Entre mis más preciadas reliquias  guardo cuatro documentos del siglo pasado relacionados no sólo con mi historia familiar, sino con el devenir de la Universidad.

El más antiguo es una pequeñísima y delgada libreta; al centro, tiene una fotografía sepia de un joven de traje y corbata, cabello engominado (un migrante hidalguense, clarinetista); el encabezado, impreso, reza: “Universidad Nacional de México, Facultad de Música”; a los lados de la foto, escritos a mano con una hermosa caligrafía, “año 1925, boleta no. 489”, y debajo de ella, también manuscrito, el nombre del alumno; una advertencia está impresa al pie del cuadrado: “El alumno tiene la obligación de presentar esta tarjeta siempre que le sea requerida por un superior”. Los dos siguientes son de épocas cercanas, ambos de cartulina blanca con el encabezado “Universidad Nacional Autónoma de México” y con las fotografías de óvalo, en blanco y negro, engrapadas, y los datos, ligeramente distintos en su distribución, mecanografiados. El primero es de la Escuela Nacional de Comercio, para la carrera de Contador Público y Auditor, de una muchacha con una melena castaña, blusa blanca y un suéter con su inicial; la inscripción es de 1946. El segundo es de la Facultad de Medicina, para la carrera de Médico Cirujano, de un jovencito de lentes, traje y corbata (cuya madre había estudiado en San Ildefonso, igual que él), sellado con el escudo universitario e inscripción de 1950. El último, color oro, tiene en la orilla, sobre fondo azul, la foto instantánea, a color, de una chica con fleco, cola de caballo y un colorido chaleco oaxaqueño; está plastificado, en una tipografía cuadrada y moderna tiene impresas las siglas “UNAM” y con máquina de escribir eléctrica anota, además del año, “1983”, la clave y el nombre de la Facultad o Escuela: la “ENEP Acatlán”. Del centro histórico a los suburbios.

Puedo, así, orgullosamente, aseverar que la unam ha sido parte de mi genealogía de maneras que sintetizan, en la vida de cuatro personas, las transformaciones de esta generosa institución en 99  años de credenciales universitarias: la primera y más relevante, la autonomía; la segunda, según mi punto de vista, la inclusión de una conciencia que promueve la equidad de género como una directriz ética. Así pues, la Universidad no sólo nos formó en el ámbito profesional sino que nos dotó de herramientas de pensamiento crítico que nos han permitido, por al menos tres generaciones, comprender los cambios, cada vez más vertiginosos, de nuestro contexto y enfrentarlos.

Este año es de conmemoraciones para el Centro de Investigaciones sobre América del Norte, que me honro en dirigir. Cumplimos 35  años de estar a la vanguardia en los estudios regionales, produciendo conocimiento sobre nuestros vecinos del norte. La firma del TLCAN  hace  30  años, además, hizo que el CISAN  diera un paso adelante al fundar, en nuestro país, la primera área de estudios canadienses. Cada mañana, al leer o escuchar las noticias, resulta claro que la misión del CISAN es vital para explicar, desde el conocimiento profundo, no sólo los vínculos estrechos de nuestras economías, nuestra interdependencia asimétrica con Estados Unidos, sino también los dañinos estereotipos que pueblan (por ejemplo, en estos días de elección de candidaturas) los discursos políticos y cómo, a pesar de ello, las sociedades y las culturas reclaman otra manera de relación. La transdisciplina ha permitido que nuestra visión del territorio se enriquezca ante la complejidad de los fenómenos que lo atraviesan. Así, el CISAN  responde a la coyuntura con proyectos diversos y que van más allá de ésta. En 35 años el CISAN ha formado ya tres generaciones de norteamericanistas, dotando a las y los jóvenes de herramientas para estudiar, desde el pensamiento crítico, la región que nos aloja.

Cierro este texto, donde la historia personal, la profesional y la institucional forman un ciclo virtuoso, posible por la autonomía, la equidad de género y la generosidad de esta institución que nos acoge en el seno del conocimiento. Y nada más cierto que el lema de la Fundación UNAM, “Hacer posible lo imposible”; apoyar significa que para algunas y algunos estudiantes se inicie, en este momento, una historia universitaria que se prolongue por 99  o más años.

Directora del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la Universidad Nacional Autónoma de México

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