentos.

“Volvemos a las aulas llenos de esperanza”, dijo Guillermo Soriano, profesor que enseña música a niños, adolescentes y jóvenes en la Escuela 4. “Para el conocimiento es necesario ver en vivo la postura de los pies, los gestos. Lo presencial nos da información para el aprendizaje. Lo que aparecía en la pantalla no era toda la información que necesitábamos y esto fue frustrante para alumnos y profesores.

“En el caso de la música, la enseñanza no se restringe a la técnica. A nivel pedagógico es dramático porque durante siglos ha sido una disciplina que depende de la oralidad. La técnica depende de corregir los hombros, el cuello, las malas posturas de los pies, la colocación de las manos, la forma en la que se sienta un niño en el piano o en la que toma el arco del violín. En el caso de los instrumentos, yo ya había revisado cuestiones de postura, pero la distancia significó un retroceso, volver a cero”, explicó el docente.

En asignaturas como danza, el desfase fue similar, “es difícil corregir la postura a través de una videollamada. Los recursos digitales fueron un refuerzo: herramientas audiovisuales, recitales online y conferencias. Aun así, la virtualidad no dejaba de representar una limitante”, añadió Vázquez Morales.

“A través del arte el aprendizaje se hace más significativo. Lo único que se lamentó en estos dos años fue la falta de contacto social”, dijo Hernández Riquelme.

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Ensayo y error: nuevos caminos

La Escuela cuenta con un promedio de 45 docentes; 15 de ellos no son nativos digitales (el más grande del grupo tenía 70 años en ese momento).

Tardaron seis meses en adaptarse y durante todo el confinamiento siempre hubo expectativas de volver al modelo presencial, contó Vázquez Morales.

Del otro lado, el día a día de los niños estaba rebasado también por su propia infraestructura doméstica: viajar a la casa de un familiar para acceder a una mayor calidad de Internet y no poder volver por el riesgo de contagio. La limitación tecnológica de ser un maestro, por ejemplo, que compartió su espacio de trabajo con sus hijos ya es conocida. En muchos casos, los alumnos provienen de zonas vulnerables y acceden a clases de arte con un pago anual de alrededor de mil 200 pesos, con base en un tabulador de Hacienda, por el derecho de inscripción y reinscripción.

Pero el balance de la pospandemia no es negativo por completo. El aula invertida o modelo híbrido tiene la capacidad de optimizar el desarrollo infantil. “Trabajamos con una justificación académica que nos permita proyectar los beneficios de cambiar el sistema de ciertas maneras. Un caso concreto: si tengo seis grupos de apreciación artística y sólo cuatro salones con herramientas audiovisuales, hay que buscar la forma para que todos los alumnos puedan ver videos y escuchar grabaciones. Con la virtualidad este problema no sucede: todos pueden escuchar un concierto de forma simultánea o ver partituras en línea”, señaló Vázquez.

“El proyecto es que se hagan cambios en el plan de estudios a partir de una modalidad híbrida, con una justificación bien fundamentada. Lo ideal sería que esté en marcha en el próximo ciclo escolar, pero hay que revisar estructuras, modificarlas, entablar sesiones de trabajo, analizar asignaturas. El proceso podría durar hasta un año y esto debe presentarse ante el INBAL, tomando las virtudes de los modelos presenciales y virtuales”, agregó.

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