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Terceros molares, un cuento de Stefany Cisneros

Una somnolienta consulta de emergencia con el dentista se vuelve una pesadilla para una joven para quien la imagen de su abuela aparece en sus sueños como una figura premonitoria

Crédito: Liliana Pedraza / El Universal
21/12/2025 |01:05Stefany Cisneros |
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Celina presionó sus mejillas como si con ello pudiera desaparecer el dolor. Para apaciguar el malestar se recostó hasta quedarse dormida. En el sueño estaba de pie en medio de una niebla densa. Después vio a su abuela sentada de espaldas. Alrededor no había nada, sólo un silencio estremecedor. Quería abrazarla, pero el miedo le impidió moverse. De los ojos de Celia brotaron lágrimas que parecían lodo; eran espesas, oscuras. Cuando intentaba desplegar los párpados veía secuencias interrumpidas de su abuela: primero levantándose de la silla, luego caminando hacia ella. La abuela lloraba. Su piel se derretía a cada paso.





—¡Te lo dije, mi´ja!, ¡te lo dije! —Gritaba sin que Celina supiera a qué se refería. De pronto sintió el cuerpo de su abuela sobre el suyo. Era una masa de tejidos y de dientes sanguinolentos que se desparramaban sobre su cuerpo. Celina despertó de golpe. Escuchó ruido y después la voz de su abuela:

—¿Hija, estás bien?

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—Sí, abue, sólo que… —Celina hizo una pausa y después continuó— Si te sigo contestando también me convertiré en fantasma.

Celina recordó el día en el que la siesta de su abuela se había prolongado tanto que tuvieron que enterrarla. El peso de su soledad incrementaba al caer la noche. No era la primera vez que escuchaba la voz de su abuela muerta, incluso había llegado a ver su sombra. Celina se levantó del catre. Dio unos cuantos pasos hacia la parrilla que fungía como estufa. Imaginó el agua hirviendo para el café negro y el aceite listo para recibir los huevos que la abuela pedía “fiados”. El recuerdo fue tan real que casi pudo tocarlo. Celina se abrazó a sí misma. Sus suspiros desplazaron el silencio.

Celina caminó hacia el lavabo para enjuagarse la cara. Tenía que llegar al otro pueblo para visitar al curandero que servía como partero, abortero y a veces dentista. Después de unos minutos volvió a sentarse en la cama. No sabía si le pesaba más la soledad o el dolor de muelas. Cuando era niña Celina creyó que sus circunstancias cambiarían una vez que terminara la secundaria. Tarde se dio cuenta de que cada vez pedían más estudios, más grados y títulos para cualquier trabajo. “Mínimo preparatoria, señorita” le habían dicho tantas veces que creyó que de sólo oírlo ya hasta la había cursado.

Había una larga lista de espera frente a la choza del curandero. Celina se desprendió completamente de su habitual timidez y les suplicó a los pacientes que la dejaran pasar porque ya no aguantaba. Mirándola con disimulado reproche, la gente se hizo a un lado. Cuando el curandero la revisó le dijo que la causa de su dolor era una de las muelas del juicio y que estaba infectada. Poco podía hacer por ella, así que la mandó hacia el centro de Toluca para que la atendiera Santiago López.

Celina caminó hacia la carretera, comenzaba a sentir que la vista se le nublaba cuando por fin llegó a la parada para esperar el camión. No había nadie. Sólo el silbido del viento le hacía compañía. Uno de los anuncios pegados llamó su atención: era el de un dentista que ofrecía descuentos muy significativos y su consultorio estaba a tan sólo un kilómetro de la parada. Celina contempló el anuncio durante un par de minutos. Dos punzadas la liberaron de su trance: una en la boca, otra en el vientre. Llegar a Toluca le tomaría una hora, así que Celina se convenció de que iría con ese doctor sólo para preguntar, de todas formas el camión pasaría por esa ruta.

***

Se detuvo titubeante frente a la puerta. La punzada de dolor la hizo decidirse. Una campana anunció su entrada. El consultorio era tan blanco que lastimaba la vista. Había tres sillas junto a la pared y un escritorio en el que permanecía inmutable la secretaria. Ni siquiera con el ruido de la puerta apartó la vista de la máquina de escribir.

—Ne-necesito ver al doctor, no puedo esperar, se lo suplico —dijo Celina.

Celina sentía que iba a desmayarse. El dolor se había extendido a la quijada, la cabeza y hasta parte del pecho. Apenas podía respirar.

—¿Nombre?

—Celina, Celina Arriaga.

La secretaria señaló una libreta gigante de registro y sin dejar de teclear en la máquina de escribir señaló las sillas. Momentos después se escuchó una voz pausada y grave:

—Estrellita, dígale al siguiente que pase.

Sin ponerse de pie ni apartar la vista de la máquina, la secretaria pronunció una frase casi robótica:

Siguiente.

Cuando Celina entró, el fastidio se esfumó del rostro del doctor Fernando y sus ojos se iluminaron. Se puso de pie y le indicó que se sentara. Celina tenía el rostro hinchado, los ojos rojos y la expresión de quien intenta acostumbrarse al dolor porque no puede pagar para aliviarlo.

—Buenos días, ¿señorita Celina?

—Disculpe, doctor, ya no aguanto, ya no aguanto.

—Cuénteme, ¿qué le duele exactamente?

—Pues fíjese que fui a ver al curandero de aquí cerca, a don Hermilio, pero me dijo que ya traigo infección y que mejor fuera o más bien viniera con el dentista. Fíjese que me empezó a salir hace unos meses y ya tengo rato con el dolor, pero ahora sí ya no lo aguanto, le juro por mi abuela que ya no aguanto, pero tampoco tengo mucho dinero. Por eso vengo a consultarlo a usted porque vi el anuncio de los descuentos en la parada y…

—Hizo bien en venir, Celina. Con gusto, por favor pase al sillón dental para que la revise. ¿Le molesta si la tuteo? ¿Cuántos años tiene? Y por favor, dígame Fernando, así me llaman mis pacientes y eso los ayuda a sentirse más cómodos.

—Sí, veinticuatro. —Las lágrimas se deslizaban sobre su rostro como un río alargado humedeciendo su camiseta y parte del pantalón.

—Eres muy joven y muy bonita, tu novio tiene mucha suerte.

—...

—Por favor, no me lo tomes a mal, sólo intento romper la tensión para que te sientas cómoda.

—...

—Tú dirás que no me preocupe, pero claro que lo hago, no es bueno que una mujer ande solita y menos con un dolor tan fuerte como el que tienes.

No hubo respuesta. Celina lo miró con la misma mueca suplicante con la que llegó al consultorio.

—Por favor, Celina, abre la boca y di aa. Muy bien, ya puedes cerrarla.

—¿Y bien, doctor? —Los ojos del doctor Fernando se llenaron de una ira que escondió al desviar la mirada.

—Fernando, por favor. Te explico, no es uno, son tus dos terceros molares superiores. Te duele porque vienen en diagonal y no rectos; además, al parecer el curandero tenía razón, uno de los molares ya presenta un cuadro de infección severo, así que requieres de una operación más delicada y urgente. Por obvias razones el precio aumenta. Serían aproximadamente mil pesos por muela.

Celina desvió la mirada mientras Fernando le clavaba la vista.

—Entiendo que eres una chica joven y que probablemente el dinero sea un problema para ti, dime, ¿tienes trabajo?

La opacidad suplicante en los ojos de Celina era la respuesta que esperaba.

—No, doc Fernando. Diga que apenas terminé la secundaria y me puse a ayudarle a mi abuela con las quesadillas, pero desde que falleció estoy buscando trabajo.

—Creéme que te entiendo, mi vida, aunque no lo creas, yo también fui joven, Celina. Y por favor, no tomes a mal lo de “mi vida”, es una expresión que uso para que los pacientes se sientan más cómodos. Mira, por lo del dinero no te preocupes, por ser nueva paciente puedo aplicarte un descuento del quince por ciento sobre el total y otro quince por ciento como decía en el anuncio por el aniversario del consultorio, también puedes pagarlo poco a poco yyy…— Fernando percibió que Celina se removía en el asiento con la intención de irse. —Y también tengo una vacante en recepción por las mañanas. Como podrás ver, Estrellita ya es una persona grande y con ocupaciones y yo necesito a una mujer joven como tú. Claro, si te comprometes a no defraudar la confianza que estoy teniendo contigo. El salario no es mucho, pero te ayudará en lo que encuentras otra opción o en lo que haces la prepa. ¿Sabes leer y escribir, mi vida?

—Sí.

—Ah, perfecto, con eso bastará. Sólo tienes que agendar citas, atender llamadas y la llegada de los pacientes.

—¿De verdad? ¡Muchísimas gracias, Fernando!

—Te diría que empezaras mañana mismo, pero prefiero operarte primero, que te recuperes y ya vamos ajustando cuentas, ¿te parece si hoy mismo retiramos todas esas muelitas molestas?

—¡Sí, por favor! Te lo suplico.

—Muy bien, eso sí, debes saber que yo uso anestesia general, porque me formé en el extranjero, además, así será menos doloroso mientras te trato la infección, así que relájate y no te asustes.

Cuando el doctor Fernando le puso la anestesia, Celina sintió que la tensión en los músculos la abandonaba y perdió la conciencia.

***

Un par de horas después se despertó lentamente, los ojos le pesaban y le costaba abrirlos. A su lado estaba el doctor Fernando, quien se limpiaba los labios.

—Muy bien, Celina, hemos terminado, no te esfuerces por responder. Recuerda descansar, beber líquidos, no ingerir irritantes ni grasas y tampoco cosas calientes. Te veo en una semana para revisarte y si ese día ya te sientes lista para trabajar avísame.

Celina asintió con la cabeza y luego señaló las muelas sanguinolentas que yacían en una de las charolas del consultorio. Su abuela le había dicho que los dientes y el cabello contenían la energía de las personas por lo que podían funcionar como ataduras. La única forma de evitarlo era ponerlos debajo de la almohada durante tres noches, así, los restos devolverían la energía a su dueño.

—Ah, claro, tus muelas —dijo Fernando y se alejó para enjuagarlas.

Cuando volvió, le entregó a Celina un sobre cerrado, así como una bolsa con medicamentos y una receta con instrucciones para tomarlos.

Al salir del consultorio una ráfaga de aire frío y sibilante recibió a Celina. Atravesó la calle y esperó el camión. Apenas llegó a casa se quedó dormida.

***

Cuando Celina despertó, tenía la cara aún más hinchada. Buscó las medicinas que el doctor le dio. El dolor en las mejillas era intenso. Luego sintió un mareo que la hizo perder el equilibrio y caerse. Fue al baño y terminó vaciando el estómago sobre el escusado, había mucha sangre e hilos que parecían ser cabellos. Salió del baño tambaleante y se sentó en la mesa.

Celina caminó despacio, arrastrando con ella las cajas de medicina y un vaso de agua que derramó sobre el piso de su cuarto. Antes de arrojarse de nuevo hacia la cama creyó ver gusanos retorciéndose en el concreto. Otra vez soñó con su abuela. La anciana lloraba y Celina se acercó, ya no había niebla, estaban en una habitación blanquísima y muy bien iluminada.

—Los dientes, tus dientes, te dije que cuidaras tus dientes —gemía la abuela.

—¿De qué hablas, abuela? Mis muelas están conmigo —respondió Celina. El diálogo fue interrumpido por el sonido de un taladro dental gigante. La abuela tomó del brazo a Celina y la miró. Celina contempló temblorosa las cuencas vacías de su abuela. De repente emergieron gusanos de la cuencas y la abuela le gritó que tenía que recuperar sus dientes. Otra vez Celina despertó de golpe. De inmediato buscó el sobre que estaba debajo de su almohada. Cuando sintió pequeños bultos se tranquilizó. Luego encendió la luz y abrió el sobre para confirmar que sus muelas estuvieran ahí. Sí, había muelas, pero no eran suyas, el tamaño era demasiado pequeño para ser de un adulto.

—Debo ir por mis dientes —susurró Celina e intentó levantarse. Un mareo la regresó a la cama y perdió la conciencia.

Celina salió de madrugada. Caminó durante horas, completamente enajenada. La puerta principal estaba atorada por una tranca de madera podrida. No fue difícil derribarla. La campana sonó mientras Celia caminaba hacia el cuarto donde estaba el consultorio. En el fondo sólo había un par de muebles y entre ellos un archivero. Celina se dirigió hacia él y abrió el tercer compartimento. Entre los expedientes encontró uno que llamó su atención “Estrella Suárez, paciente de 22 años de edad”. El primer documento tenía la foto de un rostro moreno y radiante que era muy similar al de la recepcionista, por lo menos a lo que quedaba de ella. Después se leía “tratamiento de ortodoncia y extracciones de terceros molares superiores”.

El corazón de Celina latió con mayor rapidez. El expediente de Estrella parecía muy extenso hasta que descubrió que a partir de la segunda página había notas de periódico impresas. La primera decía “Maratón de la muerte: otra joven desaparece mientras regresaba a casa”, “Mandan a Estrellita al cielo, autoridades confirmaron que el cuerpo calcinado que se encontró en la México-Toluca pertenece a Estrella Suárez, joven desaparecida hace treinta años… El candidato a gobernador de Los Grises ya condenó enérgicamente la violencia contra la mujer que ha permitido el actual gobierno.”

—¿Qué haces, Celina? —dijo una voz grave y pausada que ella reconoció de inmediato.

Sin atreverse a dar la vuelta, Celina sintió que los vellos de todo el cuerpo se le erizaban. Después volvió a perder la conciencia.